domingo, 11 de diciembre de 2011

Jaime Saenz y la escritura que emborracha

En esta ocasión leemos el icónico poemario del poeta paceño, una de las cumbres de su trabajo en la escritura

Muy pocas obras realizan la proeza de La noche (1984) de Jaime Saenz (1921-1986), decir algo mientras lo hace. El tema central del poemario es el imaginario del delirio alcohólico. Y si tú, lector temerario, te internas en el poemario de Saenz, caerás en una suerte de vértigo de sentidos tan intenso que la sola lectura te acabará mareando, igual que si hubieras tomado una caja de cervezas. Intencional o no, los poemas de La noche nos arrastran a la desintegración de las imágenes que los forman. La realidad, “su” realidad, se deshace a medida que se hace, como entre los licores del sueño. Lugar intermedio entre la conciencia y la inconsciencia. Lugar de libertades y terror, en el que no sabemos qué es cierto y qué no.
EL MAREO DE LOS SENTIDOS. Esta sensación de mareo continuo se produce, sobre todo, porque los poemas crean sentidos que no simplemente se representan, sino que giran sobre sí mismos. En otras palabras, se deslizan, para luego enroscarse sobre sí: “El otro lado de la noche consiste en que la noche, simple y llanamente,/ se te entra por la espalda y se posesiona de tus ojos, para mirar con ellos lo que no puede mirar con los suyos/ Entonces ocurre una cosa muy rara: / en determinado momento, tú empiezas a mirar al otro lado de la noche, / y muy pronto llegas a comprender que éste se halla ya dentro de ti”. Si la entidad noche, como dice Saenz, te posesiona y ve a través de tus ojos, pero con esos tus mismos ojos tú logras mirar que ella te mira, la fuerza de esta imagen irremediablemente acaba mareando tu entendimiento. Entonces, Saenz no sólo te habla del universo alcohólico, sino hace que te embriagues con él.
Pero, los sentidos de La noche no solamente se enroscan sobre sí mismos, también se niegan y se borran a medida que se escriben. “El otro lado de la noche es una noche sin noche…/es un mundo sin mundo por completo y para posesionarse/ de él será necesario no poder alcanzarlo/ está a la vera de tu cuerpo/ y está al mismo tiempo a una distancia inimaginable de él”. Una entidad que es al no ser, una cercanía inimaginablemente distante: sentido que se hace al negarse. Las paradojas en este caso son la norma, porque estamos en un mundo donde todo es posible, el mundo del alcohol, donde las percepciones se dilatan hasta deformarse y luego recobran su forma sin que tú logres percibir dónde comienza un proceso y acaba el otro. Es la puerta que parece tan distante, a cientos de metros de ti, y que de repente aparece en la punta de tu nariz. Por eso es posible ver al mismo tiempo las dos formas de la forma. El hacerse y el deshacerse. Es la movilidad vertiginosa de las percepciones mientras tu conciencia permanece anestesiada. Lo quieto en el más espantoso caos, donde el sinsentido lógico es posible porque se vive.
PALABRAS EBRIAS. Si hasta ahora no tiene náuseas, podemos explorar un poco más los vericuetos donde los sentidos de La noche tambalean reflejados en la escurridiza superficie del espejo bañado por el vapor de las continuas libaciones. Si los sentidos giran sobre sí mismos, logrando la distancia que hace posible que se miren con sus propios ojos, y a través de esa mirada se definan, antes que vuelva a ser solamente mirada y ya no mirada que se mira; si la realidad invocada es a través de su negación, es a través de su vacío, donde es posible ver la cara y la cruz de una moneda al mismo tiempo; entonces, los poemas de Saenz embriagan porque sus mismas palabras están borrachas. Sus formas tambalean, trastabillan, caen y giran entre vómitos y risas: “Una llamerada de terror y de congoja recorre incesantemente/ tu cuerpo y eso que tu cuerpo está lejos, muy lejos./ ¿Por qué no puedes moverte?/ Se diría que no es ya tu cuerpo. Se diría un túmulo allá, en el camino, sin sol, sin aire, sin nada”.
UNA FATAL SEDUCCIÓN. Adentrarse en La noche es aceptar una copa de vino, un sinnúmero de copas. Hasta que tus sentidos se pierdan, o renazcan transformados en lo que no son, su sentido último. Este sentido que la mirada de vigilia y conciencia no logra ver. Pero, cuidado, te dirán los poemas, este mundo es un camino peligroso. Esta realidad desenfocada puede seducirte a tal grado que te niegues a abandonarla más. Aunque como dice el mismo Saenz: “Pues si no hay riesgo, si no hay peligro, si no hay dolor y locura,/ no hay nada”.
Salud.
Estudiante de la Carrera de Literatura

25 años han pasado desde la muerte de Jaime Saenz, fallecido en La Paz en 1986.

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