Incluye numerosos testimonios, e información obtenida principalmente de las crónicas parroquiales de San Francisco, en Tarija.
Invalorable fue el aporte, desde Camiri, de Trifonia Padilla, quien durante doce años acompañó la labor del franciscano.
La organización del texto y redacción final estuvo a cargo de Lucila López, con la colaboración de Silvia Gareca, formadora de catequistas del área rural durante nueve años, quien en los últimos meses ayudó también en la selección de fotografías.
Y desde Italia, llegaron aportes de la sobrina del franciscano, Daniela Bortone, y de sus amigos Simonetta Melani y Nicola Montagni.
Los Editores
DEDICATORIA
Con este libro quiero dar a conocer la labor evangelizadora que desempeñé al llegar y vivir en Bolivia por 48 años, especialmente en Tarija, Camiri y Potosí.
Esperando cumpla con esta finalidad y que el lector aprecie el trabajo de los franciscanos, tanto en el campo de la fe, la cultura y el apoyo para el desarrollo de sus habitantes; ruego a Dios que el camino misionero sea un ejemplo de vida y que muchos jóvenes se animen a seguir la huella de San Francisco de Asís.
Dedico este libro a mis padres, Pascual y María Luisa; al P. Lorenzo Calzavarini, compañero de estudio y de trabajo. A mis hermanos del Convento San Francisco de Tarija, a los franciscanos del mundo entero, de manera particular a todos con los que compartí momentos de alegría, dolor e incomprensiones.
De manera especial quiero dedicar este retazo de mi vida a la juventud boliviana, en el Año Internacional de la Familia, invitándoles para que se animen a servir a JESUCRISTO, que cada día nos dice: “YO soy el camino, la verdad y la vida”.
PAZ Y BIEN.
Fr. Deodato Di Gerónimo
MENSAJE DE MONS. LEO SCHWARZ
Querido P. Deodato, Hermano y Amigo, San Francisco de Asís, el modelo de tu vida, tenía veintitrés años, cuando un día de otoño de 1205, mientras se encontraba absorto en oración en la Iglesia de San Damián le pareció oír una voz del crucifijo: “Vete a restaurar mi Iglesia”. No le costó mucho tiempo a nuestro Santo, San Francisco, entender la voluntad del Señor.
Nosotros necesitamos, a veces, toda la vida para interpretar el plan de Dios en lo concerniente a nuestra vida.
Juntamente contigo, querido P. Deodato, doy gracias que el Señor te ha donado tantos talentos para restaurar su Iglesia, es decir implementar la voluntad de Dios en todas las etapas de tu vida como Hermano Franciscano.
Es cierto que no te faltaron oportunidades como misionero en Bolivia. Los desafíos han sido múltiples. Hace cuarenta y siete años nos encontramos en Camiri, yo trabajando en Muyupampa en el departamento de Chuquisaca. Eran encuentros casuales y de cierto modo desde lejos. Pero ya hace cinco años te puedo observar de cerca, continuamente en la ciudad de Tarija. Ya puedo valorar más tu entrega a la restauración de la Iglesia como muestra tu biografía. Ciertamente has anunciado primeramente la Buena Nueva, la Palabra del Señor, has administrado tantas veces los santos sacramentos, contribuyendo así a la santificación de tus feligreses y a la edificación del Cuerpo de Cristo en tus territorios.
Tu entrega pastoral ha sido alimentada por la solidaridad con tus hermanos Franciscanos. Cada convento es una oportunidad de recogimiento, oración y vida en comunidad. Es esta la familia de hermanos que son seguidores de Jesús según el ejemplo de San Francisco y así atentos, construyendo y aguardando el Reino de Dios.
En nuestras conversaciones, también poco a poco he obtenido una impresión general de las numerosas construcciones y renovaciones de capillas e iglesias, que tú has iniciado y que bajo tu vigilancia alcanzaron perfección. Siempre te has esforzado en hacer las cosas sólidas y eficaces.
Ahora sí, tantos feligreses pueden tener un lugar para celebrar la Eucaristía dignamente y para su convivencia fraternal.
Dos años antes de su muerte San Francisco, ya agotado físicamente, Jesucristo lo marcó en el monte Alvernia con los estigmas, haciéndole participar más estrechamente en su Santa Pasión. Ahora tú, querido Hermano Deodato, estás cargando con la Cruz por esta enfermedad insidiosa, uniéndote de esta manera con la Pasión de Cristo.
Con esta biografía participamos en tus notables experiencias buscando vías hacia la perfección. Que el Señor te bendiga y que San Francisco te proteja.
Leo Schwarz,
Obispo Auxiliar Em. de Tréveris Alemania
Introducción
UN PUENTE DE AMOR ENTRE ITALIA
Y BOLIVIA
Tanto en el campo como en la ciudad, donde quiera que se encuentre un Franciscano, sus huellas están impresas en el campo de la Evangelización, la educación, la historia, la investigación, la ciencia y la cultura.
Más de cuatrocientos años de historia conlleva este puente de amor entre Italia y Bolivia. Fueron los Franciscanos, quienes sin otra arma que su fe, conquistaron a los pueblos Tobas, Guaraníes, Toctenes, Yuracarés y otras etnias, internándose en las candentes arenas del Chaco y en la selva amazónica de Bolivia.
El presente libro, “Las Huellas de Asís en Bolivia, Vida y obra de un Franciscano”, recoge un ramillete de las flores plantadas por el P. Deodato Di Gerónimo, de la Orden de los Franciscanos Menores, O.F.M.; su labor es parte de la gran corona de las huellas de los franciscanos en Bolivia.
Personalmente, son muchos los recuerdos que guardo de mi cercanía con los Padres Franciscanos que sirvieron y siguen sirviendo a Dios en Tarija y en el Gran Chaco, desde que a los cuatro años traspasé por vez primera la puerta del Convento; luego como maestro de música en el Colegio Antoniano, en el Seminario Franciscano como docente de los seminaristas y finalmente al formar parte de la escuela de los “artesanos de la palabra”, que formó el Padre Lorenzo Calzavarini en el Centro Eclesial de Documentación.
Los Padres: Esteban Migliacci, Gerardo Maldini, Gabriel Landini, Lorenzo Calzavarini, Mons. Francisco Focardi, Hno. José Uriburu, han sellado mi alma con sabias enseñanzas, y hoy sigo aprendiendo de otro Franciscano, el Padre Deodato Di Gerónimo, que pese a su delicado estado de salud no pierde un solo minuto de su tiempo, siempre al servicio de todos, como es el lema de vida de la Orden Franciscana.
Conocí al joven Párroco de San Francisco en un Festival en el cual estuvo presente el Coro Universitario, del cual yo formaba parte; aquella noche el Padre Deodato Di Gerónimo, con el micrófono en mano, fue el mejor presentador de aquella velada cultural, porque no descuidó ningún campo de acción, mostrándose como el líder de los caminos de evangelización, como lo hicieron sus antecesores.
Este libro se desarrolla a partir de entrevistas individuales y colectivas, y particularmente con el testimonio del Misionero.
Contiene cuatro partes:
1.- Datos biográficos, su familia, el encuentro con su vocación y la vida como seminarista.
2.- Su actividad pastoral en Camiri, Tarija y Potosí. Estos relatos rescatan un modelo de religiosidad popular, desde la perspectiva del pastor del rebaño en rol de “Párroco post-conciliar”. Junto a esa actividad, se describe cómo la formación de los laicos fue una responsabilidad asumida en la vida pastoral diaria del P. Deodato. Toda esta actividad evangelizadora no fue indiferente entre los católicos y los habitantes de la región, ella fue reconocida y agradecida por medio de diferentes distinciones y reconocimientos dados por la sociedad civil, que agradece la labor de un misionero franciscano en los tiempos modernos.
3.- Testimonios sobre la vida y actividad del P. Deodato Di Gerónimo. Se transcriben también cartas de su archivo personal, sólo un ejemplo de cómo las profundas vivencias misioneras en Bolivia tenían eco en la vida de los amigos que acompañaban al joven franciscano en su misión en América.
4.- La última parte está dedicada a los agradecimientos y a recordar a los amigos que han acompañado su camino misionero.
Lucila López Tamayo Uriondo
Tarija, Diciembre de 2013
PARTE I
LA FAMILIA, EL ENCUENTRO CON SU VOCACIÓN RELIGIOSA, Y LA VIDA COMO SEMINARISTA
LA FAMILIA
Es importante conocer el ambiente donde se ha nacido, la familia es la primera escuela de cualquier ser humano, dentro de un contexto en el cual las costumbres y tradiciones de un país, pesan en la formación de los seres humanos.
Pascual Di Gerónimo y María Luisa, sastres de profesión, vivían en una pequeña casa en la ciudad de Lacedonia, provincia de Avellino. Esta región de la Campania, al sur de Italia, es particularmente bella y montañosa.
El 6 de julio de 1936, Pascual y María Luisa fueron bendecidos con la llegada de un niño, que fue bautizado el 16 de julio, en la catedral de su pueblo natal, con el nombre de Giuseppe (José). Luego llegaron a agrandar la familia los hermanos Miguel y Gaetana.
Como los recursos económicos eran escasos, sus padres trabajaban también como agricultores. A propósito nos relata:
“Tenían dos parcelas de tierra: en una cultivaban trigo y en la otra, ubicada cerca de la casa, se producía uva, verduras y frutas para el consumo diario. Mi familia sufrió las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos y la escasez de alimentos.”
Cuando Giuseppe tenía ocho años sufrió una grave enfermedad, que lo tuvo por casi tres meses entre la vida y la muerte, pero el Señor, que lo quería Misionero en Bolivia “no sólo me salvó la vida sino guió mis pasos.”
El recuerda con amor los sacrificios de su madre:
“En la mañanita preparaba la masa para el pan, la envolvía en un mantel y unas frazadas para que se fermentara. Con la masa preparaba unos cinco panes, de unos dos kilos cada uno. Cada pan llevaba una marca hecha con el borde de un vaso para ser reconocido, porque el horno era público y, al no haber dinero, se pagaba al dueño del horno con la misma masa de pan...”
“Mi madre, mujer santa y laboriosa, ayudaba a mi padre en las labores como sastre. Toda la familia cada noche, de rodillas cerca del fuego en los inviernos, rezábamos el Rosario con la guía de nuestro padre”.
Con emoción contenida nos cuenta sobre su niñez:
“Nuestra casita en Lacedonia era muy pequeña... un cuarto grande, que era a la vez cocina, un taller para los papás, que eran sastres... un dormitorio para los papas; yo y mi hermano teníamos la cama en un mezzanine de madera ".
“Durante el invierno los niños llevábamos un trozo de leña para la estufa de la escuela, y los vecinos formaban caminitos para que pase la gente, debido a la nieve que caía. El desayuno era una simple tortilla de maíz”.
“En el pueblo había sólo tres fuentes públicas para recoger agua. Había que ponerse en fila, con un barril de madera, esperando turno, como hace nuestra gente en Bolivia para comprar el gas... El verano lo pasábamos cosechando el trigo y recogiendo las espigas... no en la playa como lo hacen hoy en día los niños y jóvenes en Italia y los países ricos”.
Cada domingo la familia participaba de la Misa y de todas las fiestas religiosas.
“En la novena de Navidad acudíamos a la catedral, aunque hubiese mucha nieve, para cantar los villancicos... ‘Tu scendi dalle stelle...’ que siempre era acompañado por el órgano y las zampoñas”.
“Mi padre a los seis años quedó huérfano, y junto a mi tío Salvador, de cuatro añitos, ingresaron en un hogar de acogimiento. Mi padre aprendió la profesión de sastre y mi tío la de zapatero”.
“El año 1952 mi padre decidió trasladar a toda la familia a Empoli, ciudad más grande que Lacedonia, cerca de Florencia, para ofrecernos mayores posibilidades de estudio y conseguir un mejor trabajo”.
El pequeño José corría los cincuenta metros que separaban su casa de la Parroquia de “Santa María a Ripa”, en Empoli, nos cuenta sonriendo, y agrega:
“Iba a la Misa para ayudar como monaguillo al Párroco, P. Deodato Pres- tini. De allí proviene el nombre que llevo como Franciscano; recuerdo que aquél Párroco recibió con mucho amor a mi familia, porque fuimos los primeros migrantes llegados a Empoli desde el sur de Italia; hasta nos regaló una mesa con cuatro sillas de fierro de las que tenía en el bar de la Parroquia. Esas sillas y la mesita, aún siguen vivas en mi casa, las guardamos como una reliquia”.
VOCACIÓN RELIGIOSA Y VIDA DE SEMINARISTA
En agosto de 1953, a los 17 años, el joven José Di Gerónimo ingresó al Seminario de San Rómulo, en Figline Valdarno.
Hoy, en la enfermería del Convento de San Francisco, en Tarija, recuerda que al inicio fueron aproximadamente cien los seminaristas, y recordando a sus maestros nos cuenta:
“Nuestros formadores fueron: P. Camilo Bensi, Rector; P. Vigilio Ridolfi, Vicerrector; P. Ludovico Serafini, Maestro; P. Fulgencio Barbagli, profesor de italiano, griego y latín; P. Vito Boddi, profesor de matemáticas”.
“Está en mi memoria que el Padre Ludovico había sido Misionero en China y a consecuencia de la persecución comunista volvió a Italia”.
“En el Seminario fueron tres años de grandes sacrificios por la comida, que a veces era muy escasa. Por el frío del invierno, el único ambiente caliente era la sala de estudio; la estufa era alimentada con aserrín, que todas las mañanas se cargaba dentro de un turril de hierro, poniendo en el mismo una madera redonda de unos 15 centímetros de diámetro. Había una cancha de fútbol donde íbamos después del almuerzo, para el recreo”.
“En el Seminario Menor el dormitorio era común: uno para los mayores y el otro para los más pequeños, separados ambos por unas maderas. Al lado de los dormitorios había dos cuerpos de baños, pero por el tiempo limitado que teníamos apenas nos lavábamos la cara, como los gatitos; además disponíamos de un roperito para guardar la ropa personal”.
NOVICIADO EN EL MONTE ALVERNIA
Terminados los primeros estudios en el Seminario Menor de Figline Valdarno, pasaron a La Verna, lugar santo, donde les pusieron el hábito de franciscanos.
“Aquí comenzó nuestro noviciado, un tiempo de prueba para descubrir la verdadera vocación para la vida franciscana”.
“Se estudiaba la vida de San Francisco de Asís, de manera particular la Regla de la Orden de los Frailes Menores y para reforzar nuestra vocación dedicábamos mucho tiempo a la oración y al trabajo, hecho con gran sacrificio”
“Éramos once seminaristas, el número completo para formar un equipo de fútbol”.
“Entre las experiencias más vividas en tiempo de seminarista recuerdo que todas las noches, durante el noviciado, nos levantábamos para el rezo de maitines en la Basílica y, aunque hacía frío y había nieve, todos asistíamos con sandalias, sin medias, y salíamos en procesión de la Basílica a la Capilla de los Estigmas”.
“Al terminar el Noviciado hicimos los votos temporales. Este acontecimiento, tan importante en nuestra vida de servicio al Señor, a la Iglesia y a la Orden, tuvo lugar el 29 de julio de 1957. Ya sólo éramos diez quienes habíamos decidido seguir las huellas de Asís”.
ESTUDIOS DE FILOSOFÍA
Terminado el noviciado, en el mes de agosto de 1957, fueron trasladados al Convento de Colleviti Pescia para iniciar los estudios de Filosofía, que durarían 4 años.
“Aún podíamos jugar al fútbol los diez, desafiando a los otros seminaristas que cursaban estudios en el mismo Convento” —nos dice.
“En ese Convento no contábamos con un espacio para jugar, por eso íbamos a una cancha que estaba en el bosque. Caminábamos una hora de ida y una hora de vuelta, más el tiempo de juego. Al volver, y después de lavarnos, pasábamos a la Iglesia para el rezo del breviario, y algunos se dormían, otros soltaban el libro de rezos...”
“Luchamos tanto para tener una cancha propia en el convento... y al final, una mañana, por fin vimos un tractor grande que nivelaba el terreno. Qué alegría sentimos al saber que volveríamos a tener ese espacio, vital en nuestro desarrollo físico; no puedo describir la emoción del día cuando se inauguró la cancha deportiva”
“También guardo entre mis recuerdos entrañables las enseñanzas y habilidades de los maestros y hermanos, entre ellos del Guardián, P. Agostino Serafini, P. Teófilo Gori, P. Giorgio Giorgini, P. Silvano Niccolai, P. Michelangelo Giuntoli, P. Salvatore Salvatori, y Fray Antonio De Marinis”.
Relata con admiración las habilidades del P. Agustín Serafini, profesor de Física.
“Era muy calificado por su gran capacidad, él compró las piezas necesarias y armó un televisor a color”.
Otro recuerdo que describe con ternura es la labor de Fray Antonio De Marinis:
“Preparaba el café para todos los hermanos del convento y costuraba los hábitos de los frailes con precisión”.
ESTUDIOS DE TEOLOGÍA
Terminados los cuatro años de Filosofía los estudiantes pasaron al convento de San Francisco de Fiésole, para el estudio de Teología. Este convento está ubicado a 10 kilómetros de la ciudad de Florencia:
“Desde allí se tiene una hermosa vista y por la noche se puede divisar Florencia, como un inmenso jardín de luces”.
“Todos los estudiantes nos sentíamos muy felices porque éramos muy queridos por nuestros profesores y demás hermanos de la comunidad. También recuerdo a Fray Clementino que era el sacristán. Siempre puntual para el toque de la campana, ayudaba en todas las misas y preparaba todos los ornamentos para las celebraciones. Hombre de gran caridad para con los pobres, se privaba de comer y lo guardaba para dárselo a ellos”.
Con el ejemplo de sus formadores el joven seminarista fue fortaleciendo su vocación de servicio, sus conocimientos y su inquebrantable decisión de servir a Dios como franciscano. Para optar definitivamente por la vida franciscana, el 30 de junio de 1962, realizó la Profesión Solemne o Votos Perpetuos.
“En los cuatro años de teología estudiamos Dogmática, Moral, Sagrada Escritura, Liturgia, Música y Canto Gregoriano, Historia de la Iglesia y de la Orden Franciscana, para que guiados por nuestros profesores nos preparáramos para ejercer nuestro ministerio sacerdotal”.
“Había un coro de seminaristas, pero como mi voz no era tan buena, yo era el monaguillo perpetuo, y siempre estaba muy cerca del altar”.
ORDENACIÓN SACERDOTAL
Terminados los cuatro años del estudio de Teología, recuerda que se reunieron en la Iglesia de San Francisco de Figline Valdarno para la Ordenación Sacerdotal:
“Éramos un grupito de seis (un número suficiente para organizar un equipo de básquet y no así de fútbol, como al comienzo del noviciado)”
—nos dice riendo emocionado con los recuerdos.
Y llegó el día esperado:
“La mañana del 29 de junio de 1965 nos reunimos en la Iglesia ‘San Francisco’ de Figline Valdarno, iglesia amplia, bella y artística. Ahí, junto a nuestras familias, parientes, amigos y los Franciscanos, se hizo realidad nuestro sueño de ser ordenados Sacerdotes. El Obispo que nos consagró fue Monseñor Antonio Bagnoli, Obispo de Fiesole”.
El Rito de Ordenación comenzó con la presentación de los ‘Ordenandos’, luego se pudo escuchar la voz con el pedido del Padre Bernardino Serafini, ministro Provincial, quien dirigiéndose al Obispo dijo:
-Reverendísimo Padre, la Santa Madre Iglesia pide que ordenes Presbíteros a estos hermanos nuestros.
El Obispo pregunta:
-¿Sabes si son dignos?
-Doy testimonio de que han sido considerados dignos.
Luego resonó en el enorme templo (atestado de sacerdotes, familiares de los Ordenandos y vecinos) la voz del Obispo diciendo:
-Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para la Orden de los Presbíteros.
Ahí el templo de San Francisco de Figline se sacudió con la respuesta:
-¡Demos gracias a Dios!
UNCIÓN DE LAS MANOS
Luego de las preguntas de rigor para que los futuros Presbíteros den su respuesta a Dios (representado en ese momento por el Obispo) la autoridad de la Iglesia, al ungir las manos con el Santo Crisma a los futuros sacerdotes les dice:
- Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el Sacrificio Eucarístico -y entrega a cada uno la patena y el cáliz.
“Es un momento de máximo recogimiento, pues las manos ungidas tendrán la misión de consagrar, en adelante, el pan de Cristo y de anunciar la palabra del Señor.” —nos explica el franciscano.
“Aquel día se vivió una gran fiesta: durante la celebración de la Santa Misa -rememora-; luego los saludos y abrazos de parientes y amigos que besaron nuestras manos recién consagradas. Posteriormente en el Convento de San Francisco compartimos el almuerzo y, en esa oportunidad, el discurso que escuchamos fue del Padre Provincial, Fray Bernardino Serafini. Apenas podíamos contener la emoción y la alegría en el brindis y al saborear la deliciosa torta de varios pisos, preparada para este acontecimiento”.
PRIMERA MISA EN EMPOLI
El 4 de julio de 1965, el recién consagrado Sacerdote celebró su Primera Misa en la Parroquia de ‘Santa María a Ripa’, tan cercana a su propia casa y a su corazón.
Giuseppe ya había recibido en el noviciado el nombre de Deodato, que significa ‘a Dios dado’, entregado, consagrado a Dios.
“Preparé cuidadosamente mi primera celebración, junto al Párroco Padre Nazareno Poletti, al Guardián y al Ecónomo del Convento, a los que se sumó el coro de la Parroquia. Pero no sabía exactamente lo que mi corazón sentiría al depositar el Cuerpo de Cristo en los labios de mi amada madre y de mi padre, hermanos y parientes. Ese momento fue único y permanece intacto en mi corazón, junto al lema Franciscano de Paz y Bien”.
PRIMERA MISA EN TURÍN
El 11 de julio celebró la primera Misa también en Turín, parroquia de Patroccinio di San Giuseppe. Aquí vivían sus tíos Salvatore, hermano de su padre, y Serafina su esposa, sus primos Giuseppe y Michele, junto a algunos parientes y muchos amigos.
PRIMERA MISA EN LACEDONIA
El 15 de agosto celebró su primera misa en Lacedonia, su pueblo natal, donde vivían parientes, compañeros de estudio y amigos.
El Franciscano concluye así el relato de sus últimos días en Italia:
“El 15 de agosto celebré la Primera Misa también en Lacedonia, mi pueblo natal donde vivían muchos parientes, compañeros de estudio y amistades.
El 7 de enero partí rumbo a Bolivia, en barco”.
INICIO DE UN LARGO VIAJE
Relato de su travesía
“A fines de 1965 comencé a despedirme de familiares, amigos y los hermanos franciscanos”.
“Mi madre, cuando se enteró de que yo venía para Bolivia, comenzó a llorar; mi padre, al contrario, no sólo aceptó sino que se alegró al saber que el Señor me había llamado a la misión. Con mucho cuidado escogí y preparé la ropa que traería a Bolivia”.
“El 7 de enero de 1966, por la mañana bien temprano, en tren llegué al puerto de Génova, con mi padre, hermanos, tíos y primos. En el puerto hice los trámites necesarios y luego de despedirme de todos mis seres queridos, con lágrimas aún frescas... subí al barco -llamado Augustus-, que zarpó antes del atardecer”.
“Los pañuelos blancos de los familiares y amigos de todos los que emprendíamos el viaje al nuevo continente eran los mudos testigos del dolor de la separación”.
“En el mismo barco viajaban once Obispos, que retornaban a su diócesis después de haber participado en la última sesión del Concilio Vaticano II, 28 Sacerdotes y 41 religiosas; entre ellos se encontraba Mons. Luis Rodríguez, Arzobispo de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, quien con el cariño propio del pueblo boliviano nos invitó, a quienes viajábamos hacia Bolivia, a almorzar en el comedor de primera clase. En este mismo barco venía también el altar de mármol de Carrara y el mosaico que los familiares y amigos donaron a Monseñor Juan Niccolai para el Santuario de Chaguaya”.
VIAJE A BOLIVIA
Algunos apuntes sobre Bolivia
Concluida la guerra por la independencia, el 6 de Agosto de 1825, fue fundada la República de Bolivia en el territorio que, originalmente había formado parte del imperio incaico y que, durante la colonia española, dependía de la Audiencia de Charcas.
Política y geográficamente, el país está dividido en nueve departamentos: La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Potosí, Chuquisaca, Oruro, Tarija, Beni y Pando. La capital es la ciudad de Sucre en la que funciona el Poder Judicial. La Paz, donde reside el gobierno, es la sede de los Poderes Ejecutivo y Legislativo.
En 1879, Chile desencadenó la Guerra del Pacífico; Bolivia perdió su costa marítima y se convirtió en un país mediterráneo con los perjuicios emergentes que esta situación crea en la vida nacional.
En cuanto a la población, ella está formada mayoritariamente por mestizos, quechuas y aimaras con los centros más numerosos en el Occidente del país. En el Oriente y el Sudeste estuvieron los guaraníes de espíritu guerrero caracterizados por su ferocidad y que no pudieron ser incorporados por los españoles a la cultura occidental.
En el Este del actual departamento de Tarija estuvieron secularmente asentados los guaraníes, llamados comúnmente chiriguanos también caracterizados por su espíritu guerrero y ferocidad, pues no pudieron ser sometidos por los incas.
El único trabajo de importancia para la incorporación de estos grupos étnicos establecidos sobre todo en el Chaco fue llevado por los religiosos de la Iglesia Católica.
El 4 de mayo de 1606 fue fundado en la villa de San Bernardo de Tarija, el Convento Franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles. En 1755 la Santa Sede le otorga la categoría de Colegio de Propaganda Fide, institución que había sido creada en 1622 por el Papa Gregorio XV, con fines orientados de manera especial a la evangelización de los indígenas.
Desde entonces, en forma ininterrumpida, los religiosos franciscanos mantienen su presencia en la región con las misiones que comenzaron construyendo templos, escuelas y viviendas y, sobre todo, predicando el Evangelio para hacer conocer a Cristo en remotos lugares. Su labor, además, ha consolidado la soberanía boliviana en lejanas tierras.
Los trabajos que llevan a cabo los misioneros son muy sacrificados y dignos de elogio. Son muchos los que han ofrendado su vida en zonas inhóspitas en su afán de hacer conocer el Evangelio y llevar la cultura a grupos de poblaciones que no han recibido la atención debida de los poderes políticos.
ITINERARIO Y LLEGADA
“Salimos de Génova rumbo a Nápoles, Barcelona y Lisboa. El barco llegaba por la mañana a cada puerto, y zarpaba por la tarde para dar a los pasajeros la oportunidad de visitar las ciudades donde el barco atracaba. Durante el viaje la tripulación del barco nos enseñó cómo reaccionar y el lugar de encuentro en caso de accidente o incendio”.
“Desde Lisboa nos embarcamos para Río de Janeiro”.
“Cuando atravesamos la línea del Ecuador se organizó una gran Fiesta; a quienes lo hacíamos por primera vez nos embarraron la cara con harina, para luego lanzarnos a la piscina, al igual como hacen los estudiantes en Bolivia y que llamamos la “mostrenqueada”
“En Río de Janeiro, Brasil, conocimos la famosa playa de Copacabana, el ‘Cristo del Corcovado y el Cerro ‘Pan de Azúcar’. De allí partimos para el puerto de Santos, donde comí por primera vez bananas y piñas. En taxi fuimos a Sao Paulo, para conocer la ciudad. Volvimos a Santos y por la tarde nos embarcamos para el puerto de Montevideo, Uruguay, donde bajamos a conocer la ciudad, para luego llegar ya a nuestro destino final, Buenos Aires, Argentina”.
“En la mañana del 25 de enero desembarcamos en Buenos Aires, y con nuestras cosas nos fuimos al Convento Franciscano de Sion, donde habitaban los frailes romanos y españoles. Tardamos diez días en sacar nuestras cosas de la Aduana del puerto, debido a una grabadora que yo traía; ni Fray Pedro, pudo hacer nada siendo amigo del Presidente Juan Domingo Perón; ahí fuimos testigos del llanto de la gente cuando los gendarmes requisaban los baúles”.
“Luego emprendimos el viaje en tren hacia Bolivia. Fue un viaje muy incómodo por el calor y la tierra; llegamos a Tartagal el 8 de febrero y al día siguiente, 9 de febrero tomamos un bus hasta la frontera con Bolivia. Llegamos a Yacuiba casi de noche, a la Parroquia de San Pedro, donde vivía el P. Oliverio Pellichelli con otros sacerdotes. Por la noche tomé el tren rumbo a Boyuibe, a donde llegamos a las cuatro de la madrugada; de ahí el resto del trayecto fue en góndola. Un viaje realmente terrible, yo estaba lleno de susto por los huecos y pozos del camino; finalmente llegamos a Camiri, ¡la meta tan deseada!”.
“A las ocho y cuarto de la mañana del día 11 de febrero me recibió Modesta, la cocinera del Convento, junto a Vicenta, la hermana del P. Desiderio Aruchari, actual Guardián del Convento de Tarija”.
“Por la noche, a las siete, celebré la primera misa en Bolivia. El P. Eugenio Natalini dio las palabras de bienvenida. Era una noche de tremendo calor, humedad y mosquitos”.
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