lunes, 27 de agosto de 2012

Edmundo Paz Soldán « Para estimular la lectura hay que dar el ejemplo y luego intervenir poco »

Como casi cada año, el escritor Edmundo Paz Soldán estuvo de vacaciones en Bolivia. La Isla del Sol y las misiones están entre sus sitios favoritos, junto a Nueva York (vive a cinco horas de la Gran Manzana), Buenos Aires y Madrid. Aquí oscila entre su natal Cochabamba y Santa Cruz, de donde es oriunda su actual pareja. Lo acompañan sus hijos Gabriel (12) y Joseph (5), que ronronea a su lado. La entrevista lo remonta a las curiosas reacciones que causó Río Fugitivo, la primera de sus nueve novelas. La historia, conocida en algunos círculos, es así:

Publicó Río Fugitivo y en ella se mencionan hechos desagradables que ocurrieron en el colegio Don Bosco, de donde Paz Soldán salió bachiller. También se cuentan cosas que nunca sucedieron; es decir, se ‘ficcionaliza’. Alarmado, el director del colegio lo convoca para una reunión que, en realidad, es una emboscada.

- ¿Reunión, en un coliseo?

- Sí, porque había 70 profesores. Varios curas y profesores del colegio se sintieron muy ofendidos. Decían que -en la novela- estaba manchando el nombre de la promoción. Me preguntaban si no se podía cambiar el nombre del colegio. “En la novela, los alumnos hablan todo el tiempo muy mal de los profesores y de los curas. ¿Qué tienes que decir a esto?”, me preguntaron. Aunque estaba intimidado, alcancé a decir que me quedé corto. De pronto, un grupo de profesores aplaudió. Eso me relajó. Me di cuenta de que no todos estaban en contra mía.

Salió de la emboscada con remordimiento, decidido a escribir un artículo para explicar qué era verdad y qué era mentira. Luego algunos profesores le dijeron ‘cuidadito con que cambie algo’. Ahora se ha distanciado lo suficiente del libro para comentar que el que quiera ofenderse, que se ofenda.

-Hace un tiempo, el Gobierno consideró racista a Alcides Arguedas, sobre el que hiciste tu tesis. ¿Qué sentiste en ese momento?

- Arguedas es un escritor políticamente incorrecto, pero representa una forma de pensar dominante en su momento. Es necesario leerlo para entender cuál era la Bolivia de ese entonces y para ver de dónde venimos. Estaba escrito como un ensayo sociológico y sicológico de nuestra identidad como bolivianos. Muchas de esas ideas todavía se mantienen vigentes en la charla de café, entre amigos, cuando no hay una grabadora de por medio. Ese racismo que define buena parte de la forma de entender del boliviano en Arguedas está presente en la sociedad.

Claro, por los cambios políticos y sociales de los últimos años mucha gente se cuida un poco más de decirlo tan abiertamente como antes, pero no podemos hacernos los inocentes y decir que no es parte de nuestra vida cotidiana. Lo de Arguedas es una puerta de entrada fundamental para entender cómo se concibió el país en determinado momento y contra qué estamos peleando hoy, tratando de convertir el país en otro. Contra qué prejuicios dominantes hay que luchar, porque no es tan fácil. - ¿Es Arguedas prejuicioso, malintencionado, o está desinformado?

- Todo a la vez. Si lees el darwinismo social del periodo, para fines del siglo XIX, científicamente las ideas de Arguedas están desterradas, pero esta es la parte más complicada porque todavía a nivel de divulgación popular están vigentes en Europa. La ciencia dice que para fines del siglo XIX había una forma de entender las identidades a partir de la cuestión racial. La ciencia comienza a probar que no hay jerarquías raciales. A nivel de divulgación popular, con autores como Gustave LeBon, todavía funciona. En ese tipo de ciencia se basa Arguedas, en lo popular. No es el único, porque ese pensamiento de degeneración racial da origen años después a Auschwitz. Ese tipo de cosas hay que desterrarlas, pero para eso hay que saber de dónde viene todo.

“Papá, pis”. En realidad, lo dice en inglés. En ese momento, la entrevista se interrumpe. El pequeño Joseph quiere ir al baño. En esa transición, el escritor queda archivado y sale el padre.

“Cuando Gabriel pide algo y se le dice que no, protesta. Joseph replantea: ‘¿mañana?’ No pelea. Tiene una estrategia sutil”, comenta.

- ¿Cómo sos como padre?

- Muy tolerante, permisivo. Hubo veces que quise imponer mis ideas. Cuando Gabriel tenía siete años, lo obligaba a leer media hora al día. Le decía ‘si quieres jugar Nintendo, tienes que leer media hora’. Mientras leía preguntaba a cada rato ‘¿ya es media hora?’ Le respondía por qué cuando juegas no preguntas. Puedes jugar dos o tres horas seguidas, y cuando estás leyendo… ‘ Bueno, un día levanté las manos y pensé que estaba acercándome equivocadamente al tema. ‘Va a terminar odiando la lectura’, dije y comencé a pensar cómo había llegado yo a la lectura. Había una biblioteca en mi casa. Mi papá leía mucho, pero no hubo un momento en que él me dijera que leyese. Cuando vio que me gustaba, cada sábado me compraba novelas policiales. Con mi hijo fue así. Me ve leer y siente la importancia que tienen los libros en la casa. Poco a poco comenzó a encontrarle el gusto a leer.

- ¿Qué lee ahora?

- El año pasado se puso a leer uno a uno los siete de Harry Potter. Son libros de 500 o más páginas y los terminó. Ahora lee cosas más ‘adultas’; a ver si se anima a comenzar con Salinger. A su edad nunca hice diferencia entre literatura para niños o adulta. A los 12 yo leía novelas policiacas. Ahora él lee por su cuenta. Le gusta la serie de Los juegos del hambre y otras ‘distopías’. Eso me sirve como ejemplo de cómo hay que proceder: trato de intervenir lo mínimo necesario.

El editor Marcelo Paz Soldán recuerda que, en la niñez, disfrutaba con su hermano Edmundo con los juegos de mesa. Monopolio, Clue y otros más. Edmundo se los compraba a sus hijos, pero se dio cuenta que solo ‘cumplía un placer vicario’. Eran, en realidad, para él. Ahora, los niños los juegan en el iPad. Papá Edmundo prefiere los juegos de estrategia, como Puerto Rico, donde tiene que pensar en las siembras, en la venta de los productos y otros detalles de la vida de una colonia. Lo que aprendió sobre lectura y niños: “Hay que buscar un punto intermedio en que por un lado se les dé buenos modelos para ver si los siguen y, por otro lado, hay que aprender a escucharlos”.

DISTRACCIÓN. Juegos de estrategia en el iPad

























- En tu fase autoritaria de media hora, ¿qué le sugerías leer?

- Solo me interesaba que leyera algo apropiado. Ahora sé que le encantan las series de televisión animé japonesas y la ciencia ficción: XFiles o Fringe. Esas series me gustan. Me alegra ver que algo mío ha conectado en él. Pero ya no me meto… le recomiendo cosas. Está fascinado con el mundo animé y eso lo ha llevado a otro nivel: Gabriel quiere aprender japonés. Yo no llegué a eso. Creo que le compré una serie de animé, cuando veía muchas cosas de dibujos animados (Walt Disney). Le encantó Full Metal Alchemist.

- ¿Y a la hora de las comidas, qué ocurre?

- Allá (en Estados Unidos) tenemos que cocinarnos. Es mucho más precario, más limitado. Por falta de tiempo se cocina algo básico, y si te sale bien, se lo hace muchas veces. Si te sale bien una pasta carbonara, la vas repitiendo varios días porque está en tu cabeza. Me gusta el picadillo cubano, que es carne molida con papa cortada en pedacitos, arroz y pasta de tomate. Es una versión caribeña del saice. Hubo épocas en que comí eso tres o cuatro veces a la semana. Mis platos favoritos son el brazuelo de cordero, el pique a lo macho, el lomo borracho y el picante de pollo. En eso soy bien cochabambino. También tengo una debilidad por el ceviche y por los chopitos madrileños. Pocas cosas se comparan a la parrillada que hace mi papá y al lechón al horno de mi mamá.

- ¿Vos cocinás?

- Yo, también Liliana. Nos turnamos. Por la noche, una manzana y cereales porque cocinar dos veces es demasiado. A veces me compro libros de cocina y tengo en mi cabeza planes increíbles para aprender a cocinar mejor. Un amigo peruano que me invitaba.; llegaba a su casa, tocaba el timbre y él bajaba. ‘¿Dónde vamos?’, preguntaba yo y él respondía que al mercado a comprar cosas. Yo llegaba en el plan de ‘ya quiero comer’ y él tenía toda esta ceremonia de comprar los productos frescos, poco ante de la hora de la comida. Escogía tomates, lechuga, fruta. Yo decía que haría lo mismo cuando regrese a Estados Unidos. Me duró tres días. Por un lado, el ritmo de vida impide darte ese lujo de tiempo y la predisposición. Si tengo tiempo libre, lo ocupo en otra cosa.

- ¿En qué, si no estás leyendo o escribiendo?

- Me gustan mucho los juegos de mesa en el iPad. Otra cosa que me gusta es el fútbol. Juego menos de lo que quisiera. Me rompí dos veces los ligamentos. Cuando estoy de vacaciones y me piden que juguemos, digo que no, porque no estuve en actividad física constante y la rodilla me va a molestar. Me dijo el doctor que ya estoy bien para jugar, pero es más un miedo sicológico. Cuando me inscribo con algunos estudiantes en un campeonato en Ithaca, donde vivo, me animo más porque siento que la rodilla está en actividad. Cada vez me cuesta más volver porque tengo miedo.

- ¿Cómo conociste al escritor Roberto Bolaño?

- En un congreso en Sevilla, a mediados del 2003. Lo recuerdo como un tipo burlón, de comentarios ácidos, de broma fácil, que dominaba cualquier conversación. Le gustaba llevar la contraria a todo. Lo conocí de pasada y me impresionó. Contó un mismo chiste mil veces, pera cada vez cambiaba la perspectiva: primera persona, segunda, tercera, a la manera borgiana, a lo Faulkner, etc. Volví a Bolivia y escribí un artículo sobre él para Fondo Negro. Diez días después de que lo conociera, falleció.

Bolaño jugaba juegos de guerra que replican la II Guerra Mundial A mí no me interesan tanto los de guerra. Alguna vez me compré y los encontré muy complejos. Se tardaba cinco horas. Hay que poner las fichas y seguir al día siguiente.

-Paternidad y separación. ¿Cómo conciliás esa situación?

- Al comienzo fue más difícil, sobre todo con el mayor, porque el cambio de vida fue un remezón muy fuerte. Siempre está la fantasía del niño, porque cree que por su culpa algo ha pasado y está la fantasía de la reconciliación. Fue a una edad peligrosa, cuando tenía siete años. Ahora eso está procesado, está emocionalmente estable. Fueron momentos difíciles, pero normales. Nada del otro mundo, aunque en ese momento sí parece del otro mundo para un niñito.

- Fuiste a vivir a otro lugar...

- Me fui a vivir a un departamento. De pronto no estaba en la casa y venía conmigo y extrañaba a su mamá, y luego extrañaba a su papá. Estaba dividido. Tardó un buen tiempo en procesar todo eso y estabilizarse, en darse cuenta de que había cambiado y aceptarlo. No es un proceso fácil, es largo. Si a nosotros nos cuesta, más a un niño. Una relación de pareja es una apuesta de vida. cuesta admitir el fracaso, que tus estructuras se tambaleen y tengas que comenzar de nuevo.

- Te costó bastante…

- Es un cambio fuerte. Es una etapa dura pero por suerte hay una nueva normalidad.

- ¿Planes?¿Hijos?

- (Risas) No hay planes por el momento.



Opinión

La dulce perversión...

Entre las cosas espléndidas que marcaron la década de los 90 está la figura de Edmundo Paz Soldán, su juventud entre inteligente y todavía ingenua, su primer talento. Edmundo instaló en nuestra ficción una modernidad distinta, una modernidad posmoderna. A él le debemos ese giro finisecular que estábamos necesitando con ya una cierta urgencia para diversificar nuestra literatura, para volverla más contradictoria, heterogénea e inclasificable. Una posición que siempre he valorado en Edmundo es la que él asume con absoluta naturalidad: la de la coexistencia de tradiciones, pues por un lado es posible respirar en su obra la profunda y orgullosa influencia de la vertiente latinoamericana y boliviana, y, por otro, se percibe la impronta de la típica parquedad norteamericana. Y aunque él ha demostrado ser un lúcido novelista, mi cariño entrañable se rinde por completo ante sus cuentos, donde la dulce perversión se exalta y brilla. (Giovanna Rivero. Escritora)

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