sábado, 10 de mayo de 2014

El escritor beniano Nicomedes Suárez hace un repaso de su vida y su obra literaria

A propósito de la distinción Honorífica al Mérito Literario que le otorgó en días pasados la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra (UPSA), una charla íntima con el poeta beniano.
Nicomedes Suárez Araúz (1946) aprendió a nadar a los ocho años en la gran inundación de 1954 que dejó la estancia familiar en Santa Ana del Yacuma prácticamente bajo el agua. Un nuevo ciclo de lluvias había llegado y, conforme las aguas se desbordaban, los animales iban apareciendo: perdices, sapos, bagres, serpientes… La vida emergía desde los intersticios de la muerte para salvarse y un niño chapoteaba en el patio de una casa tomada por el río. “Aparte de la sensación de inestabilidad y pérdida, la inundación también era algo fabuloso y excitante. Aunque para mis padres seguramente fue una catástrofe, para mí era un viaje a la aventura, a experiencias peligrosas y épicas. El agua entró a los dormitorios y corría por debajo de las camas mientras dormíamos”, dice el poeta y en el sustrato de ese recuerdo no deja de haber una reparación. Somos lo que olvidamos y fabulamos con la memoria, explica Suárez en su teoría estética de las artes y se entiende entonces que halle la poesía en medio del diluvio y podamos revivir las noches alumbradas con un generador a gasolina, escuchando de fondo y en una vieja vitrola boleros, a Ray Conniff o a Nat King Cole.

Dos o tres años después, otra inundación modificaría definitivamente las cosas. Los padres decidieron que el chico no podía continuar siendo analfabeto y lo enviaron a un conspicuo colegio en Buenos Aires, en el que Suárez concluyó sus estudios básicos y secundarios en solo seis años. “Perdí el paraíso y he pasado la vida tratando de recuperarlo”, dice y es como para creerle. Allí sentado, a la sombra de un árbol y bebiendo parsimoniosamente un café, Nicomedes Suárez es uno de los referentes de la poesía amazónica dentro y fuera de Bolivia. Autor de una docena de libros enraizados en la selva, artista plástico y académico, ha escrito hasta el manifiesto de una teoría estética de las artes denominada Amnesis, que se enseña en distintas universidades de Norteamérica y de Europa.

No deja de ser un poco místico que hayas encontrado en la poesía no solo una forma de recuperar la “memoria”, sino de volver al mismo lugar del que saliste. ¿O no es Loén, tu tierra apócrifa, y toda tu obra, de alguna manera, un viaje hacia el origen?
Loén es un retorno a mi origen por medio de la palabra y la imaginación. A mis 11 años fui enviado por mis padres a estudiar al colegio angloargentino Saint George’s en Quilmes, cerca de Buenos Aires, donde estudié de 1957 a 1963. Luego pasé años de estudio en Inglaterra y en los EEUU y no regresé a Bolivia para vivir sino años después. Inventé una región, Loén, un reflejo del esplendor del ambiente natural y de la vida extrema de mi niñez. Mis fábulas se inspiraban en mis recuerdos.
Por cierto, hay una fábula central basada en una de las historias de mi padre que tuvo lugar en la ciudad de Reyes. Allí, el sacristán de la iglesia le reveló a mi padre la ubicación de una extraordinaria colección de tesoros del siglo XVI guardados en dos canoas de madera incorruptible, selladas con planchas de hierro para proteger sus contenidos de la perniciosa humedad. En esas canoas, yo me imaginaba que, aparte de objetos de oro y plata, habría manuscritos cuyas páginas revelaban detalles de la región y sus historias secretas. Yo escribí mis poemas y cuentos relacionados con Loén como si fueran fragmentos de los manuscritos en las canoas… Ese ejercicio de la imaginación me brindó, en los años 70, una apertura a una estética: ante los vacíos de la historia tejí un velo de palabras para cubrirlos.

Al hablar con Nicomedes Suárez, es esencial hacerlo también con su esposa, Kristine, una rubia magnética, de extrovertida belleza, que ha sido su cómplice intelectual toda la vida. Mirándolos bien, ambos debieron parecer estrellas de cine, con esa pátina típica de los 50: eso sí, listos y audaces, no solo hermosos. Del tipo de gente que sabe armar maletas, sin detenerse en los asuntos que preocupan a casi todos los mortales con hijos: la casa, el auto, el seguro, la jubilación… Probablemente fuera ella la que primero vio y luego regó el talento de ‘Nico’. “Me casé con un artista, cómo no voy a darle espacio y tiempo. A un poeta hay que permitirle escribir”, dice y Nicomedes recuerda que en cada casa, grande o chica, incluso cuando no había demasiado dinero, Kristine habilitaba un área, un cuarto, un espacio de trabajo solo para él, alejado del ruido. Ella quería que escribiera y debió ser una férrea crítica, porque además se guio siempre por intuiciones fundamentales. Así decidió dejar EEUU y regresar a Santa Ana del Yacuma o poner a la venta todo y mandarse a cambiar a Barcelona, solo para que el poeta experimentara y demostrara su teoría de las artes, entre los propios artistas, y no en el laboratorio aséptico de la academia norteamericana.
Háblanos un poco de Amnesis…

Me di cuenta de que mi experiencia, aunque relacionada con mi región y mi vida, era una experiencia universal de la condición humana. Olvidamos más de lo que recordamos; como dice Cesare Pavese: “Recordamos instantes, no días”. Por lo tanto, lo perdido nos conforma igual o más que lo recordado.
La realidad de mi entorno con sus extremos de sequías e inundaciones y el desconocimiento generalizado de sus habitantes, en ese entonces, de la historia de Beni, confirmaba mi percepción de una realidad fragmentaria, porosa. Cabalmente mi tío José Chávez Suárez, pionero de la historiografía beniana, publicó la primera y admirable Historia de Moxos (1944) en un épico debatirse con las carencias de documentación. Su narración, como las de los primeros cronistas de América, contiene pasajes imaginarios que suplen la ausencia de hechos reales. Este proceso narrativo confirmaba mi impresión de que la historia tiende a yuxtaponer o fundir fuentes reales y fabulaciones.
Es sabido que tu poesía bebe del surrealismo, del romanticismo inglés y francés, de grandes poetas como García Lorca, Neruda, Miguel Hernández, del haiku… ¿Cómo ha influido en tu obra la tradición oral?

La tradición oral de mi niñez fue marcada fundamentalmente por las narraciones de mi madre, Nina. No era literata pero contaba historias de un modo muy natural e incluía el monólogo interior, múltiples puntos de vista y saltos en el tiempo dentro de la narración. Poseía un admirable don del lenguaje y posibilidades narrativas. A menudo empezaba una historia in medias res (en el medio de la acción) frustrando mi deseo de un orden cronológico. Confundido por el hilo de la trama, le pedía a mi madre que clarificara. Se impacientaba y daba respuestas que solo aumentaban mi confusión. Pero aprendí que al final de sus historias todo encajaba, todo se revelaba, como en una obra literaria. Además, estaba su humor, su manera enfática y dramática, y su habilidad en captar personajes con precisión descriptiva.
Tú comenzaste a recuperar “lo amazónico” en EEUU (fundaste el Center for Amazonian Literature and Culture) cuando nadie lo hacía, cuando no era políticamente correcto hacerlo.
Concuerdo en que lo amazónico ha llegado a tener un lugar importante en la noción de lo que es Bolivia. Sin embargo, sigue siendo común internacionalmente la imagen de nuestro país como país andino. Dicha impresión evolucionará y sin duda se corregirá del todo ese error… La Amazonia como ‘causa poética’ ha llegado a ser aceptada. No lo era cuando empecé a proponerlo en los años 90. Ahora muchos, con gran mérito, se dedican a la causa y esto para mí es una gran satisfacción.
¿Escribes, Nicomedes, todavía?

Sí, sigo en ello, pero también me he dado cuenta de que he escrito mucho, pero mucho ha quedado inédito. Hay algunos libros cuya publicación quedó pendiente por varias décadas. Uno de ellos, El poema América, publicado en inglés en 1976, aún no ha sido editado en castellano. Lo publicaré, Dios mediante, aquí en Bolivia. También estoy revisando un manuscrito de poemas de amor escritos a Kristine durante cuatro décadas, desde 1974, cuando la conocí. La experiencia de ese amor profundo e intenso ha sido lo más central en mi vida. Me transformó y me transforma cada día… También entre muchos papeles sueltos en cajas de cartón y un sinfín de cuadernos hay poemas que han estado invernando desde su creación. A este punto de mi vida, tengo muchos deseos de atar cabos, de asegurarme que lo esencial para mí salga a la luz.

Hablas de atar cabos, ¿te preocupa tu legado literario? ¿Qué piensas acerca de la muerte?
Sí, tengo conciencia del tiempo, en gran parte por el infarto que sufrí en 2004, pero lo que ha sido más impactante para mí es la condición de párkinson que padezco desde hace unos diez años, aunque solo fue diagnosticado hace tres. A veces me siento mentalmente ofuscado y me falta energía. Podría concentrarme en todo lo que he perdido, pero me asombra todo lo que me queda. No pienso mucho en la muerte, y tampoco tengo miedo de ella. Lo que sí me preocupa es vivir con gracia y autenticidad hasta el momento de mi muerte. Sobre si me preocupa mi legado literario, creo que todo escritor tiene un destino. El mío se irá revelando con el tiempo

Perfil

Nicomedes Suárez Araúz
Escritor
Desde beni para el mundo
Nació en Santa Ana del Yacuma en 1946. En 1967 se fue a vivir a Estados Unidos después de haber estudiado en Argentina y en Inglaterra. Residió también en España por tres años. Tiene un doctorado en literatura hispanoamericana.

Sobre el autor

Carrera
Nicomedes Suárez tiene una importante obra con temática amazónica. Editó en Estados Unidos la revista Amazonian Literary Review. En Bolivia ganó el Premio Franz Tamayo en 1973 por su poemario Caballo al anochecer.

Publicaciones en inglés
Dos de sus libros El poema América (1973) y Recetario amazónico fueron publicados en Estados Unidos. Recetario amazónico se editó por primera vez en Bolivia este año (Editorial 3.600) y será presentado en la Feria del Libro de Santa Cruz. El poema América sigue inédito en español y se espera publicar este año también.

Otras obras
Otros libros importantes de la autoría de Suárez son Los escribanos de Loén, Amazonia: Poemas de sombra blanca, Cinco poetas amazónicos y Loén: Amazonia-Amnesis-América.

Con borges
Nicomedes Suárez tradujo un poema al inglés al gran escritor argentino Jorge Luis Borges, a quien tuvo la suerte de conocer. Suárez cuenta que el autor de El hacedor le dijo que con su trabajo “había perfeccionado su escritura”

No hay comentarios:

Publicar un comentario