domingo, 17 de abril de 2016

Sisinia en solitario: su nueva novela

Daniel Averanga Montiel (*)

Lo primero que leí de Sisinia Anze fue La clonación de Cristo (2011), novela que me despertó mucho interés y vi a su autora como quien ve a alguien que está a punto de escribir algo grande, un legado importante. La conocí el año pasado cuando me regaló, tan detallista ella, su nueva novela: Las crónicas del Supay.

Sisinia es una narradora ágil. No espera a que uno se acomode para la leerla: narra la historia utilizando recursos muy bien estructurados, como las intertextualidades y la polifonía de voces dentro de la narración central, para despertar, primero la curiosidad y luego el interés absoluto en el lector. No hay otro camino: o le sigues el juego o no la lees.

Con Las crónicas del Supay comprobé el poder inductivo que despierta Sisinia con su oficio; su capacidad para armar cosmovisiones, conectar detalles históricos entre sí, realizar guiños a escritores como Eugenio Sue, Anne Rice o Federico Andahazi y contar, desde el mito vampírico, un corpus que no deja que el lector abandone su lectura; es todo un logro, porque Sisinia tiene conciencia de sus posibilidades narrativas y sabe qué tiene que mejorar y profundizar para cada nueva producción.

Tanto el manejo de datos y del argumento, como la descripción de mitologías y de contextos, hacen que ésta consiga ser una novela-inversión que vale la pena leer, comprender y revisar, porque demuestra, una vez más, la máxima fortaleza de Sisinia en cuanto a escritura: la investigación. No busca enseñar historia con sus trabajos, pero lo hace, y lo hace muy bien.

Sé que ella no es alguien que escribe para figurar o porque quiere ser aceptada por los círculos repipis «de licenciaditos que también escriben»; y si bien ella misma reconoce que no es una intelectual entregada a la academia o a sus roscas de «escritores» y «críticos» que hablan sobre sí mismos en una especie de ping pong esnob, ella trata de entregar al público sus historias con sinceridad, sin agrandarse ni menospreciar a los demás, sean lectores en potencia o no.

Las crónicas del Supay no es una novela pretenciosa: se deja leer, y lo que para mí es más importante en la evaluación de una novela: se disfruta. Quien la ha escrito no pretende verse como una diosa intelectual, ni como una Frida Kahlo de medio pelo, ni mucho menos como una poeta-feminista-underground-de-pelo-teñido (que las hay en toda Bolivia, y a raudales).

Yo, personalmente, veo en Sisinia a una mujer que decidió emprender el camino de la escritura y que lo ha sabido tomar muy en serio y con responsabilidad. No tiene nada más que dar a sus lectores, que su trabajo como narradora. No le debe a nadie otra cosa. Sabe que debe aprender continuamente: reconoce sus limitaciones y decide, por sobre todas las cosas, ir más allá de sus fuerzas, porque la lucha en contra del vacío creativo en el oficio de la escritura es continua. Es una luchadora en esencia.

Pero también Sisinia sabe que debe replicar sus lecturas en su misma escritura: lo demuestra en los últimos capítulos de Las crónicas del Supay, en los que ella se cuestiona la verosimilitud del manuscrito de Günther, el narrador sobrenatural (que interrumpe y reemplaza, dentro de la novela, al narrador omnisciente) y lo hace desde Verónica, el personaje periférico, quien, a consecuencia de un accidente al inicio de la novela, se ve prisionera en las profundidades de una mina antigua, y, entre tratar de buscar una salida a su precaria situación y no caer en la desesperación del encierro, encuentra el manuscrito de Günther y lo lee, y así Sisinia consolida el juego del gato y del ratón como una cereza siniestra sobre el pastel: oprimida en el claustro improvisado, Verónica termina por convencerse de que Günther ha escrito algo verosímil, y siente su presencia evanescente, entre los recovecos oscuros, húmedos y fríos de la mina. Así Sisinia riza el rizo y plantea un final ambiguo que satisface los gustos más exigentes en cuanto a intriga.

Su narrativa no es como la de Boudoin, Colanzi o Rivero; pero también sabe que puede seguir ese camino y recorrerlo con esmero y seriedad.

Confiesa que necesita mejorar, prepararse y superarse para cada etapa, y eso es lo que es admirable en ella. Esta nueva novela lo comprueba y ella misma lo demostró grandiosamente cuando dejó de pertenecer a grupos de polígrafos y siguió adelante, en solitario, logrando sacar esta novela como máxima prueba.

Y estoy seguro que lo que ella planifica ahora, con la cabeza fría, será un grandioso legado, si sigue avanzando como hasta ahora.

(*) Daniel Averanga es Premio Nacional de Novela 2015


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