domingo, 8 de julio de 2012

La historia vista en números

Carmen Beatriz Loza, demógrafa e historiadora, ha abordado la historiografía en Bolivia, periodo 1900-2004, desde las estadísticas. Es el único trabajo con tales características en los tres tomos de Historia de la Historiografía de América, del Instituto Panamericano de Geografía e Historia.

— ¿Por qué llevar a los números un campo de la palabra?

— Quise romper la clásica historiografía que hace más un recuento anecdótico, muy positivo y alentador de los historiadores, esos grandes personajes, pues por un lado temía ser injusta con algunos autores, y por otro, el esencial, sentí la necesidad de conocer las bases para la reconstrucción de la información. Me alejo así de las definiciones clásicas de la historiografía y, aunque el libro habla de una, en singular, yo me refiero a “las historiografías”.

— ¿Qué ha conseguido con ese abordaje cuantitativo?

— Una base científica de la historia. Tenemos, a diferencia de otros países, la posibilidad de construir esa base, ya que contamos con un material excepcional que se ha ido acumulando a lo largo de los siglos, trabajo que se debe a varios autores fundamentales e instituciones bolivianas de gran importancia. He utilizado, por ejemplo, el registro del Depósito Legal, que es una fuente oficial básica respaldada por el Decreto Supremo 8617, mecanismo que obliga al registro y la entrega de una determinada cantidad de ejemplares de toda obra publicada: impresa, grabada o filmada, con la misión esencial de conservar la producción del país y sobre el país. Es cierto que las instalaciones del Depósito Legal —y La Razón lo ha mostrado repetidamente— se encuentran en situación muy delicada; pero he podido acceder a él gracias a Rogelio Callisaya, y de los sacos de cotencio he sacado los formularios de registro. He trabajado una cantidad muy grande de datos…

— ¿Cuánto tiempo ha llevado semejante revisión y en tales circunstancias?

— Meses. Pero valió la pena, pues he partido de una fuente inédita para hacer este trabajo.

— ¿Todo lo producido está registrado?

— No, pero hay una aproximación del 80 por ciento, yo diría. Paradójicamente, muchas de las instituciones oficiales no cumplen el decreto porque, al ser oficiales, sienten que no necesitan registrar y eso perjudica a los historiadores.

También he utilizado la bibliografía de Erich Guttentag, que es una fuente ejemplar, continua y hasta galardonada, y abarca los años 1962-1982. La he complementado, para el periodo de 1989-1990, con el catálogo de Costa de la Torre, que es una fuente principal, ampliada y provisoria. Asimismo, he revisado la Biblioteca Boliviana de Gabriel René-Moreno.

Con toda esa información he construido una serie de curvas que me dan una pauta para determinar algo muy importante: cuáles son las coyunturas de mayor producción historiográfica. No entro en la calidad, el impacto de la obra, no; me importaba establecer cuánto y quiénes han escrito y sobre qué coyunturas.

En otras palabras, me interesaba, me interesa, una perspectiva de larga duración: de 1900 a 2004, que es el año en que cierro, sin detenerme en los libros más destacados, las grandes obras, sino en la cantidad de libros hechos por historiadores profesionales o por gente que escribe sobre historia en Bolivia. Puedo decir, por ejemplo, que los que hacen historia son los maestros, los funcionarios de oficina —que los hay bastante antiguos y que conservan la memoria institucional, y que muchas veces se ven obligados a realizar las memorias de las oficinas—, periodistas —porque hay instituciones que tienen más fe en un narrador periodista que en un narrador historiador—… Entonces, hay una multiplicidad de voces, de formas de narrar, de hacer historia, de manera que no es un monopolio de los historiadores.

— ¿Eso es bueno o es malo?

— En parte socava el campo científico. De pronto, escriben politólogos y abogados; de hecho, los abogados han recogido gran parte de la historia de Bolivia. Por otra parte, este hecho pone en movimiento a los historiadores, que se preguntan “¿qué pasa que nosotros, no podemos captar las fuentes de trabajo que demanda la sociedad?” Y luego hay una serie de fenómenos interesantes: es tan vertiginoso el hecho histórico, que de pronto salen folletitos sobre la marcha del TIPNIS, sobre Octubre Negro... tan pronto como ocurren los hechos.

— ¿Qué ocurre con la necesidad de tomar distancia para abordar un hecho con rigor?

— Hay debilidades, claro, porque la historia es una ciencia con métodos, con técnicas y con toda una teoría y escuelas de pensamiento. No es lo mismo hacer una crónica que intentar una aproximación histórica a un evento. En tal sentido, mi trabajo es también un llamado de atención.

— Explíquenos lo de las historiografías, así, en plural.

— En Bolivia ya no podemos hablar de una historiografía por varias razones; por ejemplo, el incremento considerable de estudiantes, aymaras fundamentalmente, que escriben historia, que han hecho historiografía con otro tipo de interés y ese interés es político. Se usa la historia con fines políticos, lo que va a derivar no en una obra sino en una pedagogía de la historia. Es el caso de Felipe Quispe, el Mallku, egresado de la carrera de Historia, o del inca Germán Chuquihuanca, exdiputado del Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), que han hecho una relectura de la historia. Ha habido una época en que a los estudiantes no les interesaba redactar historia sino hacer activismo con ella en el seno de las organizaciones campesinas, y eso pasa porque ellos veían una historia sin todos los actores.

— ¿Esta realidad se lee en los gráficos que ha elaborado?

— Sí. Para dar una idea, uno de los gráficos muestra que si en 1999 la carrera de Historia (UMSA, La Paz) tenía el 30% de estudiantes aymaras, el 2005 ya eran el 60%, con residencia en El Alto. Se nota, asimismo, un crecimiento de mujeres entre esos aymaras, de manera que se puede decir que en el futuro habrá muchas historiadoras aymaras de origen campesino. Otro dato: en 1999 había 180 alumnos en Historia, en 2005 eran 450, es decir, el aumento es de 150%.

— ¿Qué cabe esperar de ello?

— Ya en la década de 1980 a1990, los intelectuales aymaras transformaron los prejuicios existentes acerca de la labor y la pertinencia de la historia oral. Antes de esas fechas, muy pocos hacían historia oral. Si los aymaras lo logran es porque tienen un instrumento importante, la lengua, y los contactos con los informantes. Cómo no va a ser valioso. Además, mientras el historiador criollo mestizo quiere una obra sólida, quiere escribir en revistas internacionales, quiere entrar al mercado, quiere rigor, quiere profundizar en ciertos temas, a los aymaras no les interesa; ellos hacen de la historia una militancia. Por esa razón, ahora se ha creado la carrera de Historia en la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Por todo ello es que yo planteo hablar de historiografías.

—Abogados, políticos, aymaras, ¿quiénes más escriben historia?

— Los historiadores profesionales aparecen con fuerza en 1966. Antes era una narrativa fundamentalmente de abogados y políticos. Alrededor de los 80 y 90 otro tipo de profesionales asoman: politólogos, comunicadores sociales —el caso de Carlos Mesa es emblemático en este sentido—. Luego escriben historia aquellos que tienen necesidad, interés, curiosidad por el pueblo, la comunidad; éstos no necesariamente tienen formación universitaria, pero recogen historia.

Por ello, era importante que incorporase este tipo de narrativas al análisis historiográfico y no me concentrase en la producción de los profesionales.

Las tesis universitarias

—Las tesis universitarias son otra fuente de las bases que propone.

— Algunos críticos de la obra me reclaman por qué hice tantos cuadros de tesis y qué dicen éstos. Bueno pues, la tesis de licenciatura, y eso tenemos que asumirlo seriamente, no es más que un trabajo académico, pero hay un prejuicio universitario al respecto que dice que tiene que ser la gran obra. Ésta es una de las razones por la que muchos estudian Historia pero no se gradúan. Yo no he indagado en las consecuencias de las tesis, en el valor de ellas en el seguimiento de las mismas. Lo que me interesa era identificar los temas que estudia la gente, los periodos. Ahora sé que hay muy poco del periodo prehispánico y que sí interesa mucho la transición entre el siglo XIX y el siglo XX, y que ha ido en aumento la mirada sobre el siglo XX, algo que con los antiguos profesores estaba prohibido, pues la historia tiene que tomar mucha distancia. También me interesaba saber en qué momento ha habido más profesionales: alrededor de 1990, es la respuesta. Y en ese crecimiento, quienes estudian más, como ya dije, son mujeres aymaras.

— ¿En cuanto a regiones?

— El departamento donde se estudia más es La Paz (50%) y sobre la propia región. La razón tiene que ver con la existencia del Archivo de La Paz, que se halla al alcance de los estudiantes, a diferencia del Archivo Nacional de Sucre, de difícil acceso por costos de viaje y estadía para un universitario de La Paz y de cualquier otra parte del país. No existen becas que faciliten las investigaciones y ése es un elemento que tiene que solucionarse.

— Esa preeminencia de La Paz, ¿a qué se debe?

— Seguramente a la presencia en esta ciudad, y durante años, de la única carrera de Historia en el país. Recientemente se ha abierto la correspondiente en Sucre y está la más nueva en El Alto.

— ¿Qué temas han interesado mayoritariamente?

— Comenzaré señalando los que no han merecido tanta atención: las relaciones internacionales. Hay trabajos sobre esas relaciones con Argentina, Chile, Perú y Estados Unidos, pero no pasan del 13%. La Cancillería boliviana podría aprovechar mejor la mano de obra de los historiadores porque, como decía en un artículo anterior (Tendencias, 1 de julio de 2012), Perú, un país que ha sufrido todos los embates de todas las modas historiográficas, ha mantenido, sin embargo, una historia marítima de alta calidad justamente porque sus estudiosos apuntaron a La Haya y a consolidar esa historiografía para un debate serio, algo que está ausente en el caso boliviano.

— ¿Y en el otro extremo?

— Las acciones del Che (Ernesto Che Guevara) en Bolivia. Este es un personaje que aparece y reaparece con picos y zigzagueos notables. Hay un interés importante entre 1967 y 1969, decae en 1975 por razones obvias, está el gobierno de Hugo Banzer, y repunta luego a raíz de un remate de documentos en Londres, que se filtran a los mercados internacionales.

— Hace referencia usted, en el capítulo del libro de historiografía americana, al campo histórico como un escenario de tensiones en el caso boliviano.

— Es una noción que me he prestado del sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien define campo como una red o configuración de relaciones objetivas, donde los agentes o instituciones se relacionan. Lo que yo veo es que en el campo histórico hay tensión, hay grupos que se conforman por orígenes sociales (por ejemplo, la Coordinadora de la Historia más bien femenina y su contraparte más masculina, con aproximaciones por tanto muy distintas). Esto se refleja en toda una trama de poder en la carrera de Historia, que deja afuera a varios historiadores que, por tanto, están haciendo su trabajo desde otros espacios. La trama es tan densa que no deja penetrar a quien se ve como extraño. Es un campo, por tanto, que no termina de constituirse por las influencias y por esta gran cantidad de actores que escriben historia.

— Los números ¿ayudarán a ver la trama, el campo?

— Creo que hay que volver a las bases cuantitativas para hablar de la historia, es lo que menos se ha hecho y por lo que he optado por indicadores lo más objetivos posibles. Ser historiadora y demógrafa ha pesado, creo, en este abordaje.

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