domingo, 30 de junio de 2013

Literatura y alcohol

Bajo la convicción de que el alcohol potencia la creatividad porque desinhibe la mente, han sido muchos los escritores que han recurrido a la bebida en busca de la inspiración que le negaban otras musas.

A algunos de ellos se les fue de la mano hasta enfermar de alcoholismo; otros, simples bebedores sociales, han convertido a bares en protagonistas de sus obras. Hay autores que han conseguido poner de moda sus cócteles favoritos y otros cuyas creaciones recuerdan sus vivencias en el interior de los bares. Además, míticos cafés han acogido tertulias literarias y artísticas, en las que se debatía sobre lo divino y lo humano hasta la madrugada y que se regaban con distintos destilados.

Uno de los casos más emblemáticos es el del estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961), cuya vida y obra están muy vinculadas al alcohol. Ha dado nombre a bares en todo el mundo, creó su propio cóctel, el “papa doble” -a base de ron- y en El Floridita de La Habana un Hemingway de bronce, acodado en un extremo de la barra, recuerda que allí degustaba daiquiris, mientras que prefería La Bodeguita del Medio para los mojitos.

Hemingway dejó frases históricas: “Un hombre no existe hasta que se emborracha” o “beber es un modo de terminar el día”, y el alcohol está presente en toda su obra, especialmente en Fiesta. Son memorables sus borracheras con Francis Scott Fitzgerald en los clubes clandestinos que la Ley Seca hizo florecer en Nueva York y compartió tertulias empapadas de alcohol con James Joyce, Gertrud Stein y Ford Madox Ford, recuerda el escritor Antonio Jiménez Morato en su libro Mezclados y agitados (Debolsillo). Llegó a beber tres botellas diarias de alcohol y acabó suicidándose.

Paseo entre copas

Truman Capote (1924-1984) fue siempre un devoto de la farra -como demostró en las fiestas que organizaba y en el rodaje de Beat The Devil (La burla del diablo), en el cual no faltaron las borracheras junto a John Huston y Humphrey Bogart- pero su carrera hacia la destrucción comenzó luego de escribir A sangre fría. El escritor, que murió de un cáncer de hígado, afirmó que su profesión era “un largo paseo entre copas”.

El padre del famoso detective privado Philip Marlowe, Raymond Chandler (1888-1959), intercaló épocas de ebriedad y abstención. En una ocasión volvió a la embriaguez para escribir el guión de The Blue Dahlia (La dalia azul), por el que fue nominado a los Oscar, convencido de que no era capaz de crear sobrio.

Quizá los antecedentes fueran establecidos por la generación de la “bohemia artística” del París decimonónico, a la que perteneció Charles Baudelaire (1821-1867), a quien se considera el precursor de la figura del intelectual. Jiménez Morato lo define como “un precursor en todo lo tocante a la relación que se establece con los estupefacientes y la creación artística”. Estos creadores, contrarios a la burguesía, frecuentaban las tabernas y determinaron que la embriaguez fomentaba la creatividad. Baudelaire escribió en Spleen de París: “Hay que estar siempre ebrio. Eso es todo: la única cuestión”.

Bares y literatura

Pero la relación entre literatura y alcohol no ha sido siempre tan extrema. Dipsomanías aparte, la bebida y las tabernas han tenido su protagonismo en muchas obras. En casi todas las novelas y en muchos de los cuentos de Mario Vargas Llosa (1936) aparecen bares, hasta el punto de que su libro Conversación en La Catedral toma el nombre de uno de ellos.

También Mirko Laver (1947) se presenta con un gran captador de la vida de los bares de Perú, o Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), que escribió una obra sobre la bebida, Beber o no beber, aparte de las lecciones gastronómicas y vinícolas que transmitió a través de su personaje Pepe Carvalho. Nicolás Guillén le dedicó unos versos al lugar del que “La Habana con razón blasona”, La Bodequita del Medio, cuyas mesas frecuentaron también escritores como Pablo Neruda, Tennessee Williams y Carlos Mastronardi.

La asiduidad con la que algunos escritores visitaban ciertos bares llevó a Forbes a elaborar una lista con los diez bares literarios más famosos del mundo, aunque se limitó a la literatura anglosajona.

Encabezada por la White Horse Tavern de Nueva York que frecuentaban Allen Ginsberg y Jack Kerouac, incluye el Davy Byrnes de Dublín, donde James Joyce escribió algunas páginas de Ulises; el Eagle and Child de Oxford al que acudía con frecuencia J.R.R. Tolkien, o el Long Bar del Hotel Raffles de Singapur que acogió a Joseph Conrad y Rudyard Kipling. (EFE Reportajes)

Hay que estar siempre ebrio, eso es todo, dijo Charles Baudelaire.

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