lunes, 18 de noviembre de 2013
Camus: Costa Du Rels me enseñó a amar Bolivia
Un día de 1957, en Argel, entonces todavía una colonia francesa en el norte de África, con el mar reverberando a la distancia, sentados en el parterre del Hotel Saint George, Albert Camus le dijo a Óscar Cerruto: “Todo lo que sé de Bolivia se lo debo a Costa du Rels, gran escritor y amigo admirable; él me enseñó a comprender y amar a su país”.
Albert Camus tenía entonces 44 años y poco después habría de recibir el Premio Nobel de Literatura —“por el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”—. Cerruto, apenas un año mayor, había publicado en 1957 en Buenos Aires Cifra de las rosas y era director de El Diario de La Paz. Renunció a ese puesto para atender lo que él mismo llamaba su “gran aventura africana y europea”. Un viaje que, en calidad de periodista, lo llevó a Francia, Alemania, España y Argelia.
En esas circunstancias conoció y trabó amistad con Albert Camus, nacido, precisamente, en Argelia, hace cien años, el 7 de noviembre de 1913. Así lo recordaba el poeta y narrador boliviano en una entrevista que a mediados de los años 70 le hizo Alfonso Gumucio Dagron y que se publicó en el libro titulado Provocaciones (Amigos del Libro, 1977; reeditado por Plural en 2006).
Varias cosas cuenta Óscar Cerruto (1912-1981) sobre Camus en esa entrevista. Recuerda, por ejemplo, que charlaron en castellano. La madre de Camus era española y el escritor no sólo hablaba castellano sino también catalán. “Recuerde —le dice Cerruto a su entrevistador— que Camus tradujo al francés teatro de Lope, de Calderón”.
El autor de El extranjero vivía en París, pero iba de tanto en tanto a Argel a visitar a su madre. “Vive allí, mire usted”, recuerda Cerruto que le dijo Camus señalando una de las colinas que se alzan entre la casbah y el mar, y una casa muy pequeña, perdida entre otras, arañando la vertiente del cerro. La madre del Premio Nobel era analfabeta, cuenta Cerruto, “ignoraba por consiguiente lo que decían sus libros, pero sabiendo que los había escrito él, los tenía todos en una repisa y les prodigaba un cuidado devoto, como si fueran reliquias sagradas”.
En el momento de esa conversación, Camus ya había escrito casi todas sus obras capitales. Su novela El extranjero, esa breve pesadilla contada con el lenguaje más objetivo y apacible (lo que hace quizás que la pesadilla sea doble) data de 1942. Lo mismo que el más famoso de sus ensayos, El mito de Sísifo. Las primeras frases de este libro, también breve, tienen su sello inconfundible: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicido. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Lo demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene o doce categorías, viene a continuación. Se trata de juegos”.
Sus otras novelas, La peste y La caída, datan de 1947 y 1956, respectivamente. Y su otro ensayo fundamental, El hombre rebelde, se publicó en 1951. La primera línea de éste es también memorable: “¿Qué es un hombre rebelde?”, se pregunta el autor. Y la respuesta golpea de manera contundente: “Un hombre que dice que no”.
Y también Camus le contó a Cerruto cómo a Costa du Rels le ofrecieron el codiciado Premio Goncourt, y le sugirieron que se nacionalizara francés para allanar los requisitos del galardón. Su respuesta fue memorable: “La nacionalidad es como el color de los ojos, no se la puede cambiar.
Un par de meses después de esa charla, mientras Cerruto continuaba su periplo periodístico por Alemania, a Camus le concedieron el Premio Nobel.
“Al volver yo a París —le cuenta Cerruto a Gumucio en la mencionada entrevista— Costa du Rels me indujo a concurrir con él a un agasajo que un grupo de escritores amigos ofrecía a Camus en uno de los salones del Hotel Regence. Cuando ingresamos, vi en el fondo del recinto a un grupo de personas y en medio de ellas al flamante Premio Nobel; sólo después pude comprobar, con más sobresalto que emoción, que eran otras tantas glorias de la literatura francesa: Francois Mauriac, Monttherlant, Malraux, André Maurios… El flamante Premio Nobel se adelantó sonriendo a nuestro encuentro, tendiéndome a mí los brazos como si fuese un viejo amigo”.
“Menciono esto —termina Cerruto, con un gesto muy suyo— para señalar la calidad humana de Camus, puesto que, advierta usted, yo no era sino un anónimo escritor sudamericano, un desconocido”.
Aforismos de Albert Camus
Inéditos que bajo el título de ‘Breviario de la dignidad humana’ serán publicados en breve por Plataforma
En medio de la plenitud del aire y la fertilidad del cielo, parecía que la única tarea de los hombres fuese vivir felices.
...siempre nos equivocamos dos veces con los seres queridos, primero a su favor y luego en su contra.
Quisiera poder amar a mi país amando a un tiempo la justicia. No quiero para él ninguna forma de grandeza, ni la de la sangre ni la de la mentira.
El auténtico amor no es una decisión ni es libre. El amor es inevitable, es el reconocimiento de lo inevitable. No estoy hecho para la política porque soy incapaz de desear o de aceptar la muerte del adversario.
La libertad no es un regalo que nos dé un Estado o un jefe, sino un bien que se conquista todos los días, con el esfuerzo de cada individuo y la unión de todos ellos.
Las tiranías de hoy se han perfeccionado: ya no admiten el silencio, ni la neutralidad. Hay que pronunciarse, estar a favor o en contra. Pues bien, en ese caso, yo estoy en contra.
Al comienzo, cuando creían que era una enfermedad cualquiera, la religión ocupaba su sitio. Pero cuando vieron que era seria, entonces se acordaron de los placeres.
Nosotros escogeremos Ítaca, la tierra fiel, el pensamiento audaz y la acción frugal, la acción lúcida, la generosidad del hombre que sabe. [...] Y entonces nacerá la alegría extraña que ayuda a vivir y a morir, y que en adelante nos negaremos a aplazar para más adelante.
El deseo físico brutal es fácil. Pero el deseo al mismo tiempo que la ternura requiere tiempo. Es preciso atravesar toda la región del amor antes de encontrar la llama del deseo.
No obstante, a menudo me han dicho: no hay nada de qué sentirse orgulloso. Pero sí hay algo: este sol, este mar, mi corazón palpitante de juventud, mi cuerpo salado y este inmenso paisaje donde la ternura y la gloria se reúnen en el dorado y el azul.
Demasiada seguridad para el corazón del niño, y su vida adulta transcurrirá reclamando esa seguridad a quienes le rodean (cuando las personas no son más que la ocasión del riesgo y la libertad). Quienes se aman y deben separarse pueden vivir sumidos en el dolor, pero no hay desesperación: saben que el amor existe.
¡Y qué bien entiendo ahora que al alcanzar la madurez no hay un asunto más hermoso para el hombre que su infancia pobre! Jamás he visto a nadie que muera por el argumento ontológico. Galileo, que había descubierto una verdad científica importante, abjuró de ella sin dudarlo en cuanto la verdad puso su vida en peligro.
Prohibir que se mate a un hombre sería proclamar públicamente que ni la sociedad ni el Estado son valores absolutos, decretar que nada los autoriza a legislar definitivamente, ni a provocar algo irreversible.
Cartel en un cuartel: “El alcohol mata al hombre y hace surgir a la bestia”, lo cual le permite entender por qué ama al alcohol
La cuestión para todos aquellos que no pueden vivir sin el arte y lo que él significa, es tan sólo saber cómo [...] sigue siendo posible la extraña libertad de la creación
Junto a ellos lo que sentí no fue la pobreza, ni la indigencia, ni la humillación. [...] Ante mi madre siento que pertenezco a un noble linaje: el que no envidia nada.
Admitir la ignorancia, rechazar el fanatismo, reconocer los límites del mundo y del hombre, el rostro amado, la belleza al fin, ése es el espacio en el que nos reuniríamos de nuevo con los griegos.
Cada vez que uno (que yo) cede a sus vanidades, cada vez que piensa y vive para “aparentar” se traiciona. Siempre fue la gran desgracia de querer aparentar lo que me disminuyó frente a lo verdadero.
En plena oscuridad de nuestro nihilismo, he buscado solamente las razones para superar ese nihilismo. Pero no las he buscado en absoluto por virtud, ni por una singular elevación espiritual, sino tan solo por fidelidad instintiva a la luz donde nací y donde, desde hace milenios, los hombres aprendieron a saludar a la vida hasta en el sufrimiento.
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