martes, 1 de julio de 2014

RIVERO. EL ARTE DE SALIR DE CASA

¿Cuántas formas hay de salir de casa?, quizás sea una de las sugerencias que propone 98 segundos sin sombra (2013), la última novela de la boliviana Giovanna Rivero, entre otras más. Porque si bien la obra se desarrolla a través de la forma del diario de una adolescente llamada Genoveva, donde se observan los conocidos y angustiosos conflictos del paso a una nueva edad, el mayor deseo de la protagonista es la fuga, debido a la asfixia que le produce su ambiente familiar y social. Genoveva es una lúcida provinciana que, rabiosamente, quiere salir de casa y del pueblo donde vive, que, paradójicamente, tiene nombre de planeta recién descubierto, Thérox, alias el ‘Culo del Mundo’.
Pero ¿cómo puede fugarse una chica de 16 años, sin plata y sin muchos amigos, del culo del mundo? El sentimiento de inadaptación al horizonte impuesto por los padres y el colegio de monjas marca el registro descarnado, conmovedor y deslenguado de Genoveva. Ella denuncia la estrechez de las aspiraciones y los roles familiares demarcados en su casa al punto de pedir la muerte del padre, figura en la cual residirían la cobardía, el machismo y el conservadurismo: “No le deseo una muerte dolorosa, lenta, no es eso, bastaría con una soga en perfectas condiciones, estoy harta de que vivamos fingiendo”. Segunda paradoja: ese padre, que resumiría los males que oprimen a Genoveva, a la vez, es trotskista. Las dos contradicciones apuntadas son señales de una época donde conviven un desencanto por las utopías y la idea de progreso.

Honestidad
En este contexto, la voz de la adolescente actúa como una ácida máquina que desnuda las típicas hipocresías de una familia pequeño-burguesa; en el diario, donde hace un guiño con el de Anna Frank, ella no finge, suelta sus sentimientos y sus dudas sin pelos en la lengua. Pero el registro de Genoveva, además, tiene un rasgo bien particular: una tendencia por la hipérbole, no sabe de medias tintas, figura retórica que, al parecer, proviene de ese medio social que la oprime: “La monja se cree poeta y nos satura la mente de adjetivos paroxísticos, adjetivos infernales, como si vivir en este pueblo paroxismal no fuera suficiente”. Este rasgo, me atrevería a decir, es la marca que distingue a la narrativa de Rivero, propia de esos cuentos de gran altura poética como los de su libro Sangre dulce (2006), aunque, en vez de “paroxismo”, un término que le hace más justicia es el de un registro pasional o febril, donde hay lugar para los refranes, los dichos y las palabras soeces, y donde las acciones de los personajes tampoco son de medias tintas. En esta novela, Genoveva habla con el arrebato de una adolescente que ansía huir de su casa para sobrevivir, aunque quiere huir intensamente.

Pero, volviendo a lo anterior, ¿cómo puede fugarse una chica de esa edad? A este problema, Genoveva nos susurra: con la lectura. Porque, aunque en su casa las limitaciones monetarias reinan, hace tiempo que ella partió imaginariamente nutriéndose de toda esa cultura de las revistas científicas y esotéricas de los 80, en especial, la revista Duda, lo increíble es la verdad. Es decir, la protagonista conoce toda esa literatura hija de Madame Blavatsky (así como apuesta por los viajes siderales promovidos por la ingesta de hojitas lisérgicas), territorios llenos de ficción donde “todo es posible” porque se recibe eclécticamente a la ciencia, al budismo o la religión católica, y donde la pregunta por el ser, lo espiritual y los misterios del universo son las principales preocupaciones. Los únicos requisitos para sumergirse en ese mundo son la lucidez y la imaginación, ingredientes que Genoveva tiene de sobra, y le permiten llegar a esa hermosa escena con la que cierra la novela; de la cual solo daré unas pistas: una chica toma su último número de la revista Duda sobre su pecho, “como un escudo”, entre otros objetos valiosos, y sigue el rumbo de las estrellas

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