domingo, 8 de abril de 2012

Álex Ayala ‘Crónicas a ras del suelo’

— La crónica periodística y géneros afines han merecido cierta atención últimamente. Sin embargo, sus fronteras no parecen muy claras y son hasta polémicas. ¿Qué género practica y cómo lo define?

— Yo diría que las fronteras entre géneros más que polémicas son difusas. Pero nada más. La crónica, el perfil y el reportaje de largo aliento comparten muchas características y son bastante similares. Quizás la crónica y el perfil muestran una voz de autor más diferenciada que el reportaje. Quizás la crónica y el perfil son más cinematográficos, ya que se arman en base a escenas y hacen más hincapié en el detalle. Pero las diferencias entre estos géneros no son de bulto.

“No ficción” o “periodismo narrativo” son etiquetas que ayudan a identificar los géneros periodísticos que utilizan las mismas herramientas que los géneros literarios —como la construcción de metáforas, el manejo del tiempo y un largo etcétera—. Pero para armar textos que son verdad. García Márquez dice que “una gota de ficción es capaz de contaminar un océano de realidad”. Y ésa es la máxima que tiene que regir en cualquier texto de periodismo narrativo. En este tipo de escritos está muy patente la subjetividad del periodista, más que en cualquier otra pieza periodística, pero eso no quiere decir que uno se invente hechos que no han ocurrido. Hacer eso significaría traicionar al lector.

Yo he hecho siempre crónicas, perfiles y reportajes de largo aliento porque me parece que son géneros que no ven a las personas únicamente como fuentes, sino como lo que son: como seres de carne y hueso con virtudes y defectos. Porque son géneros con los que uno no busca la “patada” o el sensacionalismo, sino más bien todo lo contrario: una mirada más reposada de lo que nos rodea.

El peruano Julio Villanueva considera que “para un cronista el mundo es una vitrina de valiosos desperdicios” y que su trabajo consiste en “escarbar en él hasta tener la suerte de hallar dos cosas a las que en apariencia nada une”. Asegura además que el buen cronista es aquel que “enciende la luz”, el que cuenta no sólo lo que sucede, sino también lo que parece que no sucede. Dice que “el cronista es el encargado de convertir el dato en conocimiento y un acontecimiento en una experiencia personal”. Y yo añadiría que es también aquel que es capaz de encontrar y escribir historias que, como los buenos vinos, permanecen durante mucho tiempo en el paladar de la memoria.

En cuanto a definiciones a mí me gusta una del mexicano Juan Villoro que dice que la crónica es el ornitorrinco de la prosa, ya que de “la novela extrae la condición subjetiva; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto; de la entrevista, los diálogos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos; y de la autobiografía, el tono memorioso”.

— La crónica que da título al libro gira con una mirada desmitificadora en torno a la figura del Che, un mito que sigue reproduciéndose en las jóvenes generaciones...

— Del Che se pueden hacer muchísimas lecturas. Estamos hablando, para bien y para mal, de uno de los grandes personajes del siglo XX. De un señor que aún sigue dejando huella en los más jóvenes, también para bien y para mal. Pero a la hora de escribir la crónica que da nombre a este libro no quería centrarme en el Che como personaje o como mito, sino más bien convertir en personajes principales a todas aquellas personas que pululan todavía alrededor de su figura en Vallegrande, el pueblo donde lo exhibieron al mundo como si fuera un trofeo de batalla, y La Higuera, el lugar en el que lo mataron a sangre fría. A mí no me interesaba juzgar al Che ni hacer un inventario de algunas de sus andanzas. Mi intención era mostrar la historia que hay detrás de la Historia.

— Varias crónicas del libro se dedican a personajes que circulan por los márgenes sociales o culturales o en algunos casos por ambos. ¿Le interesan las culturas y los personajes marginales?

— La verdad es que no tengo un especial interés ni por la marginalidad ni por los personajes marginales. Siempre me han interesado las buenas historias. Y, obviamente, los que circulan, como dices, por los márgenes de la sociedad también son protagonistas de vidas que merecen ser contadas. Busco casi siempre historias con ingredientes que de algún modo acaban por convertir los textos que escribo en universales. El perfil del sastre del Evo es una excusa, por ejemplo, para hablar del poder. La historia de los custodios de los lentes de la estatua de Lennon, una excusa para hablar de las contradicciones del modelo cubano. La crónica del contador de relámpagos es un relato sobre la dignidad humana. Etcétera. La consigna es: no aburrir, entretener, desengañar.

— Fue editor de la única revista de crónica que se publicó en Bolivia, Pie izquierdo. ¿Cómo fue esa experiencia y por qué cesó?

— La experiencia con Pie Izquierdo, primera revista boliviana de periodismo narrativo, fue dura y a la vez muy gratificante. Pie Izquierdo fue ante todo un experimento. Los socios éramos tres locos que decidimos apostar por algo “nuevo” para Bolivia, sin darnos cuenta de que íbamos directos al precipicio.

Pie Izquierdo fracasó y no quiero echar la culpa —aunque podría— ni al mercado, ni a los lectores, ni a las circunstancias ni a nada ajeno a nosotros mismos, a los que hacíamos la revista. Pie Izquierdo fracasó porque algo hicimos mal en el proceso. Quizás no supimos llegar a los lectores potenciales. Quizás deberíamos haber nacido como medio digital. Quizás teníamos que haber sido menos ambiciosos. Quizá, quizá. Ya no sirve de mucho mirar atrás.

De este fracaso aprendimos bastante y todo aprendizaje cuenta. Primero: a hacer una revista, que no es poca cosa. Segundo: a mirar el mundo con otros ojos, a quitarnos vendas. Tercero: a entender mejor a los autores y a escuchar a los lectores. Y también dejamos una semilla: Pie Izquierdo adelantó camino para que otras revistas del mismo estilo lo tengan algo más fácil en el futuro.

— ¿Qué diferencia ve entre el periodismo narrativo que se hacía hace diez años en el continente y el que se hace ahora?

—No veo que haya cambiado mucho. No veo demasiadas diferencias. Quizás la búsqueda de la voz de autor es hoy un poco más intensa que antes. Quizás hay mayor empeño por tener mejores enfoques y causar sorpresa. Pero más allá de eso creo que, por ejemplo, las temáticas se repiten más de lo aconsejable: narcotráfico, desastres, desigualdades, pobreza y un largo etcétera. Que falta algo más de chispa a la hora de trabajar. Y me parece que esto ocurre porque a veces no nos detenemos el tiempo suficiente para pensar bien en las historias. Porque nuestra inmersión en la vida de los personajes es en ocasiones un tanto vaga. Porque no nos hacemos las suficientes preguntas.

— ¿Cómo cambiar esta tendencia?

— Primero: me parece que necesitamos como el comer la presencia de más editores que realmente lo sean: que nos guíen, que nos enfrenten, que nos reten, que nos cuestionen. Hay editores que sí lo hacen, pero actualmente son los menos. Hasta que no tengamos una buena camada de editores creo que no vamos a dar ese pasito adelante que nos falta. Y segundo: hace falta más pasión. Sí, más pasión todavía de la que hay, que no es poca. Gay Talese, por ejemplo, es capaz de estar encima de un tema seis, siete años de su vida si éste le parece interesante. ¿Seríamos capaces de un sacrificio semejante los cronistas latinoamericanos?

— ¿Cuáles son hoy, si los hay, los espacios para la crónica en Bolivia?

— Espacios para la crónica en Bolivia de momento no hay muchos. Al menos para la crónica como yo la entiendo: trabajada con tiempo, bien escrita y bien investigada. Considero que en los periódicos y revistas se ha convertido en un género bastante marginal y pienso que su futuro pasa por los medios digitales. Según algunos gurús del periodismo, en el universo digital primarán dentro de poco las informaciones cortas y sintéticas y las historias largas y bien contadas.

La crónica es un género que se adapta: funciona igual de bien tanto en formato digital como en formato impreso. La noticia, no. La noticia ya ha perdido toda su esencia (la inmediatez) en el formato impreso. Mientras que la crónica mantiene sus principales características en uno y otro formato: no aburre, sorprende, emociona, ilumina, traduce hechos y un largo etcétera. Y por lo general no muere: se suele convertir, si está bien hecha, en un objeto coleccionable (o en archivo coleccionable si se trata de soportes digitales).

— Su libro se publica bajo una modalidad particular de financiamiento, ¿puede explicar algo al respecto?

— Yo tenía mucho interés en publicar el libro con la editorial El Cuervo porque el año pasado creó una colección de no ficción bastante interesante y a la que le veo mucho futuro. Meses después de nuestras primeras conversaciones, le propuse a Fernando cubrir los gastos de impresión vía crowdfunding. El crowdfunding es un sistema que se basa en el mecenazgo de particulares para financiar proyectos creativos de toda índole. Y permitió, en mi caso, solventar la entrada a imprenta del libro en menos de una semana. La gente ha sido tremendamente generosa conmigo y lo agradezco mucho. Se trata, si no me equivoco, del primer libro de crónicas de América Latina en impulsarse a través de una plataforma de este tipo. Creo que hemos abierto una puerta interesante y que en el futuro otros colegas se animarán a cruzarla.

La crónica y la ‘no-ficción’ son géneros en repunte Rubén Vargas

Álex Ayala Ugarte ha decidido reunir sus crónicas periodísticas en un volumen bajo el título Los mercaderes del Che y otras crónicas a ras del suelo. La crónica que da título al libro —publicado por Editorial el Cuervo y que se presentará el jueves 12 en la Cinemateca Boliviana— es un buen ejemplo de los procedimientos periodísticos de Ayala.

Detrás de la figura y del mito del guerrillero argentino están las historias de la gente de Vallegrande que lo vio, que escuchó de él y que le gusta contar —o negociar— con esos recuerdos. Detrás de una historia hay muchas historias pequeñas o grandes pero todas reales. A Ayala le interesan esas historias: de carne y hueso, emotivas, verdaderas en su inmediatez.

Así también procede cuando habla, por ejemplo, del escritor paceño Víctor Hugo Viscarra, en torno al cual se han tejido tantos mitos; así también cuando narra la historia del cuidador de la estatua de John Lennon en La Habana: nos permite ver un país en crisis detrás de esa estatua; así procede también cuando escribe sobre Dardo Greco y Ariel Irusta, dos tangueros incorporados ya al paisaje urbano de La Paz, o de Sillerico, el sastre que viste presidentes...

El libro de Ayala, por otro lado, es un buen indicador de la atención que ha merecido últimamente la crónica periodística y los géneros afines. Hay por lo menos dos antologías recientes dedicadas a este tipo de escritura. En 2009, los escritores Maximiliano Barrientos y Liliana Colanzi editaron Conductas erráticas. Primera antología boliviana de no-ficción (Aguilar). “Ahora, más que antes, la gente tiene hambre por lo verídico, por la reconstrucción del acontecimiento, por la confesión; la necesidad de relatos que rearmen la experiencia, que indaguen en ella”, advertían los compiladores de ese libro.

A fines de 2011, Fernando Barrientos publicó Bolivia a toda costa. Crónicas de un país de ficción (El Cuervo / Nuevo Milenio). Otra antología pero esta vez centrada en el diseño polifónico del retrato de las múltiples caras de la Bolivia de hoy.

Así pues la crónica y la llamada no-ficción son género en alza. Bienvenida la escritura de la realidad.

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