lunes, 23 de septiembre de 2013

Poemas de ‘El libro entre las hojas’, obra dep; Benjamín Chávez ganadora del concurso ‘Edmundo Camargo; Cochabamba



Con El libro entre los árboles, Benjamín Chávez (Santa Cruz, 1971) ganó la primera versión del Concurso de Poesía Edmundo Camargo convocado por la Casa de la Cultura del Gobierno Autónomo Municipal de Cochabamba. Un jurado integrado por Antonio Terán Cabero, Vilma Tapia Anaya, Paola Senseve, Juan Cristóbal Mac Lean y René Rivera otorgó el reconocimiento al libro de Chávez por su “admirable vestidura lírica y una tensión profundamente reflexiva demostrativas de un perfecto dominio de la escritura poética”. El libro entre los árboles es la novena obra de Chávez, quien también ganó el Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal en 2006 con su obra Pequeña librería de viejo.

En las páginas de la obra premiada ronda insistentemente un aire de viaje: periplos por territorios, geografías y paisajes muy diversos. En su recorrido por esos espacios, la mirada del poeta es una mirada que descubre y se asombra. Esas sensaciones, sin embargo, se expresan a través de una voz moderada por el gesto de la contemplación y por la necesidad de comprender. Ése es el tono que ha adquirido finalmente la poesía de Chávez. No es casual que su antología personal lleve por título, precisamente, Manual de contemplación (2008).

Rituales

Sentado al mediodía en un banco de la plaza del pueblo,habiendo fumado ya un par de cigarrillos yhabituándome a la parsimoniosa tarde a lomo de la mula de los años,la quietud —hoy, de repente— se esfuma con la sombra y los pájaros.Ha llegado un jeep que se detiene frente a la carniceríay escupe su carga al salpicado sol de las sangres.Son cabezas de toros, degollados al sesgo de la rutina mortuoria, de la cadena alimenticia.Con un hacha de largo mangolos golpes dan cuenta de la cornamentay la furia de la vida resollante en las ventasse rinde ante el amasijo de ojos como vidrio molidola carne batida en tempestad mamariael mundo trastocado por la muerteen plena plaza, en plena tardea la vista de todos y de nadie.

Atardecer en Cachuela Esperanza

¿La ilusión? Eso cuesta caro

Damiana Cisneros

El rumor del río nombra el fondode la tierra y sus promesas cumpliéndose cada día.La efímera calle de la felicidad enfrentada a la indomable bravía de la selva.Cada noche de luces, lo es ahora de sombras.La iglesia erguida sobre la roca de San Pedro,el teatro y su privada opereta enmudecidalas ruinas de la casa Suárez en ruinas.Viejas y nuevas tumbas en la espalda de la tarde caliente.A la luz de este día, otro más que se acabaquienes han esforzado los imperios humanos—papel de cera calentado a fuego fatuo—son insectos chamuscadosdiminutos huesos de pajuelas crujientesresignado enjambre mendigando una gota de sangrecuando cae la tarde en Cachuela Esperanza.

Ocaso en Isireri

Un par de loros volando a sus nidosrayan con picos engarfiadosel inverso cielo de la laguna Isireri. Mientras los árboles se ensombrecenmansas olas confluyen hacia la dorada línea de tu nombre.Solo, a la orilla de los recuerdos,siento el sol como tus ojos.Ahora que no estás dime, ¿quién me salvará de tanta belleza?Sobre mis hombros pasan las horas—desfondadas como una vieja canoa—y se acurrucan en el vientre de la selva.Cuando vuelves el rostroy diriges la mirada a un mundosin tanta nostalgiael muelle se hunde sin remedio en el último destello del adiós.

Más triste que la silueta de un pontón

Los elementos preparados para la comedia —que tan bien conocemos desconciertan sobre el fondo inquietante escenografía de traza adolescente: el río mansas aguas, el cielo de nubes dispuestas el peso del día —recuerdo de un ayer no diluidola flor en el ojal imaginadopétalos de crisantemo: poema a la deriva quietaun nombre leído a las aguaspontón amarradoa las vacilantes luces

o encallado a una arena amarilla y eterna.

Los últimos músicos de la letra

En el coro de la iglesiaallí en San Ignacio de Moxos, disco de aguas crepuscularesdonde voces y cantos de la colonia flotana la deriva como una canoa que cabeceaen el trunco meandro del río del tiempoManuel Jare y otros nombresgruesos lentes, camisas de manga corta contra el calorpartituras que arrastran la doble, la triple ere del errorperdonando al padre, al abuelo, al copista empeñadoen la mímesis de lo jesuítico —idea de lo sagradotrascripción muda, sin puentes ni señalessólo un atado de líneas, un apretado puñode notas remedadas y la misteriosa aparición de la músicaen la humedad del papel, de la selva, de los ojos.

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