lunes, 24 de junio de 2013

Los nuevos talentos nacionales asoman en el II Concurso de Historieta: ¿Cómo son?



Hacia dónde va la historieta que se hace en Bolivia? Es decir, aquella que están pergeñando los nuevos valores, llamados —con urgencia— a tomar la posta —o a correr junto a— Susana Villegas, Álvaro Ruilova, Joaquín Cuevas, Alejandro Salazar, Alejandro Archondo, Frank Arbelo y algunos más.Esta pregunta se formuló el jurado del II Concurso de Historietas auspiciado por el Gobierno Municipal de La Paz, que dio el premio de Bs 6.000 a Tantawawita, una obra de Carla Díaz Jarandilla y Salvador Pomar Velázquez.

El fallo fue dividido y el segundo puesto (Bs 4.000) quedó para Barrio de Sergio Picolomini y Román Nina.

Ambas obras representan extremos de las formas de abordar el género en el país, tal cual se constató también en el conjunto de 18 obras presentadas al certamen que tiene como contraparte a la agrupación Viñetas con Altura.

Por un lado está la historieta más bien convencional, aquella que se apega a lo tradicional tanto en forma como en contenido. Lo hace visualmente muy bien, hay talento para el dibujo y para seguir las reglas de la narración a través de las viñetas, etc. El resultado: cuenta correctamente una historia y logra enganchar al lector menos conocedor del género. Le falta, eso sí, vuelo: que la plataforma de lo local, la costumbre, sirva para algo más que para mostrar. Tantawawita se inscribe en esa línea. El Día de Difuntos, tal cual se celebra en la zona andina del país, desfila en las coloridas viñetas.

Por otro está la propuesta experimental, aquella que se arriesga en forma como en contenido; igualmente exigente en su trazo, pero jugando mucho más con el espacio y los recursos de la historieta, a riesgo de exigir mayor predisposición en el lector para seguir las disquisiciones narrativas. Así es Barrio, que se mete en la cárcel de San Pedro con una mirada que apuesta por la poesía.

En medio, una gama de ejercicios en los que a veces hay una buena historia, con elementos del siempre apreciable humor, pero que no llega a buen término o se resuelve con el recurrente expediente de “todo esto era un sueño”. Superando esa media está La tunta voladora, tercer lugar (Bs 2.900), de Rocío Romay, que con algunas correcciones de guion se presta a crear un nuevo personaje para muchas historias de aguerridas luchadoras del ring.

Están luego las ilustraciones de leyendas nacionales —así se ha entendido el tema del concurso: Lo nuesto, lo que somos— que no añaden nada nuevo a éstas o que mal logran ajustarlas al manga japonés.

En general, los guiones siguen siendo la gran debilidad de los historietistas, las lecturas propias de las cosas, el vuelo, el riesgo mejor calculado.

En la comparación con las obras premiadas el año pasado (publicadas por la Alcaldía), éstas muestran una mayor calidad general. Si es el concurso el que está empujando a que más gente se exprese, pues cabe exigir continuidad. Talento en ciernes, hay.

No hay comentarios:

Publicar un comentario