domingo, 27 de octubre de 2013

Man Césped

Man Césped (Manuel Céspedes Anzoleaga). Poeta y floricultor. Sucre, 1874 - Cochabamba, 1932. Es autor de los poemarios "Símbolos profanos" (1924) y "Sol y horizontes" (1930). En crónica ha escrito "Viaje al Chimoré" (1907). Sus "Obras completas" fueron publicadas en 1973.



Pena chica



Pena chica, pena de juguete, que pone ternura de tristeza en el alma niña.



Pena chica, muñequito enfermo con depósito de lágrimas y cuerda para llorar.



Niño menesteroso, amado mío: yo saludo en esa mueca del sufrimiento que ha puesto un temprano surco de reflexión en tu frente, la aparición de un pliegue de tu bandera de combate.



Me encanta tu alma pesarocilla, porque si la suerte te maltrata es que no te miente felicidad y te quiere hombre.



Las penas chicas enseñan a querer con fuerza, y los que quieren así, pueden lo que quieren.



Las penas grandes prueban al hombre, las chicas son las que lo forman.



Pena chica, pena de los hijos del infortunio que al rodar del tiempo serán los hombres de la fortuna.



Pena chica, pequeña aflicción, tristeza de pájaro que se duerme de pena.



Las penas no mueren, son clavos a que se acostumbra el corazón, y si son muchas le forman un broquel, que es la armadura que los hombres superiores que llegan a tener fuerte corazón de acero, para afrontar las grandes penas y sufrir sin caer, los golpes mayores.



A las penas humanas que nacen de nosotros, debemos amarlas como a hijas, y hacerlas fuertes para que nos defiendan de las fieras que luego vendrán de fuera.



Pena chica, mal que viene por bien, tristeza gemela de la esperanza.



Pena chica, tristeza del amanecer, zozobra de la vida que entra en el escenario del día, y tras el fragor de la tarea, acaba en el acto triunfal de la gloriosa puesta de sol.



El alma del pino roto

No sé si el huracán, el rayo, tal vez algún gusano, tronchó aquel hermoso pino del viejo pinar.



Las ramas que le quedan, tienen el pálido verdor de una esperanza a medio vivir.



Ese pino tiene alma. Muchos niños la han visto, y algunos viejos la han visto también.



En las espirituales noches de luna, la ven surgir de la quemada herida del árbol, como una exhalación fosforescente que figura una forma humana con las manos juntas en alto, en actitud de doliente imploración. Y los perros aúllan, y se santigua el guarda del pinar.



Es la esencia de la vida que se queja de dolor. Es la imploración del amor que quiere vivir. Es el limbo blanco de un sentimiento que pena su inocencia.



Es el alma del pino, roto. Alma del árbol. Alma de esos seres de vejeces alternadas de juventudes, que en los inviernos se encanecen de nieves y en las primaveras resplandecen de verdor.



Alma que se difunde en la fragancia

y se cristaliza en la resina.



Alma del gajo y de la semilla. Alma tenaz que nace donde se la entierra, y alumbra de vida donde le hirió la muerte.



Alma de fortaleza y de bien. Alma que es plácida frescura en el follaje rumoroso, mecido por las brisas del estío, y candente verbo de amor en la lengua de fuego que arde en el hogar.



Alma sacramentada en el madero de la cruz. Alma glorificada en el incienso del altar.



Rústica alma de perro. Alma que prende en los retazos. Alma que no abandona. Alma que muere junto al corazón.



Vaso de agua



Reposa sobre mi mesa un límpido vaso cristalino de roca prístina, lleno de agua del manantial.



Cáliz diurno que contiene la serenidad del alba.



Bálsamo vital para el cortado talle de la flor; fresco alivio para el ansia de férvida sed.



Celebración del mundo; mentalidad de astro cuyos pensamientos son las nubes y cuyo verbo es el torrente.



La dócil quietud del amor es como tu pureza: un cuerpo lleno de gracia en cuya transparencia está el prisma en que laten las bellezas del universo.



Espíritu rico y generoso: quiero aspirar la fecunda idealidad de tu inspirada sabiduría.



Óleo celestial del sacramento de la vida, quiero ser tu pontífice y consagrarte a la voluntad y al pensamiento en el milagroso vaso del ensueño.



Virgen pureza del agua, alma de cisne, sueño de loto: ven a mis labios, beso de dulce ondina conforta mi naturaleza con tu vino de luz.



Santos anhelos de ternura, generosos deseos de plenitud: ¡Salud a la gloria del ser!

El beso



En el reino de la animalidad era insondable el medio entre las almas. Los caminos de Dios estaban cortados por el abismo de la bestia. Cuando he aquí que el genio del amor inspiró con una idea sencilla y atrevida, a la técnica espiritual, la que sobre un abanico de alas de ilusión, arrimó dos pétalos de rosas de carne, uniendo en la coyuntura fugaz del beso el camino de los espíritus, que en el ábside de la comba divina, con deleite cambiaron sus esencias.



Y sobre el puente frágil y eterno: el más bello artificio de la ingeniería celeste, sin temor de ruina, se han unido ya tantas almas como luceros brillan en el cielo de la noche.

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