lunes, 9 de abril de 2012

La letanía Esta es la obra ganadora del XIV Premio Nacional del Nuevo Cuento Breve

El sol sale. El sol se pone. El sol se pone. La letanía se repite infinitamente en la sucesión de los días, en la sucesión de las noches. Todo esto se repite en el ajetreo de la ciudad. La gente va. La gente viene. Los autos pasan. Los autos no pasan. El semáforo está en rojo. Ahora está en verde.
Todo se repite a los ojos del transeúnte aburrido, del obrero sudoroso, del oficinista ajetreado. También de la ama de casa, del chofer de micro o de los comerciantes informales. Y también a los ojos del estudiante, sentado en su pupitre, en esa aula vaporosa y atestada de gente, ve esa infinita letanía de la repetición.
“La letanía se repercute en todos los aspectos de la vida”, piensa el estudiante, con los brazos sobre el pupitre, mientras mira vagamente al profesor. La gente nace. La gente muere. Se entra al colegio, para entrar a una universidad. Se entra en la universidad para trabajar después. Se trabaja, para comer. Se come, para vivir. Y se vive... ¿para qué?
“Vive tu día como si fuera el último”, piensa el estudiante. “Eso se aleja de la letanía”, reflexiona. “Significa que cada día sería único, porque daría lo mejor de mí en diferentes formas, cada día”, piensa.
Y todo se vería distinto. “Sería como si hasta ahora hubiera vivido en un mundo en blanco y negro y desde ahora sería un mundo a colores muy vivos: ningún color se repetiría nunca más. Incluso la mosca que está volando frente a mí tiene algo especial. Quizás el color de su cuerpo no sea igual al de las otras moscas, o que vuele de una manera distinta, o que sus ojos tengan otro brillo”, piensa el chico mientras mira fijamente a la mosca.
“Solo hay que tener un poquito de imaginación, o interés, o buena disposición, o algo; pero yo ya no quiero estar aburrido, ya no quiero mirar por la ventana y pensar en la letanía, ya no quiero estar más tiempo así, o sino me convertiré en un muerto andante, en un alma sin vida, en alguien sin emoción, como los demás”.
“¿Y qué tengo que hacer para conseguirlo, para ser más, no sé, quizás feliz?” La pregunta flota y vuela en el aire por unos momentos, mientras que el cerebro del estudiante está a toda marcha. “Quizás tenga que hacer algo que me gusta, o tener mejores notas... o declararme a la chica que me gusta”. El chico mira fugazmente a la chica que está en el extremo derecho del aula, y luego oculta su cara entre sus brazos.
- ¡Rubén, repita lo que acabo de decir! -grita el profesor.
-¡No, no sé lo que dijo, profe, disculpe!
Los alumnos en el aula se ríen. -¡Bueno, no te quedes en los brazos de Morfeo otra vez!
Los alumnos ríen de nuevo. La chica se vuelca a mirar a nuestro estudiante y sonríe. Y este último también sonríe y sabe que sus días no volverán a ser iguales jamás.

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