jueves, 8 de mayo de 2014

Un vallegrandino de noble profesión: activista del libro a tiempo completo

Se lo puede encontrar en distintas ferias y actividades literarias, no sólo acompañado de sus libros y revistas, sino de trabajos de otros tantos escritores, a manera de herramientas de trabajo, logrando el retrato perfecto del editor, divulgador y activista literario.

La revista de cuentos Correveidile es una de sus muchas cartas de presentación como editor, una publicación que nació en 1996 y que se convirtió en editorial el año 2000. Pero la obra y actividad del escritor vallegrandino es amplia, pues de su pluma han salido numerosas novelas y cuentos, que dan cuenta de un trabajo incesante y dedicado. La última de estas labores es Sal de tu tierra, novela presentada el pasado mes de marzo.

Manuel Vargas contó a Cambio sobre sus primeros contactos con la literatura, su natal Vallegrande, el trabajo de un editor, su faceta familiar y las obras que aún tiene en el escritorio.

Cambio: ¿Cómo decides dedicarte a la literatura? ¿Qué fue lo que encendió la chispa?

Manuel Vargas: Siempre decía que me dediqué a la literatura por un asunto de soledad. En otras palabras, por necesidad de comunicación de un ser tímido. Escribía por hacerme visible, y de la única manera que podía hacerlo, ya que no podía cantar, bailar, conversar y reír como el resto del mundo que me rodeaba, especialmente en la época de mi adolescencia.

En realidad escribo por tradición: mi padre nos contaba, a mí y a mis hermanas muchas historias y ocurrencias que le salían sobre la marcha, para divertirnos, para que no lloremos y olvidemos algún mal rato. Después, muchas personas que visitaban mi provincia, me decían que todos los vallegrandinos parecían cuentistas, pues andaban “contando cuentos”, de verdad o de mentira, como si la vida fuera un cuento de nunca acabar. (Decían barbaridades como ésta: Ah, sí, yo la conocí a la Tania, su mujer del CheYevara; está enterrada en el panteón de Vallegrande, ¿sabe en qué lugar?, ya la va a ver: su cartera sigue colgando de un brazo de la cruz de su tumba). Entonces yo también tenía que ponerme a contar. ¿Y por dónde debía comenzar? Pues por ese mundo de mi infancia en una comunidad rural de Vallegrande. Y después ya, claro, esto se volvió una costumbre, una necesidad, un vicio, una forma de vida.

C.: A nivel personal, ¿a qué autores consideras imprescindibles? ¿Quiénes son tus “maestros”?

M.V.: Tendría que hablar de los escritores que me impresionaron en las diversas etapas de mi vida de lector. En mi época de colegial tuve dos momentos: leí más de una veintena de las clásicas novelas de aventuras (Verne, Salgari y otros) durante una semana en que estuve postrado en cama por una enfermedad estomacal. Otra vez la literatura como remedio. Luego un profesor, un cura español, nos leyó algunos capítulos de La Odisea, ese de Ulises y el Cíclope, y supe que las aventuras podían ser de un altísimo nivel, y dije: yo quiero estudiar Literatura. Ya en la universidad, no en las clases sino por mi propia cuenta, leí a Franz Kafka, con cuyos personajes me identifiqué hasta el dolor, y me enseñó que en cada persona, en una sola, puede haber un inmenso mundo, inagotable para todo escritor. Luego parece que fue Feodor Dostoyevski, con sus inmensas novelas que describen la aventura interior del ser humano. Entonces ya comencé a escribir, y tuve una época loquísima con el Cantar del mío Cid y los escritores del Siglo de Oro español, pues sus palabras me llevaron al lenguaje de mi infancia. En toda la región de Vallegrande esas antiguas palabras no estaban muertas, las entendía perfectamente pues eran parte de mi experiencia vital. Y no sé si antes o después, tuve un buen atracón de literatura de terror, con bastantes nombres, aparte de Poe y Lovecraft. Eso, junto con mis anteriores lecturas ya nombradas, puede sentirse en mis Cuentos tristes.

C.: En la dimensión de empezar a familiarizarte con escritores y el mundo literario nacional ¿qué anécdota conservas de tus años de estudiante de literatura?

M.V.: Tendría que hablar de Pedro Shimose, mi profesor de “Introducción a la literatura”. Nos hacía escribir versos, como ejercicio. Nos animó (a Jaime Nisttahuz, Alfonso Gumucio, Matilde Casazola) a participar en una revista que hacía Jorge Catalano, el dueño de la librería Difusión, se llamaba asimismo Difusión. Ahí salió, ¿o fue también en Presencia?, una entrevista al poeta ruso Eugen Evtuchenko que visitó La Paz. Ahí salió publicado mi primer cuento, de ambiente rural. Ya estaba escribiendo mi novela. Entonces vino el golpe de Estado del coronel Hugo Banzer. Justo unos días después salió en los periódicos la noticia de un concurso de perros finos. Y Pedro me dijo: ¿Qué vas a hacer aquí en La Paz, con la universidad cerrada y donde sólo hay concursos de perros? Andáte a Vallegrande a escribir tu novela. Le hice caso y me fui a escribir mi novela. Al poco tiempo me llegó de regalo un cajón de libros de literatura, que él había escogido de la librería Difusión. Tengo todavía algunos de esos libros: Interreg
no, de Baica Dávalos, y Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela.

C.: ¿Cómo fue el tiempo de exilio que viviste? ¿Cómo influyó en tu hacer literario?

M.V.: Antes de cumplir los 30 (ya estaba casado y con un hijo de año y medio) salí al exilio en Suecia, y aclaro que no fue por político sino por escribir y publicar un cuento (“El mal de ojos”) en el periódico Presencia. Luis Arce Gómez fue el implacable crítico literario. Era el domingo 28 de diciembre de 1980. Ya entonces había publicado mis primeros libros (fábulas, cuentos y la novela) y en el exilio, aparte de estudiar sueco y de aplicar el refrán “donde fueres haz lo que vieres” (mejor es esta variante: “Ve do vas: como vieres así haz”) para soportar y aprovechar mejor de la vida, me puse a revisar todo lo escrito hasta entonces y a tomar “más en serio” a la literatura, pues pensaba que hasta entonces ya había publicado demasiado y sin mucha seriedad. El crítico literario de marras me afirmó en mi oficio. En Estocolmo escribí mi cuento “La mujer del duende”. Al año y medio ya estaba de regreso en La Paz, con mi familia. Entonces decidí estudiar inglés. Mis compañeros de curso, cuando les decía que volvía de Suecia se escandalizaban: “Pero qué te pasa, estás loco, cómo vas a volver…”.

C.: ¿Qué te llevó a imbuirte en el mundo de la edición?

M.V.: La casi inexistencia de editoriales que se ocupen de los autores jóvenes. La necesidad de llegar a un público, especialmente en los colegios. La tradición de que, por todos esos motivos, los autores son al mismo tiempo editores de sus libros. Como si el editar fuera parte y complemento del trabajo de escribir. Por eso también muchos autores publican revistas literarias, como Trasluz, tres números que publicamos durante la dictadura de Banzer. Y en democracia la revista de cuento Correveidile, apoyada en diversas etapas por otros y otras colegas. Luego, se fue ampliando mi trabajo y comencé a editar libros de otros autores, aparte de los míos. Así nació Editorial Correveidile.

C.: ¿Cómo “diagnosticas” el estado actual de la edición de publicaciones especializadas en literatura?

M.V.: Ahora han aumentado y crecido las editoriales pequeñas, además de que trabajan con mejores criterios de edición, y el apoyo de las nuevas tecnologías, que antes no existían. Claro, se ha banalizado también un poco, ha perdido valor el esfuerzo que se puede hacer, o el “salir a la luz” exige menor esfuerzo. Pero ese siempre fue el peligro, la poca existencia de una autocrítica o de crítica para seleccionar lo que se publica. Eso en las “grandes” y en las pequeñas editoriales. Seguimos nomás con la triste realidad de que “el que paga”, o “el que tiene buenos contactos” publica más fácilmente, y así se publica cualquier cosa.

C.: Como editor, ¿qué aspectos valoras de textos de autores jóvenes que llegan a tus manos? ¿Qué falencias deberían subsanarse?

M.V.: Hay más autores que escriben. Y en gran parte están más preparados y tienen una mejor idea de lo que significa escribir. “En mis tiempos” éramos poquitos. Pero claro, lo que queda, el gran o pequeño valor de todos estos intentos, no se puede medir ahora, sino con el paso de los años. Entonces, lo que debe subsanarse es la constancia para llegar a la profesionalidad. No sólo pensar en el éxito y la fama. Eso simplemente no existe. O debemos trabajar como si no existiera. Pero claro, el joven siempre quiere la fama. Y como no llega, los “viejos” ya decimos: no se debe buscar la fama. Así nomás es.

C.: ¿Qué circunstancias (o personajes, espacios, coyunturas, etc.) llaman en particular tu atención y te impulsan a escribir?

M.V.: Siempre la experiencia cercana. Debo apropiarme de lo que escribo. Por ejemplo, cuando escribí mi novela Música de zorros, busqué todo lo relacionado con el zorro, en libros, en charlas de amigos, en mis sueños, tanto que hasta ya sentía los pelos del animal por mis orejas. Me estaba convirtiendo en zorro.

Muchos cuentos míos tienen como personajes a mujeres. Me siento cómo dentro de ellas. El personaje de la novela Sal de tu tierra es una mujer. Me identifiqué entre otras cosas porque ella nació el mismo año que yo, y así tuviera ella una experiencia muy distinta, yo la seguía paso a paso como si fuera en el curso de mis años que iba viviendo.

C.: ¿Qué representa Vallegrande para ti?

M.V.: Fue el punto de partida de mi escritura. Era lo que más sabía y conocía por haberlo vivido con todo mi cuerpo. Pensaba que eso era lo único que sabía y que nunca podría escribir otra cosa que no estuviera relacionada con mi primera experiencia de vida. Tuvieron que pasar muchos años para poder apropiarme de un espacio mayor. Por ejemplo, Bolivia. Y de ella, sólo algunos lugares, algunos momentos.

C.: ¿Qué aficiones tienes además de las letras?

M.V.: Escucho música, bastante variada, menos la que está de moda. (Una amiga me decía: me gusta la música, pero solamente la música bonita). En un tiempo tocaba guitarra y cantaba. Planto algunas flores, me gusta meter mis manos en la tierra. No puedo desprenderme de ella. Observo a los animales, pero no quiero quererlos. Últimamente cocino, soy el cocinero oficial de mi casa. En otro tiempo también bebía, hasta la exageración. Ahora ya tengo mis límites, no porque haga un esfuerzo sino porque simplemente ya no puedo más. Ya no voy al cine, me queda lejos.

C.: ¿Cómo es tu vida familiar?

M.V.: Ya los hijos están “criaditos”, el uno lejos, el otro aún en casa. O sea en casa somos tres con mi mujer. Poca vida social. El círculo se achica —nos vamos muriendo o alejando. Esa es buena señal: que dejamos el espacio a otros con más ñeq’e, o que vamos madurando. Ni aburrimiento ni grandes tragedias, uno todo va aprendiendo. Hace rato ya decía siempre, que el amor es un aprendizaje constante, hasta el fin. Si no, para qué la vida.

C.: ¿En qué consiste la labor de un activista del libro, como tú?

M.V.: De tener una hilerita de libros, de pronto me vi con biblioteca (¡hasta salió en foto en los periódicos!), y luego con depósito de ediciones nuevas. Toda una vida. Siempre ando cargado de libros, ya he dicho que algún día me enterrarán, caeré aplastado por ellos. Como no sólo gasto en libros, también vivo de ellos por lo menos a ratos. Tengo clientes-amigos con gustos muy especiales. A una amiga le gusta Agatha Christie, y punto. Dice que porque quiere saber algo de venenos. A otra, sólo novelas eróticas de diferentes grados… hasta que fueron desapareciendo de su biblioteca: era que su hija ya estaba madurando y se los sustraía para leerlos y gozarlos (o para alardear en el colegio, miren que cosa más peligrosa). Mi amiga ya me compra menos, o con más cuidado. A un amigo sólo le interesa poesía “social” y teatro, y de contrabando le paso algunos cuentos y las ediciones Correveidile. Tengo amigos que me compran revistas por paquete para regalar a sus amigos. Otro, sólo quiere primeras ediciones de poetas bolivianos antiguos. A muchas amigas les voy completando sus especiales gustos o intereses, por ejemplo de literatura infantil. Y de contrabando van mis libros. También alimento bibliotecas, sé lo que les falta. Yo me quedo coleccionando libros de cuentos. Pero no regalaré nada a nadie, menos a una institución. Me cuestan una vida.

C.: Entre Música de zorros y Sal de tu tierra, hay un espacio de seis años, este tiempo, ¿obedeció al trabajo que dedicaste a tu última novela o a una especie de receso? y ¿Qué proyectos literarios tienes por delante?

M.V.: No es así nomás la cosa. Si no estoy en la calle estoy siempre leyendo y escribiendo, historias, artículos y hasta cosquillas a los poderosos de todos los colores. Entremedio tengo otra novela ya terminada pero que la sigo “hurgando” (como dice mi amigo Nisttahuz) mientras no se publique, y varios cuentos. Tengo otra novela a medias, parece que va a ser la más larga. No puedo decir que escriba varias obras al mismo tiempo, pero casi. Es que todo parece lo mismo al final. Alguna vez se me ocurrió pensar que cada libro es un pedazo, un fragmento de un rompecabezas o de un mural que intenta completarse, pero sé que siempre quedará a medias, a ver hasta dónde llegamos. Por último, sí, aparte de completar el libro de cuentos, o dos libros de cuentos, tengo una idea de otra novela. Pero todavía no he escrito una línea de ella. Estoy acopiando material, en mi mesa y en mi cabecita.


“Siempre ando cargado de libros, ya he dicho que algún día me enterrarán, caeré aplastado por ellos

Manuel Vargas

Escritor

No hay comentarios:

Publicar un comentario