viernes, 18 de mayo de 2012

Robert Brockmann: «Nuestra pobreza es un problema de mentalidad»

LA HISTORIA CONTADA COMO UNA NOVELA | ESA ES LA FÓRMULA DE ESTE PERIODISTA PARA LOGRAR QUE SUS LIBROS SE CUENTEN ENTRE LOS MÁS LEÍDOS DEL PAÍS.

OH! ¿Qué lo motiva a escribir este libro?

Una vez que publiqué “El general y sus presidentes” en 2007, no podía quedarme ahí. Y los temas surgen y te llaman y te encuentras con historias interesantes y relevantes que merecen convertirse en libros. Bolivia tiene una historia intensa, llena de cosas que nos siguen afectando porque no asumimos sus lecciones.

OH! ¿De qué trata?

Es algo complejo, porque trata de varias cosas. Pero se puede resumir así: trata de las esperanzas desmedidas y las decepciones –también enormes— que trae al país y al mundo la década de 1920. Trata de la creación de la Liga de las Naciones, que induce al mundo a pensar en la paz perpetua y a Bolivia en el retorno al mar por la vía diplomática. Trata del descubrimiento de cantidades supuestamente fabulosas de petróleo en el país, que habrían de convertir a Bolivia en un “emporio de riquezas”; trata de que ello induce al país a endeudarse más allá de sus posibilidades, porque iba a haber dinero de sobra; trata de la convicción casi global –muy pronto frustrada—en una nueva civilización humana sin guerras; y de cómo Bolivia y Paraguay muestran que esa esperanza mundial es una ilusión. Trata, en suma, de cómo en el último minuto de la década –octubre de 1929— estalla el crash de la bolsa de Nueva York y todas las esperanzas de una década extraña y esperanzada se hacen añicos. Pues sabemos que poco después llegará la Guerra del Chaco, los totalitarismos y la Segunda Guerra Mundial.

OH! ¿Cuánto tiempo le tomó escribirlo y cuáles fueron las fuentes consultadas?

Es difícil apreciar cuánto tiempo tomó. En tiempo bruto, algo más de cuatro años. Pero en tiempo neto es difícil de decir, pues no empleé todo el tiempo en escribirlo. Hubo largos meses —más de una vez— en que ni lo miré. Además, me gano el pan haciendo otra cosa. Sólo puedo escribir en mi tiempo libre. Si juntamos el tiempo empleado en escribirlo, serán entre dos y tres años. En cuanto a las fuentes, fueron documentos originales en archivos, recortes de diarios de muchos países, libros, referencias, Internet. Todo lo que sirva para contar una historia de manera interesante.

OH! ¿Es fácil escribir sobre historia en Bolivia? ¿Tenemos los recursos?

No es que sea “fácil”. Mientras haya fuentes –y las hay— se puede todo. Ahí están los archivos. Algunos admirablemente organizados y pulcros, como el Archivo Nacional en Sucre o el del Congreso, hoy llamado de manera más larga y complicada. O el archivo de la Cancillería, que merece ese nombre sólo porque sus funcionarios saben dónde están las cosas. De otra manera, decenas de miles de importantes documentos estarían perdidos en un mar de desorden. Varios archivos necesitan ser ordenados. Necesitan, para empezar, espacio físico adecuado, para que las condiciones de humedad, por ejemplo, no se devoren los papeles frágiles y antiguos. El Archivo de La Paz, con todo lo bien que está, tiene miles de documentos importantes que son inubicables porque están en desorden. Es como si no existieran. En algunos casos, como el archivo del Ejército —cuando fui hace unos años estaba en caos—, depende del humor del oficial a cargo. Cuando fui a llorar al hombro de Josep Barnadas en Sucre, me dijo que si un archivo se te cierra, mejor ni lo tomes en cuenta. Siempre hay otras fuentes.

OH! ¿Cuál es su público objetivo con este libro en particular?

Me gustaría decir que es un libro para el público en general. Como con “El general y sus presidentes”, me he esforzado por escribir una historia complicada y con partes potencialmente aburridas, de manera que sea entretenida y accesible para todos.

Pero me doy cuenta de que hay capítulos que no son para todos. Es un libro que le gustará a cualquiera que ame la historia; también a los economistas, a los interesados en la política (actual y pasada), a los que les gusten los relatos de guerra. Es cierto que, como ha apuntado bien Fernando Molina, el libro no tiene un hilo conductor, como lo tenía el libro sobre Hans Kundt.

En ese sentido, se pueden leer sólo las partes que te interesen. Y he intentado que le interese a cualquier lector de literatura de ficción. Pero me doy cuenta de que no es tan fácil como era “El general y sus presidentes”, si bien ha habido gente que lo ha leído en dos días.

OH! ¿Considera que la historia de Bolivia, en este caso respecto del mar, se repite? ¿Hemos aprendido de esas experiencias?

Parecería que se repite. Todos quieren poner a prueba su propia receta. En el libro se relata el intento del gobierno de Bautista Saavedra de impugnar el Tratado de 1904 haciendo uso de la flamante Liga de las Naciones. Los países y los organismos internacionales son muy reticentes a la revisión de tratados. Más bien tienden a querer que los tratados se cumplan. Y el Tratado de 1904 —ratificado en su momento por el Congreso boliviano— ha estado vigente por 108 años… Si tú fueras juez de la Corte de la Haya, ¿qué pensarías? ¿Y qué pasará si falla en contra de la posición boliviana? Habremos puesto, nosotros mismos, otro candado a una puerta ya pesadamente cerrada. Es una vía que hay que pensar dos veces antes de usar. Hay otras, pero son pocas y ya hemos pasado por ellas.

OH! He leído que el ser periodista lo ayuda al momento de abordar la historia, ¿puede desarrollar un poco más esa idea?

Es muy fácil. El periodista es el historiador de un día, mientras que el historiador es el que recopila las noticias de mucho tiempo atrás. Esas noticias pueden estar en documentos, en periódicos, en diarios personales, en declaraciones hechas hace mucho tiempo. La práctica es la misma. Sólo la materia prima tiene fechas distintas. El periodista-historiador debe armar una historia periodística con hechos lo suficientemente antiguos. Y escribirla de manera interesante. Esa es su ventaja sobre el historiador académico, que demasiado a menudo escribe sus textos de manera pesada, impenetrable o poco atractiva. ¿Es el periodista-historiador menos historiador que el puramente académico? De ninguna manera. Si se ciñe a los hechos, es tan historiador como el que más. Sólo escribe de manera diferente. Sólo hay que procurar no pecar de ligereza.

OH!¿Qué personaje histórico en Bolivia le fascina y por qué?

Me fascina Casimiro Olañeta. Porque es el padre de la patria. Un peculiarísimo padre de la patria. Creo que los padres de cualquier patria transmiten sus genes políticos a sus países, en la forma de los ideales que los llevaron hasta el momento fundacional. A Olañeta le debemos ser un país independiente y no ser parte de Perú o de Argentina. Él persuadió al mariscal Sucre que fuéramos una entidad nacional independiente. Pero a la vez, sus motivaciones fueron de interés personal. Fue hipócrita, interesado y tránsfuga. Que me perdone la memoria de mi admirado José Luis Roca. Pero Olañeta nos transmitió su genética política. Y así nos va.

Oh! ¿Cómo es aquello de que intentamos superar nuestras falencias con la excusa de que no tenemos mar?

Tener acceso al mar es importante. La falta de acceso al océano le cuesta a Bolivia algo así como el 0,6 por ciento de su PIB, lo cual en números concretos es mucho dinero. Pero ese no es el motivo por el que Bolivia es pobre. Nicaragua tiene acceso no a uno, sino a los dos principales océanos del Planeta. Y sin embargo la mayoría de sus indicadores no están lejos de los nuestros. Algunos son incluso peores. En el otro extremo, tenemos a Suiza, que jamás tuvo mar. El problema de los bolivianos es que siempre hemos creído —y practicado— que la riqueza se extrae, se explota. Que la riqueza es un monto fijo que está bajo la tierra, en forma de minerales o hidrocarburos. Esa es la riqueza de los pobres. Pero la verdadera riqueza se genera. Con trabajo, con conocimiento. Fomentando el emprendedurismo y no el rentismo. Suiza tiene apenas una fracción de los recursos naturales de Bolivia y nadie allá vive de ellos. Pero todos los suizos saben hacer algo, y hacerlo bien. Nuestra pobreza es un problema de mentalidad. Una mentalidad que fomentamos. Los recursos naturales no pueden ser un sueldo. Pero nuestro discurso dice: “somos pobres porque no tenemos mar. Si tuviéramos mar, seríamos ricos”. Pregúntenle a Nicaragua. O a Haití, rodeada de mar. El mar no es el fin de la pobreza.

OH! ¿Cómo describe, con el conocimiento de sus obras, la idiosincrasia boliviana?

Pensé que había hecho un descubrimiento, hace unos diez años, cuando ejercía el periodismo, cuando dije eureka, la clave de la idiosincrasia boliviana es la rebeldía. La rebeldía como fin en sí mismo, no como medio para lograr otra cosa mejor. Pero al incursionar en la historia te encuentras con personajes y con períodos enteros en los que la rebeldía va en el asiento conductor y otros en los que toma el asiento del acompañante. Pero siempre está ahí. Los bolivianos somos rebeldes sin causa. Las causas no importan. Importa ser rebelde. Le rendimos culto a la rebeldía. El orden, la tranquilidad y la prosperidad nos producen horror. Así, la rebeldía y el tumulto son nuestra normalidad. Y los verdaderos rebeldes, los perseguidos y denostados son los que abogan por el orden, la tranquilidad y la prosperidad.

OH! ¿Por qué es tan ‘duro’ con un intocable como Franz Tamayo?

Debo confesar que Tamayo nunca me gustó. Ni su poesía, ni sus aires de superioridad, ni su extravagancia, ni su apasionamiento, ni nada suyo. Me es antitético. Y no era mi intención maltratarlo. Pero surgió su figura diplomática, delineada por Demetrio Canelas, testigo presencial, que en mi opinión no lo ridiculiza, sino que lo pinta tal como era: un personaje ridículo demasiado pagado de sí mismo. Ya bajo esa impresión, volver a leer el debate de Tamayo con Ricardo Jaimes Freyre (parte de la secuencia de mi libro), simplemente confirmaba el retrato de Canelas. Y el resultado que logra en su interpelación —todos los votos en contra, excepto el suyo— uno se siente reivindicado y en compañía. Dicen que cuando un autor está vivo, se lo percibe según la peor de sus obras. Y cuando muere, se lo recuerda por la mejor. Sucede eso con Tamayo. Cuando vivía, incluso era objeto de burlas públicas. Cuando murió, de alguna manera se volvió un ícono de la cultura. Si sus contemporáneos vivieran, yo no sería el único —o uno de los pocos— que lo perciba como a un personaje ridículo. Me da escalofríos pensar que pudo llegar a presidente.

OH! ¿Cuál es actualmente su libro de cabecera?

Estoy leyendo dos: Busch, la flecha incendiaria, una recopilación de Mariano Baptista, editado por la Universidad Gabriel René Moreno, y El traidor, del periodista-historiador argentino Adrián Ignacio Pignatelli, acerca de un presunto espía argentino —y nunca comprobado, pero condenado como tal— durante la Guerra del Chaco.

OH! ¿Cuáles sus nuevos proyectos?

No estoy seguro. Quiero alejarme de las décadas de 1920-1930, pero no me sueltan… Es posible una historia alrededor de Germán Busch. O quizás algo alrededor de la independencia de Bolivia. Con Olañeta como co-protagonista. Pero no sé todavía. La próxima historia todavía no me ha elegido.



Perfil

ROBERT BROCKMANN

Robert Brockmann acaba de presentar el libro “Tan lejos del mar”. El título lo dice todo. De una forma novelesca, el periodista-historiador, mezcla géneros literarios para lograr una lectura fluida de lo que es hasta ahora una piedra muy pesada en nuestra historia. Y que es historia de por sí, aunque nos duela.


En este su nuevo libro, Brockmann relata las vericuetos diplomáticos en los que se enfrascaron nuestros representantes, allá por 1920, y cuyos parecidos con nuestra actualidad no son mera coincidencia.


Autor de “El general y sus presidentes”, que ya va por la quinta edición, Robert Brockmann es periodista, trabajó en la Agencia Alemana de Prensa, y en el periódico La Razón. Actualmente se desempeña como funcionario de las Naciones Unidas en Bolivia.

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