sábado, 17 de diciembre de 2011

AGUAFUERTES . Hito en la literatura boliviana

Hace doce años, trabajando junto a Blanca Wiethüchter, Alba María Paz Soldán y Rodolfo Ortiz en Hacia una Historia Crítica de la literatura en Bolivia, investigación financiada por el PIEB, conocí una parte de la obra del escritor Roberto Leitón Medina.
Las circunstancias tienen que ver con los procedimientos que primaron en esta investigación: perseguir intuiciones; leer y volver a leer textos y autores que nos conmovían desde las pasiones más que desde la academia; poner atención a gestos, ideales, imágenes recurrentes, actitudes ante el lenguaje, apegos literarios, etc.
Se puso en relación obras que provenían de distintos contextos, se descreyó de los cánones establecidos, se fue en busca de textos no leídos y olvidados, se indagó en “hojas volantes”, es decir, en folletería y revistas literarias que circulaban en bibliotecas particulares o en archivos históricos, se acudió a fuentes a las que nos remitían nuestros más queridos abuelos literarios. Uno de ellos fue el gran maestro de maestros Carlos Medinaceli, de quien José Enrique Viaña dice: "Los libros eran su pasión absoluta". Intentamos recuperar ese gesto enamoradizo que le dio al escritor potosino la posibilidad de cultivar una tradición de lectura e inventar, casi sin querer, una actitud crítica.

UN NUEVA ESCRITURA
Medinaceli, que no necesitó de instrumentos teóricos para trazar un mapa de la literatura boliviana, descubrió en Aguafuertes de Roberto Leitón, una escritura renovada, algo que no había encontrado antes: narración ‘telegráfica’, esquemática, directa. Esto fue agua fresca en medio de charcos estancados, produjo rechazo en los lectores acostumbrados a profusas narraciones, a descripciones detalladas y detenciones pictóricas que intentaron agotar el contexto.


Medinaceli puso por escrito este sentimiento ambiguo, le dijo a Roberto Leitón que no se trataba de nada conocido, era una escritura potente que nada tenía que ver con la trenza literaria a la que estaba acostumbrado y que se parecía más a la ‘melenita a la garzón’. Hermosa metáfora que afectaba directamente a los jóvenes de la época seducidos por las melodías y letras del tango arrabalero. Melenita a la garzón (melena lisa y corta) significaba una innovación, un salto en la monotonía de los peinados de la época (anudados y trenzados).


Era un corte heredado de la actriz española Paquita Garzón- que usaban las mujeres y, luego, los hombres de entonces, porque -seré claro- la melena no les quedaba bien. En definitiva, se trataba de ponerse en contacto con el mundo, era un cuestionamiento al conservadurismo imperante en la sociedad boliviana. Melenita a la Garzón fue una manera de interpelar un modo de vida; era la forma de ver el mundo que tenían los jóvenes liderados por Carlos Medinaceli y que se autodenominaron “Generación Gesta Bárbara”.


Los bárbaros negaron su entorno, negaron su medio, trataron de borrar un presente y un pasado que consideraban, ‘inepto’ y ‘filisteo’. Fueron desprendiéndose de las grandes preocupaciones políticas y literarias que representaban el imaginario sociocultural imperante y que se arrastraba desde el siglo XIX: la utopía de patria surgida desde el advenimiento de la nueva república; la impotencia y decepción que produjo la pérdida de la Guerra del Pacífico y los intentos de inventar un país con un lenguaje prestado. Los bárbaros pusieron a la ficción como centro, gesto que en la ciudad de Potosí apareció mucho antes. Buscaron inventarse un nacimiento, intentaron fundar un nuevo espacio. He ahí su importancia. Los que participaron de ese movimiento fueron jóvenes llenos de impulso, dueños del mundo, actuaron sin las trabas de algo a lo que tenían que responder. Por eso, Aguafuertes (1928), de Roberto Leitón, fue un libro bien recibido, aunque, ya los primeros impulsos de los bárbaros estaban pasando. Medinaceli dijo que Leitón era un escritor salvaje, esto se puede entender en dos sentidos: la crudeza y poca ‘diplomacia’ de su narración y la ‘falta’ de formación académica. Leitón nunca pasó por la universidad ni por la normal y, sin embargo, fue un gran escritor y un gran profesor, una muestra clara de que el verdadero maestro no pasa necesariamente por las aulas, al contrario, se desprende un poco de ellas.

UNA REDICIÓN NECESARIA
La responsabilidad de publicar una tercera edición de Aguafuertes no responde solamente a lo que vieron los de la generación Bárbara, se debe a su importancia narrativa en un país que pide a gritos no olvidar su pasado para rencontrarse y reinventarse desde la palabra. Leitón decía en una entrevista que la mejor manera de presentar las narraciones era haciendo que “desaparezca el autor, que hablen los personajes, en su idioma, en su manera de comportarse, en su manera de dictar con franqueza”. Esa fue su apuesta en Aguafuertes y eso lo condujo a generar esa narración “minimalista” que responde a un mundo decadente y fragmentado. Como dice Alba María Paz Soldán: “Leitón es, quizás, el primer escritor boliviano del siglo XX que fragmenta el tiempo y cuestiona el lugar central del narrador”.

En efecto, se trata de una narración discontinua, una presentación fotográfica, un discurrir de instantáneas, una secuencia de imágenes. En definitiva, una concreción de lo que Borges intentó en sus primeros cuentos: “escenas cinematográficas al estilo de un director”. Aguafuertes marca un hito en la literatura boliviana por su carácter fragmentario y discontinuo, por su manejo del tiempo y la voz narrativa, un texto muy posmoderno, podríamos decir, sin olvidar las pinzas respectivas. Podríamos considerarlo como un precursor de narraciones que luego han sido estudiadas por su carácter fragmentario, entrecortado, sin pretensiones de agotar las descripciones, apuntando directamente al blanco. Hago referencia, por ejemplo, al tipo de fragmentación que encontramos en El Loco de Arturo Borda, donde la voz narrativa asume distintas instancias de enunciación y el texto transita indistintamente por la poesía, por el relato o por un lenguaje reflexivo propio del ensayo, pero marcado por la digresión; o al modo en que abandona una escena para entrar a reflexionar sobre otra cosa. Así como la voz narrativa recurre a distintas formas, de inmediato las niega.

UN PASO HACIA LAS CLAUDINAS
Por otro lado, Aguafuertes, es un antecedente de las famosas Claudinas que tanta tela dieron para cortar en la literatura boliviana. Leitón, además, plantea esa preocupación generacional que Medinaceli resume en la expresión quechua Chaipi punchaipi tuta yarka: a mediodía anocheció. Gran dilema de la generación de la primera mitad de siglo: vidas que se desarrollaron en un ambiente degradado, aniquilado por el alcohol y el ‘encholamiento’. Esa fue una explicación a los dilemas de la época y que llevó a los que reflexionaron sobre ellos a una resolución: la separación entre amor (delicadeza, casamiento, señorita bien) y deseo (alcohol, sexo, chola fornida). En esa perspectiva, Armando Costa, el protagonista, transcurre desde las aventuras y esperanzas prometedoras de un joven protegido por la familia, hasta la degradación de un borracho que intenta recoger una moneda en ‘cuatro patas’ y termina muerto, después de ser olvidado y abandonado por el mundo. Costa también comparte un gesto tremendamente revelador con Felipe Delgado y un personaje poético de Nicanor Parra sale en busca de ayuda para un pariente enfermo y termina borracho alejado de la intencionalidad filantrópica y familiar.

Esta tercera edición es, además, un homenaje a un escritor que orientó su vida a una labor callada, constante. A una actitud de gota de agua que tuvo sus frutos pequeños y al mismo tiempo grandes. Algo como lo que vi un mes antes de su muerte, cuando, junto a Ramiro Huanca –amigo e investigador- tuve la oportunidad de conocerlo. Leitón a los 96 años, ya no veía, usaba un bastón sin barnizar, sabía perfectamente la distancia que lo separaba de sus objetos indispensables, sentía nostalgia por lo que había vivido, pedía, mientras le hacíamos preguntas, que le leyéramos algunos de sus cuentos, todavía tenía fuerzas para dictar artículos para el periódico, para pensar en alguna reedición y para aconsejar desde el lugar de maestro que sigue ocupando. Leitón falleció el 11 de diciembre de 1999, en Camargo donde pasó sus últimos años. En 2008, Plural y La Mariposa Mundial reditaron Aguafuertes.

Frases de Carlos Medinaceli

«Resalta en primer lugar, la percepción vigorosa y colorida de la realidad externa»

«Sin ser futurista ni unamunista, ni nada de eso, ha resultado con el sintetismo de estas escuelas»

«Al concluir la lectura de Aguafuertes me ha venido una tal repugnacia de mí mismo»

«La horadez literaria es escribir tal como se siente y expresarlo sin temor a nadie

Las cartas de Carlos Medinaceli
Cuando Roberto Leytón envió los originales de Aguafuertes a Carlos Medinaceli, por aquel entonces avencindado en la población potosina de Cotagaita, éste no disimuló su sorpresa, y se la transmitió a Leitón en una magistral carta, que luego fue el prólogo de Aguafuertes y nunca dejará de ser una verdadera lección de literatura.
“Cuando me dio a leer su obra Aguafuertes debo confesarle que me chocó, en un principio su forma de escritura, me parecía una forma demasiado arbitraria, seca y esquemática, enumerativa, como si en lugar de escribir un relato novelesco, se hubiese usted puesto a redactar una serie de telegramas o escribir una literatura en clave. Aquello iba en contra de lo habitual de mis lecturas y en contra también de mi criterio de lo que debe ser una novela desde el punto de vista de la técnica. Mas conforme he ido avanzando en la lectura, adaptándome a su temperamento y a su estilo, he ido convenciendome de que, lo que en un comienzo creía defecto suyo, en realidad era mío, un enmohecido prejuicio de literato apegado a las fórmulas consagradas y ya fosilizadas por el uso”, dice la primera parte de la misiva.
Aguafuertes se publicó por primera vez en 1928, en Potosí, en Ediciones Superchería, costeada el generoso comerciante Abraham Nahim. Luego, fue reeditada 1962. Roberto Leitón también es autor de Los eternos vagabundos, La punta de los cuatro degollados, La bella y soñadora Trinidad, El escarabajo gris, El Kollasuyeño, El río bramador y borracho y Mi coronel se fue pa’ la guerra. Dejó varios títulos inéditos.

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