El compilador de este volumen, Mariano Baptista Gumucio, proviene de una ilustre familia cochabambina, dedicada desde hace generaciones a la política, al servicio público y a las labores literarias. Su bisabuelo fue presidente de la república en la última década del siglo XIX. Este político conservador fue considerado en su tiempo como el mejor orador que tuvo el país. Nuestro autor ingresó muy joven a la vida política nacional: antes de cumplir veinte años ya era secretario privado del presidente Víctor Paz Estenssoro, en la época de las grandes reformas sociales. Se puede decir que entró a la política desde arriba, con una visión privilegiada sobre este complejo campo. También fue Ministro de Educación bajo tres regímenes muy diferentes entre sí. Pero pronto se desilusionó de la política. Como persona inteligente empezó tempranamente a cultivar un talante crítico-reflexivo que ha mantenido hasta la actualidad. El impulso básico que lo anima desde entonces es un elemento ético que lo induce a meditar sobre el efecto que produce la política en el grueso de la población y en el destino concreto de los seres humanos.
Esta constelación lo llevó paulatinamente a las dos grandes preocupaciones de su vida: la historia y el vasto campo de la cultura. Baptista ha publicado numerosos libros sobre la historia política e intelectual de Bolivia, pero su enfoque general ha mantenido siempre una perspectiva atenta al contexto internacional y al desarrollo de la cultura a nivel mundial. Esta visión lo ha preservado eficazmente de caer en las tendencias nacionalistas, teluristas y francamente provincianas, que han sido y son tan frecuentes entre los intelectuales bolivianos. Algunos de sus libros han sido pioneros al analizar problemas y carencias que sólo mucho más tarde se han convertido en temas discutidos por la opinión pública. Algunos títulos entretanto clásicos, como Salvemos a Bolivia de la escuela, El país erial, El país tranca, nos muestran el temprano interés de Baptista por cuestiones pedagógicas, ecológicas y burocráticas, cuestiones que hoy han ganado en intensidad y también en irracionalidad. Por otra parte Mariano ha tratado de recobrar la herencia teórica y moral de algunos personajes importantes de la creación intelectual del país, como Franz Tamayo, Alcides Arguedas y Carlos Medinaceli, reuniendo testimonios y observaciones de muy diverso origen, que son casi imposibles de encontrar en otras fuentes. Particularmente valioso ha resultado el volumen consagrado a Medinaceli, que contiene entrevistas, recuerdos y análisis que sólo se hallan en este libro.
Esta inclinación a recuperar y revalorizar un importante legado cultural es la que subyace al libro Cochabamba vista por viajeros y autores nacionales, que se inscribe en una serie de volúmenes dedicados a las nueve capitales departamentales. Estas obras nos muestran perspectivas poco usuales, a veces sorprendentes, de la vida urbana, de los paisajes y del ámbito familiar relacionadas con la enorme variedad geográfica, cultural y social del país. Esta serie creada y llevada a cabo por Mariano Baptista tiene la función de hacernos conocer testimonios de notable significación acerca de la evolución histórica y natural de las diferentes regiones. Por esta razón los volúmenes están profusamente ilustrados. Las pinturas, las fotografías y los dibujos tienen a menudo un considerable valor estético e histórico. El volumen sobre Cochabamba está embellecido por numerosas fotografías de Rodolfo Torrico Zamudio, gran observador del paisaje y del habitante de estas comarcas.
El propio Mariano Baptista ha explicado su proyecto como el intento de "recuperar la memoria histórica" y, al mismo tiempo, "preservar la unidad del país". Nuestro autor afirma que estamos en "tiempos de incertidumbre y hasta pesadumbre". Esta serie de volúmenes debe contribuir, por lo tanto, a cimentar la unidad y la fraternidad entre las regiones del país mediante el conocimiento mutuo de sus tesoros culturales. Personalmente no creo que estemos en un periodo signado exclusivamente por esas cualidades dramáticas; la historia de la nación siempre ha estado marcada por la inseguridad ubicua, la imprevisibilidad de las acciones gubernamentales y el carácter caprichoso de sus habitantes. Actualmente nos encontramos en uno de los ciclos recurrentes de esta evolución, donde experimentamos un manifiesto desinterés por el Estado de derecho y una exacerbación curiosa y pintoresca de la mencionada tendencia, pero no algo totalmente nuevo o desacostumbrado. De todas maneras, Baptista hace bien en recordarnos la estudiada negligencia con la que el gobierno central trata los asuntos culturales. El mal estado de las bibliotecas públicas y los repositorios documentales constituye uno de los elementos de esa corriente.
En el libro se encuentra un texto de Alcides Arguedas, Psicología regional de Cochabamba, tomado de su conocido tratado Pueblo enfermo. Arguedas atribuye una considerable fantasía, un "desborde imaginativo, fecundo en ilusiones", a los habitantes de aquella ciudad. Le sigue inmediatamente un breve y brillante artículo de Miguel de Unamuno, titulado La imaginación en Cochabamba (1910), en el que este pensador impugna esta extendida opinión en torno a la presunta imaginación propia de los cochabambinos. Incluyendo en su refutación a los bolivianos, a los hispanoamericanos en general y a los españoles, Unamuno asevera que hay que diferenciar entre la retórica ampulosa y la reiteración de certidumbres tranquilizantes firmemente arraigadas, por un lado, y la genuina imaginación creativa, por otro. Unamuno va más allá y afirma que Cochabamba y los pueblos del Nuevo Mundo y de la España premoderna no exhiben habitualmente una fantasía inteligente, sino un apego rutinario a unos cuantos principios invariables que brindan seguridad. Son dogmáticos, sentencia Unamuno, a causa de la pobreza imaginativa, y no por tener una auténtica fantasía soñadora. Y esta inclinación, nos dice este autor, está estrechamente vinculada a la picardía cotidiana, a la malicia sistemática, que, disimulada por la oratoria frondosa y celebratoria, refuerza los prejuicios de vieja data y sosiega al espíritu convencional. La retórica frondosa no debe ser confundida con el anhelo de saber algo sobre el ancho mundo, algo que traspasa los estrechos límites del contexto propio, del terruño amado, de las costumbres cotidianas y por ello estimadas en grado muy elevado. El derecho a la información es decir: el derecho a saber lo que todavía no se sabe tiene sentido si una sociedad atribuye un valor positivo al examen de lo extraño y desconocido. Ese anhelo, la base de la investigación científica, que Unamuno echa de menos en América Latina y España, es la actitud que nos permite comprender las carencias de lo que apreciamos entrañablemente.
En este volumen nos encontramos también con un texto de Gabriel René Moreno sobre la situación del clero de Cochabamba en el siglo XIX, famoso, según este autor, por su relajación moral y su crasa ignorancia. Estos acápites críticos son necesarios para que el libro en su totalidad no se limite a ser elogio o alabanza de una región. En el libro hay varios artículos sobre los políticos y los presidentes cochabambinos, quienes, en general, no han sido un título de gloria para el país.
Hay en este volumen una cierta desproporción al brindar un considerable espacio a los políticos procedentes de tierras cochabambinas y al dejar de lado a los empresarios de esas tierras. Los políticos no merecerían ser nombrados, salvando pocas excepciones como Mariano Baptista Caserta. Por ejemplo: hay que rescatar para la memoria histórica de la nación la obra empresarial e intelectual de Joaquín Aguirre Lavayén. Y falta un texto sobre Don Simón I. Patiño, el empresario más importante e ilustre que tuvo Bolivia, a quien Cochabamba no le hizo justicia. Es tiempo de contar con un estudio crítico sobre la vida y obra de Patiño, cuya imagen está cubierta por mitos y leyendas que impiden un acercamiento adecuado a esta figura.
Al final del libro se encuentran los textos de Rolando Morales Anaya y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, ambos cochabambinos, que nos relatan aspectos ambivalentes de la historia contemporánea de aquella comarca. Esto es indispensable, pues la tradición general del país y la cochabambina en particular tienden a la celebración acrítica de lo propio y a adoptar fácilmente concepciones históricas acuñadas por los vencedores, en el plano intelectual por nacionalistas y marxistas. Mediante los aportes de estos autores podemos comprender que la situación anterior a la Revolución Nacional era muy compleja y que la Reforma Agraria de 1953 no fue de ninguna manera el remedio ideal para una constelación agravada precisamente por los frutos del progreso material, como ha sido el crecimiento demográfico basado en modestas pero efectivas mejoras en el campo de la salud popular en la primera mitad del siglo XX. Como dice Ferrufino-Coqueugniot, el progreso y la globalización han significado para la Cochabamba actual la destrucción de un hermoso manto vegetal, perdido para siempre, y la introducción de la economía informal-delictiva. Esperemos que esto no sea la última palabra del desarrollo cochabambino.
Hugo Celso Felipe Mansilla.
Doctor en filosofía. Académico de la Lengua.
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