lunes, 2 de abril de 2012

La célebre novela de Yolanda Bedregal se publica en la colección ‘Letras fundacionales’

Ni la muerte ni el dolor ni lo oscuro le fueron extraños a Yolanda Bedregal. Un repaso de su obra cuentística y novelística muestra, entre otras más luminosas, una dimensión muy densa, muy dura, vinculada a lo femenino como herida. Y Bajo el oscuro sol, sin duda, la obra mayor de su narrativa, es la expresión más elaborada de esta dimensión.

Yolanda Bedregal presentó Bajo el oscuro sol al Premio Nacional de Novela “Erich Guttentag” al final de una década marcada por hechos de violencia y radicales vaivenes políticos. Vio publicada su novela el año en que esa década de golpes militares, guerrilla y Asamblea del Pueblo se cerraba con el ascenso del esquema de “orden, paz y trabajo” de Banzer Suárez. Era asimismo el contexto en que se publicaron Indios en rebelión (1968) de Néstor Taboada Terán, Los fundadores del alba (1969) de Renato Prada Oropeza, Tirinea (1969) de Jesús Urzagasti, Sombra de exilio (1970) de Arturo Von Vacano y Matías, el apóstol suplente (1971) de Julio de la Vega, por nombrar sólo algunas de las novelas más notables de aquellos años. Se trataba de una narrativa que revelaba una propia y particular complejidad; una textura ficcional que presentaba, de manera renovada, los hechos de la historia, de la política y de la sociedad. Estas novelas pasan juicio a la Revolución Nacional y sus gobiernos, inician lo que luego será denominado la narrativa de la guerrilla, retornan incisivas a lo indígena, plantean con luz nueva lo identitario y migratorio, pero, asimismo, son parte de una narrativa que se manifiesta —a través de una elaboración textual más avezada, más exploratoria y experimental— frente al realismo social que había imperado a lo largo del siglo, como lúcida heredera del cisma que significó la aparición de El escalpelo (1955) de Jaime Saenz, Los deshabitados (1959) de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Cerco de penumbras (1958) de Óscar Cerruto.

Al interior de este corpus contemporáneo a su novela, Yolanda Bedregal genera una intervención de gran importancia: fisura la de todas maneras dominante atención ficcional a la historia, la sociedad y la historia con la historia individual, privada de Verónica Loreto, muerta por una bala perdida (proveniente de la violencia política, de la historia colectiva), iniciando un proceso que tendrá que ver centralmente con el lugar de la mujer escritora en medio del androcentrismo imperante, y desviando la narración hacia la historia subterránea, secreta que vuelve sobre lo colectivo, necesariamente, a manera de una herida, de una borradura nunca encarada, nunca resuelta por la cultura, por la sociedad. Desde los inicios de su trabajo narrativo Bedregal había estado señalando a ello, pero es con esta su novela central —definitivamente una novela fundacional— que el alegato magistralmente elaborado cobra fuerza definitiva.

La trama, descrita muy en grueso, es la historia del doctor Antonio Gabriño, psiquiatra, quien es llamado por doña Hortensia, dueña de la pensión en la que vive Verónica Loreto, pues han encontrado a ésta “desmayada” en su habitación. La ciudad vive un enfrentamiento entre subversivos y militares. Gabriño acude y confirma que está muerta, que fue alcanzada por un bala perdida estando sentada en el gesto de escribir. El médico, por una serie de circunstancias, termina alojándose en el cuarto en que viviera Verónica, revisando los papeles que ella dejara atrás y eventualmente dando —luego de complicadas peripecias— con los papeles que revelan el doloroso recuerdo que se llevara la mujer a la muerte. Siendo él el protagonista de la novela, la presencia de Verónica a lo largo de la misma es muy fuerte, presentándose desde el principio, una vez muerta, de manera fantasmal, ya sea como una imagen que se aparece, ya sea como una presencia que se puede sentir en la estancia.

Además, la extensa cita de sus escritos, de los escritos de otros sobre ella o dirigidos a ella, y la mención constante que se hace de ella, hacen que su protagonismo, aun “ausente”, muerta, se establezca en la novela de forma paralela a la del doctor Gabriño. La novela trata, pues, de la extraña relación entre este hombre vivo y esta difunta, apenas conectados en vida y profundamente vinculados cuando ella muere.

Puede leerse la novela como una alegoría particular de la escritura femenina en un mundo androcéntrico, en el contexto de una narrativa que ya había diseñado lo femenino —también— como herida. Verónica Loreto muere, alcanzada por una bala perdida que entra por su ventana durante un enfrentamiento armado: “El omoplato pudo haber amortiguado el impacto, pero, en posición de escribir, dio libre paso al proyectil. Salida a ras de las costillas”. Muere en el acto de escribir; muere por estar escribiendo.

A partir de esta escena primordial de la novela —que apunta, claro, a que la lectura se centre en lo femenino, en la escritura, en la muerte— Leonardo García Pabón explora en el artículo “Escritura, autoridad masculina e incesto en Bajo el oscuro sol de Yolanda Bedregal” las inscripciones de la narración, atendiendo a su “perspectiva femenina y, a ratos, feminista”, y proponiendo utilizar herramientas de lectura apropiadas. Los temas que desarrolla García Pabón son la conflictiva construcción de la identidad femenina dentro de una lógica patriarcal, la creación de un texto femenino al interior de la hegemonía autorial masculina, y el incesto en una sociedad donde el hombre es la autoridad, el poder y el rector del mundo simbólico. “Es como si la sociedad patriarcal”, sostiene el autor, “hubiese vuelto toda relación mujer/hombre una relación incestuosa”. Se da el incesto “real”, con el padre, pero también con Gabriño, así no sea imaginariamente, “a nivel de la pura fantasía”. Se trata, en verdad, de ver cómo puede inscribirse —en medio de esa densidad androcéntrica, masculina, patriarcal— la palabra femenina.

(Fragmento de la Introducción a la edición de Bajo el oscuro sol en la colección Letras Fundacionales de Plural Editores.)

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