En la esfera pública, es común la polémica financiera sobre la deuda externa o habitual el debate político sobre la deuda social. Pero nunca nos hemos planteado seriamente una reflexión ética y estética acerca de la deuda cultural, que en Bolivia ha entrado en una mora casi impagable nada menos que en estos tiempos de una “revolución cultural” que de armar costosas tarimas para conciertos proselitistas no pasó.
Se presumía que la “descolonización” que esgrimen los nuevos beneficiarios del poder iba a significar saldar cuentas con la cultura nacional, construyendo una nueva hegemonía basada en la honestidad intelectual y la eficacia simbólica del pretendido “plurinacionalismo”. Por el momento no hay tal. Los “descolonizadores” oficiales tienen una visión cultural castrada por el fundamentalismo epidérmico del inculto sectarismo.
Por ejemplo, es sorprendente la forma en que los actuales concejales de la línea “descolonizadora” en Cochabamba se niegan a retomar aquella iniciativa propuesta a inicios de la década pasada para reivindicar la denominación originaria de Kanata en la jurisdicción urbana de “Cercado”. Ya existe una Ordenanza Municipal al respecto, que quedó sin efecto por presión de algún grupo de la tradición señorial cochabambina. Ese lobby del coloniaje valluno logró anular la Ordenanza Kanata con el argumento de que Cochabamba “ya no es una ciudad de indios”. Al parecer los actuales concejales y legisladores “descolonizadores” piensan igual. Le pedimos a Adolfo Mendoza reactive desde el Senado aquella propuesta del Foro Cultural, pero el honorable “deslinda” su competencia arguyendo que anda en otros afanes más trascendentales.
El mismo destino sumido en la indolencia sectaria tuvo la propuesta de saldar nuestra deuda histórica y cultural con Nataniel Aguirre. Ese nombre tan emblemático de Cochabamba debería ser grabado con letras de molde en el umbral de la Casa de la Cultura, que es la única del país con identidad “NN”. Los “descolonizadores” salieron al frente arguyendo que Nataniel Aguirre no es autor de “Juan de la Rosa”, que fue un impostor “k’ara”, y que “eso de andar nominando casas” es un asunto de burgueses. Pero estuvieron a punto de ensangrentar Oruro por nominar un aeropuerto.
Otra deuda cultural que el régimen de la “revolución descolonizadora” se niega a saldar, es con el principal artífice de la cultura bibliográfica de Bolivia en el siglo XX: Werner Guttentag. Dicen que don Werner, por llevar un apellido extranjero, tener piel blanca y ojos azules (¡qué esperaban, si nació en Alemania!) no merece figurar en la nueva “historia oficial” de la cultura “plurinacional”.
Es doloroso este grado de intolerante ignorancia. Don Werner fue un luchador anti-fascista que se salvó del holocausto hitleriano huyendo a Bolivia pocos meses después de concluida la Guerra del Chaco, con su máquina de escribir, su bicicleta y un libro de Dostoievski como único equipaje. Fundó una editorial llamada “Kanata” (nada menos), que luego sería Los Amigos del Libro. Gracias a su labor, los bolivianos aprendimos a pensar la democracia, a reivindicar la raíz indígena de nuestra cultura y nuestra historia.
El día en que nació Guttentag debería ser declarado por el Estado Plurinacional como el Día del Libro Boliviano. Pero al parecer es mucho pedir. Es demasiada deuda para nuestra empobrecida “revolución cultural”.
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