domingo, 17 de agosto de 2014

JUAN QUIRÓS (1914-1992)




Semblanza publicada por Heberto Arduz Ruiz en su libro “Rastrojo
de lecturas/Obituario”, La Paz, 2013.

Espíritu apasionado por las letras y el bien decir, mente abierta a la suma de conocimientos y a todo cuanto significa valorar las expresiones de la cultura, en armoniosa convivencia de las más disímiles corrientes que impone cada época. Nada del entorno era ajeno a su aguda observación, constituyéndose desde los años ’50, a poco de haber retornado al país, en el ponderado crítico literario.

Monseñor fue, pues, un auténtico espectador, como dijera Ortega y Gasset al afirmar que antes que vivir el escritor asiste a la vida de los demás; verdad que se cumplió en Juan Quirós, encaminando su fecunda labor intelectual en tres direcciones: crítica, cátedra y poesía.
La producción que labró con afán consta del poemario Ruta del alba (1947), una obra de crítica La raíz y las hojas (1959), así como de las antologías Índice de la poesía boliviana contemporánea (1964-1983) y Las cien mejores poesías bolivianas (1978). Por último, Signo en el número doble 32-33, correspondiente a enero-agosto de 1991, recoge parte de la obra poética inédita, junto al material escrito por escritores nacionales y extranjeros acerca de la contribución quirosiana. Y el mismo sello editorial publica Fronteras movedizas (1992) sobre estimación y crítica.
En forma paralela, la amplia actividad que desplegó al frente de Presencia Literaria, la revista cultural Signo y de la Academia Boliviana de la Lengua, es digna de mención. En esa tribuna cultural en que devino el suplemento por él creado y sostenido a lo largo de 35 años, siempre tuvo para con sus colaboradores una palabra cordial y serena, sin incurrir en falsos halagos. Otro tanto ocurrió con Signo aglutinando bajo su presencia a escritores de varias generaciones, que contra viento y marea suman esfuerzos para edificar la cultura del país; al igual que en la docta corporación del idioma que dirigiera acertadamente, huérfano de todo apoyo estatal.
A la hora del recuerdo, motivado por tan lamentable deceso, justo reconocer que Juan Quirós supo erigirse –como nadie lo hiciera en los últimos lustros del siglo pasado- en verdadero mentor de los jóvenes que se sentían atraídos por la literatura; habiéndoles brindado en todo momento su concurso, para que muchos de ellos publiquen trabajos y puedan encaminar los vacilantes pasos hacia el mundo literario. La deuda de varias generaciones, en este sentido, es de alta cuantía en el orden moral, si vale la paradoja.
Diversos aspectos apuntaban en él hacia la originalidad, ya en lo físico, ya en lo espiritual, desde aquella copiosa cabellera blanca que se resistía a ceder el paso a la calvicie, la voz ronca tan propia de los asiduos fumadores y –por ello mismo- la sombra azul grisácea casi inseparable de su persona, hasta el modo de leer e interpretar libros y autores, tras una mirada zahorí que parecía abarcarlo todo, a tiempo de esbozar la más enigmática sonrisa, oscilante quizá entre el buen humor y el sarcasmo.
Los lectores se deleitaban a la espera de los sabrosos comentarios de domingo firmados por Quirós, en los que numerosas veces el autor de la obra analizada salía con el rabo entre las piernas, es decir muy mal parado. Monseñor no anduvo nunca dispuesto a quedar bien con nadie, sea quien fuere, sino a emitir apreciaciones conforme a su leal saber y entender, traducido éste en un vasto conocimiento humanístico y en frecuentes lecturas.
Tales trabajos de crítica solían cerrarse con un dictamen desprovisto de medias tintas, pleno de motivos convincentes y con mucha gracia en el decir, a favor o en contra de la obra comentada, al mejor estilo quirosiano. Veamos:
Acerca de un libro de Tristán Marof: “es una notable contribución a la literatura boliviana”.
Sobre un poemario de Ávila Jiménez: “quedará en nuestra literatura como una de nuestras creaciones más puras definitivas”.
A la joven poetisa Mery Flores Saavedra: “¡Adelante!, muchacha. Tienes defectos de forma, también posees lo principal, sentimiento. Esos defectos los irás extirpando poco a poco, porque en ti se nota otro gran don, el buen gusto”.
Y en cuanto a Hoy fricasé de Jorge Suárez y Félix Rospigliosi: “Y es un libro, no sólo de versos; hay también en él, hasta poesía”.
En torno a La ilustre ciudad de Marof: “sólo es un pintoresco y caricaturesco relato de unilateral visión no exenta de malignidad”.
Respecto a la novela de Gastón Duré: “A propósito del ‘internacional’ y de ferrocarriles, la presente “novela” me hace el efecto de uno de esos trencitos de juguete, que corren bien un trecho y, después, saltan de la “ferrovía” y… se vuelcan (…) Al llegar a la meta de la original “novela”, quédase uno con el convencimiento de haberse, con su lectura, aburrido más de lo suficiente”. Y sobre la misma novela: “lo que se dice mala, esa novela no lo es, porque es pésima”.
“No vale la pena extenderse más mi querido viejo, defensor de esta causa perdida: luchemos para defendernos de los años”.
“Más le valiera nunca haberla escrito”.
“Tiene otros versos blandos y doloridos casi propios no de un poeta, sino de un poetiso”.
A quien calificara de infante terrible le dijo: “que no desperdicie esa onza de sal que en el día de su bautismo le entregaron”.
En otro comentario caló más hondo, al sostener que en la antología que tenía entre manos encontró portaliras “buenas unas, regulares otras y otras, hasta fusilables” (…) pues en la ronda están “poetisas” que no debieron figurar en ella y cuyo cantar apenas pasa del “arroz con leche”…
Aprecien señores lectores la sagacidad de su pluma; aunque, justo decirlo, al buen escritor y al libro bien escrito, les daba su lugar con comentarios consagratorios. Así fue monseñor Quirós, señor de una integridad a toda prueba e incorruptible desde lo más íntimo de su conciencia. Las letras nacionales y el país, de un confín a otro, perdieron al destacado intelectual y preclaro hijo. ¡Paz en su tumba!
Apunte final. Me tomo la libertad –Dios salve mi alma- de señalar lo siguiente. Según un dicho popular, o refrán, al mejor cazador se le va la liebre; así al más destacado crítico literario de la segunda mitad del siglo XX, Juan Quirós, también se le fue el bicho, digo la liebre.
En el artículo “Luis Toro Ramallo en Gente de mi tiempo”, que forma parte del libro La raíz y las hojas, Quirós dice: “Se me ocurre hablar hoy de Luis Toro Ramallo, escritor que no ha publicado últimamente ningún libro, pues hace bastantes años que murió” (Editorial Buriball, 1956, p.214.
–Mi querido monseñor, ¿cómo extrañarse que un muerto no hubiera publicado últimamente ninguna obra?
Lo anterior junto a un pleonasmo de la nota previa del libro mencionado, es cuanto hemos encontrado. Nada más para ser criticado al crítico. Sea dicho en tono anecdótico con todo respeto y admiración a la obra de tan insigne maestro.

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