martes, 29 de septiembre de 2015

Dos fechas para Emma Villazón



Fábulas de una caída (2007), el primer libro de Emma Villazón, tiene el aire de un poemario en formación, pese a que no pocos de sus poemas huelan a definitivos. Otra cosa bien otra ocurre con Lumbre de ciervos (2013), su acaso mayor legado poético, sin considerar por ahora sus inéditos. Cé Mendizábal, el luminoso escritor orureño-paceño, a menudo parco en sus juicios literarios, escribiera: “El tiempo […] habrá de confirmar a Lumbre de ciervos como uno de los poemarios más brillantes de esta parte del mundo en los últimos tiempos”.

Porque esa “parte del mundo” a la que alude el Cé tanto confirma como desborda los límites departamentales y aun nacionales, solo añado ahora: Lumbre de ciervos habrá sido el poemario cruceño más marcante en al menos los últimos cincuenta años y —lo presiento— en los próximos cincuenta (léase también: sin cuenta). Se dirá: éste desvaría; se dirá: este Ajens aún está tocado por el desastre en El Alto. Lo estoy —cómo no estarlo—. Y sí, también, desvarío; como el Cé a ratos, me aparto del orden común o regular (una de las acepciones de desvariar que nos da la tan Real como Irreal Academia de la Lengua) y a la vez diferencio (otra acepción de la RAE).

Lo cruceño en poesía, parafraseando al cubanísimo Cintio Vitier, no habrá sido nunca algo fijo, cerrado, sin más dado, sino cada vez poesía por venir. ¡Poesía re.viva! La poesía cruceña, que a la vez saluda, disloca y reinventa Lumbre de ciervos, está articulada, como su nombre lo indica, por cruces (sin crucificados/as, empero), por cruciales cruzamientos desde ya entre Bolivia y Chile, entre Santa Cruz de la Sierra y Santiago, el poemario fuera escrito entre el tercer anillo de Santa Cruz y nuestra casa en Pirque, en Santiago, y uno de sus poemas señeros no por nada se llama Deslumbre migratorio. Tal polinización cruceña (o cruzada, como dicen los que aman y aprenden de flores) no es solo poesía resueltamente innovadora (no habiendo “innovación” sin “tradición” en movimiento) sino también poesía fecunda, datada, poesía en camino. Y sino.

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A inicios de 2009 viajamos con Emma por Sucre, Yotala, Potosí, Oruro, La Paz y Tiwanaku donde, sin registro civil ni sagradas escrituras, nos desposamos. De Yotala, donde César Brie, entonces director del Teatro de los Andes, nos prestara generosamente su casa, sobrevino el primer poema-con-Emma, tal poemma. Se habrá llamado tal cual, De Yotala, y está junto a otros en Æ, poemario que como su nombre lo marca —sin marcarlo del todo—, habla, y a ratos mudamente, de la ligadura y la danza entre dos letras, que, por ser tal, no le pertenece ni a una ni a otra (estuviera previsto que Æ se presentara en Santiago a comienzos de septiembre, pero una doble pausa se nos impusiera). Mientras, desde la calle 11 de Villa Dolores, en El Alto, esta doble acupuntura de lo increíble (doble genitivo) interviniera.

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