martes, 7 de agosto de 2012

El canje de historietas en el tiempo

Antes de la televisión los jóvenes no tenían muchas opciones de distracción; ahí surgió el feroz hábito por la lectura seriada, que convirtió a las revisterías en centros sociales de encuentro e interacción.

Hace más de 40 años la juventud cochabambina estuvo cautivada por un mundo de dibujos o fotografías que tenían cuadros de diálogos en la parte superior. Se trataba de una nueva moda en distracción: revistas, comics o novelas cuya temática giraba en torno al amor, el misterio, las aventuras y fantasías que los creadores plasmaban en la secuencia.

En aquel tiempo, este pasatiempo no discriminaba entre grandes o chicos, hombres o mujeres porque todos gustaban de disfrutar de una lectura ligera que los saque de la monotonía.

Los favoritos eran D´artagnan, Nippur de Lagash, Kaliman, Valle de lágrimas, Corin Tellado, El enmascarado de Plata y para los más chicos la colección de Disney con su variedad de personajes, las historias de Condorito, Paturuso, Hijitus y más.

Los fanáticos esperaban con ansias el principio de mes, cuando los nuevos ejemplares aparecían en los estantes de las revisterías. Algunos coleccionistas tenían la oportunidad de comprar los nuevos números, mientras otros simplemente se remitían a coquetear con la suerte para ver cuál de las ediciones anteriores retornaba a la revistería para poder canjearla o alquilarla.

El ávido lector contaba con un personaje favorito al cual seguir y que en el número anterior lo había dejado en medio de una trama imperdible y por eso se desesperaba por conocer el desenlace final.

Este fenómeno logró que las reviste-rías sean un gran negocio; la lectura era el único pasatiempo porque el fenómeno televisivo aún no había entrado a los hogares cochabambinos.

En aquella época existían tres grandes revisterías en la ciudad, una de ellas era la “Revistería Disneylandia”, ubicada actualmente en el interior del excine Avaroa, sobre la calle 25 de mayo, era la más concurrida y aun ahora conserva algunos modos de préstamo de aquel entonces; pero también existían las pequeñas o ambulantes que solo prestaban por horas y en el mismo lugar, la más popular era la plazuela San Antonio.
Primeras páginas

Como todo en la vida, la pasión de las revistas surgió como un pasatiempo, que luego se convirtió en moda para luego quedar en el olvido.

Esta historia sin fin se inició en la década de los sesenta; la gran mayoría de estos ejemplares procedía de México o Argentina; y como no había otra distracción los lectores comenzaron a crear sus pequeñas o grandes colecciones, aunque también estaban aquellos que no podían comprar todos los números, pero se dieron modos para seguir las historias.

Por aquella época Cochabamba ostentaba tres grandes revisterías, la más antigua y visitada era la de “Don Gregorio”, ubicada en la calle Colombia esquina España, le seguía “Disneylandia” cuya primera tienda estaba cerca de la primera sobre la Baptista, y la tercera de menor tamaño ubicada en La Cancha.

Mery Rodríguez no creía que este negocio sería muy exigente, al contrario le parecía cómodo para críar a su hijo, “no tenía muchas revistas, había abierto la revistería con poco, pero tenía que hacerla crecer por la demanda que existía”.

“Los chicos hacían de todo para poder comprar el último número de su colección y por eso venían al negocio cada día a preguntar por las novedades”, asegura Mery Rodríguez Navarro, quien a inicios de 1974, hace 38 años vio este negocio como un buen ingreso económico para su familia.
En busca de las aventuras

“Mis primeros viajes eran solo a La Paz, pero luego por la exigencia de mis clientes tuve que realizar viajes internacionales”, recuerda Rodríguez.

En aquella época los seguidores de “Kalimán”, en su formato de historieta, eran los más exigentes; es que se había convertido en la revista de aventuras más popular y más vendida de México y su fama traspasó las fronteras latinoamericanas; pero lamentablemente las nuevas ediciones llegaban primero a La Paz y luego, casi con un mes de demora, a Cochabamba.

Esto generaba mucha tensión entre los lectores pues todos querían la última revista, y es así como ella se animó a ir en busca del distribuidor en dicha ciudad y así traer a la Llajta el número más reciente.

Y ya estando ahí comenzó a comprar otras colecciones como: Valle de Lágrimas, Nemin, Heidi y otros.

Esta jugada le generó más seguidores y más pedidos y por eso se animó a viajar cada tres meses al exterior para traerse los nuevos números, ahora el destino era Argentina, Brasil o Perú.

“La gente no tenía televisión y buscaba ese tipo de revistas porque no había cómo más distraerse. Empezamos a traer colecciones seriadas y conforme iban apareciendo los números se pedía otros más, incluso a veces traía en paralelo, es decir, que me traía la revista que recién estaba a la venta en esos países y por supuesto esos ya eran primicia”.

En verdad, la revistería Disneylandia no traíamos muchos ejemplares, pero sí teníamos una amplia variedad de revistas”, recuerda Rodríguez.
EL CANJE de cada día 

Según recuerda Mery Rodríguez, don Gregorio, dueño de la revistería más antigua en la ciudad -que llevaba el mismo nombre- fue quien ingenió la modalidad del canje y el alquiler para hacer circular las revistas y además tener algo de ingresos extra.

Este intercambio no era tan complicado de realizar y solo se requería de una revista de la colección y luego intercambiarla por una anterior edición y de esta manera seguir la historieta de principio a fin.

“El cliente venía con su revista bajo el brazo y se cambiaba por otra, dejando la suma de 20 centavos por cada ejemplar” recuerda Mery. Este tipo de intercambio no tenía fecha límite, por el contrario algunos no retornaban a canjear sino que adquirían nuevas revistas y así empezaba su propia colección.

Y aunque no pareceria fácil de creer, hoy luego de 38 años de intensa actividad esta revistería aun mantiene vigente esta modalidad. Armando Estrada, hijo de Mery y actual administrador del negocio asegura que semanalmente se acercan casi treinta personas para realizar el canje.

“No podemos dejar de hacerlo porque tenemos clientes antiguos que reclamarían. Ahora el cambio cuesta entre uno o dos bolivianos, todo depende del tipo de revista que lleve”, afirma Estrada. A la fecha asegura que ya no se fijan mucho en la calidad de la revista que devuelven, puesto que la mayoría ya lleva más de 40 años en los libreros; por lo tanto, tienen marcas del paso del tiempo en su portada, pero antes se realizaba un estricto control.
Coleccionistas de corazón

Carlos Arteaga Montaño, de 58 años, es uno de los fieles lectores de historietas que semanalmente acude hasta esta revistería en busca de material de lectura. Según su experiencia a la fecha ya no encuentra nuevos ejemplares, por el contrario las revistas siguen siendo las mismas, pero él sigue gozando de la lectura pues le gusta recordar las viejas historias.

“Ahora las cosas han cambiado, son diferentes, en mi época la mayor diversión eran las historietas de D’artagnan, Tony, Fantasía y otros; pero, con la aparición de la televisión se dejó la lectura de lado”, recuerda Arteaga.

De igual manera, don Carlos asegura que antiguamente incluso tenían un círculo de coleccionistas con los que mantenían contacto, pero con el paso de los años se fue desintegrando.

Otra modalidad era el alquiler de las revistas, es decir que el lector no compraba ni canjeaba las revistas sino que daba una buena garantía por las revistas y se las llevaba a su casa, y luego de un tiempo establecido este debía devolverlos y solo pagar un monto por el tiempo de préstamo.

Estrada asegura que generalmente la garantía que el negocio pedía era el costo de una revista nueva, pero que al devolverla se descontaba un monto específico por el tipo de servicio prestado. Una modalidad que se manejó por más de 20 años y que ahora ya no se usa.
Recuerdos del pasado

Según Mery Rodríguez aquellos sí eran buenos tiempos, puesto que la pasión por la revistería eran innegable.

Muchos lectores aun recordarán las aventuras, amores y desamores, ciencia ficción de sus personales tan queridos. A la fecha los mil ejemplares que aún quedan están a disposición de nuevos o viejos coleccionistas, aquellos que aun disfrutan de sus aventuras, entre ellos D´artagnan, Nippur de Lagash, Valle de Lágrimas, Nemin, Kaliman, Corin Tellado, Aghata Cristi, Lucky Laque, Mafalda, Isidoro, Patoruso, Condorito.

Historias de papel de la época dorada que se resisten a cerrar sus páginas para siempre.

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