domingo, 22 de julio de 2012

Pensamientos de Medinaceli para los bolivianos del 2012

Queremos vivir a la europea, pero sentimos como indios. En todos los aspectos de nuestra existencia se refleja esta desarmonía: lo mismo en política que en literatura, en lo social como en lo doméstico. Así, en política, hemos adoptado “las formas” de gobierno europeas, pero esas formas al llevarse a la práctica, han cobrado la modalidad indígena, más concretamente, pseudomorfóticamente, chola. Se legisla con leyes occidentales, pero se obra con espíritu de ayllu. Igual en literatura: escribimos en castellano, pero pensamos en aymara o keswa. Y, de hecho, nuestra vida, nuestra conducta, nuestro sentir y gobernar, resultan falsos, deficientes, fragmentarios y vacilantes; no llegamos nunca, plenamente a realizar la totalidad de nuestro espíritu dentro de una forma definida. Somos naturalezas problemáticas, en el sentido goethiano de estos términos.

Y esto fractura nuestra existencia, coarta el desarrollo y expansión de la personalidad y, a la larga, ocasiona como todos seamos unos hombres fracasados. ¿Cómo hacer frente a este conflicto? Unos piensan que hay que volver los ojos a Europa, occidentalizarnos. Hace ya cuatro siglos que venimos persiguiendo ese ideal. ¿Lo hemos alcanzado…? El medio telúrico continúa como antes de la conquista, como durante ella y como ahora, sin haber perdido su enorme fuerza plasmadora de hombres y acontecimientos.

Entonces, antes que —como hasta ahora— pretender vivir desligados de nuestro medio, importando y trasplantando los mismos modos de vestir que sistemas de gobierno, y, hasta emoción y belleza, lo fatalmente imperativo es volver los ojos a la tierra que habitamos, obedeciendo, dóciles, a los influjos maternales de la tierra nutricia. Esto no significa el rechazo sistemático de todo cuanto de bueno nos viene de Europa. Sería absurdo. Lo que decimos es que, antes de europeizar hasta lo raigalmente nuestro, como hemos pretendido hacer hasta ahora, debemos esforzarnos por imprimir un sello americano a lo europeo.

Y, si bien, en muchos aspectos de la ciencia y de la técnica eso ya no es posible, en el terreno ideal del arte, ¿por qué no vamos a tener derecho de ir en busca de nuestra propia expresión, defender la originalidad de nuestro espíritu y dar una emoción autóctona a nuestras letras?

El amor es la base del conocimiento. Nada se hace sino aquello que antes que por la inteligencia, se lo ha encontrado con el corazón. Si queremos ser nación, lo primero es que vayamos aprendiendo a pensar —y expresarnos— en conformidad al genio nacional, al alma de la raza, al “espíritu territorial”. Porque eso es lo propio nuestro, y aunque por de pronto ese espíritu sea todo lo mestizo e indígena que se quiera, no importa. Más vale relinchar por cuenta propia que no vestirse con las plumas del grajo.

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