La XVIII Feria Internacional del Libro de La Paz ha finalizado con récord de asistencia, pese a que - seamos sinceros- este año llegar y pasear por infraestructura en construcción que albergó a la FIL significó un esfuerzo. Aun así, el público lector ha respondido con creces al llamado de los libreros.
Y no faltaron dificultades en esta FIL que estrenó anticipadamente el campo ferial de Següencoma: frío en los stands sin paredes, demasiadas gradas que subir o bajar, cortes de luz y salas improvisadas con graves problemas de sonido. Quizás por esa razón algunos actos programados tuvieron muy poca gente, incluso pocos se suspendieron.
Ese hecho también plantea para la Cámara del Libro la necesidad de reformular su programa con mesas menos convencionales, pues –se ha confirmado- las presentaciones de novedades con la presencia de autores estuvieron llenas y activas.
Hasta ahí, inconvenientes que la gente aguanta de buen grado, solidaria, con la esperanza de tener pronto un campo ferial de primer nivel e incluso pagando una entrada para poder comprar libros. Pero al parecer ese amor no es correspondido, pues los precios de los libros –en una gran mayoría- son altísimos: sigo pensando en la edición de cuentos completos de Borges que costaba 320 bolivianos, por ejemplo.
Los libros nacionales son más baratos, pero aun así no todos pueden pagar Bs 150 por la novela gráfica de Periférica Blvd., por mucho que los vale. Esta versión de la FIL ha sido la bisagra entre dos épocas: a la promesa del nuevo campo se ha sumado la reglamentación de la Ley del Libro que, finalmente, debería abaratar costos de libros.
Hay mucho que esperar al año porque siempre –aunque uno reniegue con los precios o los programas- la Feria del Libro es un lugar de encuentros y de descubrimientos que hay que agradecer.
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