domingo, 21 de agosto de 2011

La doble C: (contra) Canon El fin que no acaba

Esta nota es el colofón de una serie que leyó novelas canónicas bolivianas, bajo la luz de un posible contra canon.

En el transcurso de unos cuantos meses, el espacio “La doble C: (Contra) Canon” presentó diversas reseñas sobre las obras más importantes de la literatura boliviana junto a otras obras que formaban un diálogo propositivo. Estas obras que acompañaron a las canónicas no sólo demostraron ser, como las podríamos llamar por comodidad, contra-canónicas, sino que perfilaron una veta de sentido que se manifiesta en una tradición literaria variada y multiforme.
La constitución de un Canon de la literatura boliviana es todavía de un impacto ligero, si no se admiten ciertos rasgos que la forman y la moldean. La selección de las 10 novelas tiene, pese a todo, un argumento que trae ciertos conflictos básicos: la representatividad. Si las novelas fueron elegidas por la misma diversidad de su naturaleza, la misma diferencia de un cuerpo, “La doble C” presentó obras que formarían líneas o vetas de lectura dentro de esa diversidad de lo institucionalizado. Con el afán de transmitir releyendo una tradición literaria, las obras contra-canónicas formaron un contrapunto donde el sentido del espacio periodístico se fundó en una crítica que da una posición a las obras, en consecuente tensión temática y semántica, en la informidad de la literatura boliviana. Varios nombres se unieron a los ya establecidos: Augusto Céspedes, Adolfo Costa Du Rels, Néstor Taboada Terán, Blanca Wiethüchter, Yolanda Bedregal y Víctor Hugo Viscarra, entre otros.
La importancia de tener este diálogo (contra) canónico radica en la posibilidad de establecer, por un lado, predecesores: obras que todavía irradian sugerencias, curiosidades, potencias de sentido, y que sirven también para fines más académicos, como su estudio y la manipulación de la compleja carga de sus sentidos. Y, por otro lado, el diálogo muestra, privilegiando una constancia, la vasta tarea que nos falta por recorrer al trazar ciertas líneas de sentido en obras que, o bien se contraponen en naturaleza al sentido establecido, o bien se armonizan demostrando un camino donde existe un puente o varios de formación diversa (semántica, de lenguaje estilístico, etcétera).
Contar con una tradición literaria es de suma importancia para el avance de la cultura. Las obras canónicas hacen su parte rescatando esos gestos que nos son preciados justamente porque nos muestran la diversidad de la que estamos formados, por la que, de alguna u otra manera, estamos constituidos. Las obras y lecturas contra-canónicas, a su manera de ser, también complementan una percepción de nosotros mismos, pero sobre todo, con medios diferentes de los establecidos, fundan, mostrando un lado más incierto e inseguro, laberintos que recorremos descubriendo y asombrándonos de lo que está, por decirlo de alguna manera, velado a la vista de lo inmediato. La línea contra-canónica es esa que proporciona una visión de la vida múltiple y que incluso puede llegar a ser marginal, en el sentido en que el lector se expone a obras que, por naturaleza, diríamos, se encuentran en constante fuga por la poca relevancia que tienen
—es una convención— frente a las obras establecidas.
Aun con todo, no se trata de relegar hacia otro espacio a las obras contra-canónicas, sino más bien de establecer para ellas un sitio en el diálogo abierto que conforma el estatuto de obras fundamentales de la literatura boliviana. Las sugerencias pueden ser diversas para la conformación de los estatutos. Una tradición literaria no puede prescindir de estas obras que podemos también llamar menores, porque en su fragilidad está en proceso la conformación de la tradición misma. Si el canon se alimenta de la diferencia, será ésta la que repliegue a la constelación de obras que se podría formar o que podrían surgir.
La serie de reseñas que presentó “La doble C: (Contra) Canon” intentó, en la medida de sus posibilidades, revisar o recoger algunos trabajos críticos sobre las obras presentadas. En algunos artículos se hizo, en la medida en que estuvo en nuestras manos, un diálogo con la crítica contemporánea que enriqueció el punto de vista abordado.
Por último, podemos agregar que la revisión de las obras instituidas es siempre un trabajo fructífero. Éste, de alguna manera, guía los puntos que proporcionan una inmensidad de carga de sentido. Con esto se quiere decir que la vuelta a las obras fundamentales es siempre pertinente y es más provechosa cuando se trata de un trabajo de relectura. Dar a las obras el lugar que merecen no es suficiente, ya que su posición en el Canon obedece a una razón. Las relecturas intentaron mostrar, justamente, la riqueza que de ellas emana.
El lector fue invitado a hacer el ejercicio de establecer esta relación entre lo institucionalizado y lo marginal. En esta relación de semejanza y desigualdad es donde “La doble C: (Contra) Canon” intensificó la naturaleza de las obras, buscó el diálogo entre lo conocido y lo velado e interrogó el centro de la tradición para contraponer los sentidos dispersos de obras menores.
*Estudiante de la Carrera de Literatura

15 es el número de novelas que se eligieron oficialmente como fundamentales de la literatura boliviana.

En esta columna, el lector fue invitado a establecer relaciones entre lo institucionalizado y lo marginal. En esta relación de semejanza y desigualdad es donde “La doble C: (Contra) Canon” intensificó la naturaleza de las obras, buscó el diálogo entre lo conocido y lo velado e interrogó el centro de la tradición para contraponer los sentidos de obras menores.

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