domingo, 15 de abril de 2012

Galeano, los hijos de los días

Convencido, como los mayas, de que los hombres son hijos del tiempo y también de las historias, Eduardo Galeano compuso un libro en el que parece haber condensado, con brillo y síntesis, toda su poética: un volumen que rastrilla la Historia en busca del relato que cada día del año tiene para contar.
Con la capacidad de pasar de la Antigüedad al presente, e ilustrado con algunos de sus collages, Los hijos de los días (Siglo XXI) despliega 366 historias de política, amor, grandeza, arte, héroes, culturas, derrotas y la modesta victoria de seguir vivo otro día más. Desde Montevideo, Galeano habló de todas ellas, de las muchas que dejó afuera y de las muchas más que todavía carga consigo.

Calendario perpetuo, almanaque literario, agenda existencialista, rutina espiritual, Los hijos de los días está compuesto de 366 historias breves, una para cada día del año. Las temáticas de esas historias trascienden, por supuesto, los límites territoriales de América latina, la gran obsesión de Galeano, y también saltan los muros del tiempo: historias que van desde la Antigüedad de un Aristóteles políticamente incorrecto asegurando que “la mujer es un hombre incompleto” hasta el inicio de la tumultuosa década en que una banda desconocida –dos guitarras, un bajo, una batería–grababan en Londres su primer disco. Después regresaron a Liverpool y se sentaron a esperar. Contaban las horas, contaban los días. Hasta que no les quedaron uñas por comer, hasta que llegó la franca respuesta de la discográfica diciendo: “No nos gustó su sonido, las bandas de guitarra están desapareciendo”.
Galeano culmina el texto con un rotundo y esclarecedor: “Los Beatles no se suicidaron”.

Sin embargo, a pesar de que resulta temporalmente ubicuo, es un libro anclado en el 2012, al menos ese es el presente de referencia de esta verdadera máquina del tiempo. De hecho, dentro de esos 366 días, está incluido el 29 de febrero: “el día de hoy tiene la costumbre de fugarse del almanaque, pero regresa cada cuatro años”. Otro día especial es, por supuesto, el 1º de enero, aun cuando para muchas culturas como los mayas, los judíos, los chinos y los árabes, no sea en rigor el primero del año. No obstante, ese rito de pasaje que constituye cada celebración de año nuevo, esa solidaridad acelerada, algo artificial y fugaz que acarrean cada uno de esos días festivos, también forma parte del ritual del tiempo, también es parte de este libro.

“Todos los días tienen alguna historia que contar, que vale la pena escuchar. Yo creo, como los mayas, que somos hijos de los días, y por lo tanto estamos hechos de átomos pero también de historias. Me costó elegirlas. Tuve que sacrificar muchas para que quedaran las poquitas que quedaron. Es tan vasto el mapa del tiempo, es tan enorme el mapa del mundo. Y todos tenemos algo que contar, algo que vale la pena ser escuchado y celebrado o perdonado. Y dicho sea de paso, creo que mis hermanos de la teología de la liberación se equivocan cuando dicen que son, o quieren ser, la voz de quienes no tienen voz. Todos tenemos voz, todos, todos, pero ocurre que son muy pocos los que pueden ser escuchados”, responde Galeano, desde Montevideo.

Y una de las sensaciones más fuertes que despierta este libro es precisamente ese vértigo temporal, como si estuviéramos haciendo equilibrio en la soga de la historia, viendo el pasado convertirse en historia y la historia proyectarse de manera irreversible hacia el futuro, sobre todo por un eficaz recurso que emplea a lo largo de todo el libro y consiste, básicamente, en la repetición de frases como: “En el día de hoy del año 2002”, “En este día de enero de 1808”, “Esta noche en 1770”, “Hoy es el día de la mujer”.

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