lunes, 26 de septiembre de 2011

Virginia Ruiz

Una deportista de élite. La vida de la flamante ganadora del premio de cuento “Franz Tamayo”, Virginia Ruiz, no estuvo siempre sumergida entre fantasías infantiles, libros, hojas, máquinas de escribir y/o computadoras, sino que balones, canchas y pistas de estadios también fueron parte de ella: fue seleccionada nacional en atletismo y voleibol durante su adolescencia y juventud. Hoy, “la vida no te permite seguir con todo esto”, dice entre risas.

Esta paceña de 47 años, de sonrisa fácil y sincera, que lucha desde la infancia contra su timidez, cuenta que la lectura le atraía desde sus años de escuela, cuando era una alumna sobresaliente del colegio Alemán —donde la enviaron a un “curso de corchos, entre los que era más bien floja”—, pero no decidió estudiar Literatura al notar la desilusión de sus padres cuando su hermana —que igual era buena estudiante—, les dijo que su futuro universitario iba a seguir esa carrera.

Fue así que optó por Ciencias de la Educación. Pasaba el tiempo entre las aulas de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y las carreras de atletismo. “Allí me di cuenta de que había cometido un error, que debí haber estudiado Literatura”. Eso sí, casada y con el título profesional en su mochila, a los 29 años, emigró a Estados Unidos junto a su esposo, el también paceño y literato Mauricio Souza, donde subsanó lo pasado con una maestría en literatura latinoamericana.

Vivió en Boston y San Luis. Fue profesora de español y también fue entrenadora de voleibol. “Allí era bien boliviana”, confiesa, “conocí a una sociedad de 40 familias de bolivianos, mis mejores amigos; bailé tinku, llamerada… lo que nunca hice aquí”. Tenía la vida asegurada, había cumplido el ansiado “sueño americano”, pero como ella dice, “no pasaba nada”. Y junto a su pareja retornó a su La Paz querida, tras 15 años de ausencia.

Su urbe natal le dotó de remozadas energías y acabó lo iniciado en el país del norte: la obra ganadora del premio: Esperando a los bárbaros. Más aún, el momento que vive, y comentarios de amigos (“me dijeron que ya no me haga la loca, que tome esto en serio”), le han llevado a pensar en dedicarse de lleno a la literatura infantil, sujetada a esa manía obsesiva que la cunde cuando emprende algo. Así es esta paceña amante del fricasé, el jolke y el thimpu, una nueva figura de las letras.

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