Con “Mañana, cuando encuentren mi cadáver”, Adolfo Ariza Navarro, costeño del Magdalena, ganó el Premio Radio Francia Internacional de novela corta del año 2009. Por diversas razones, editoriales, temperamentales y económicas, el texto apenas se publicó en junio de 2015. Ariza es el único colombiano que ha ganado ese certamen; premiado en Europa, pero inédito en Colombia.
La historia que narra Adolfo Ariza en esta novela es una explosión en el rostro y tiene la intensidad descarada de los textos que estremecen los bajos fondos del alma. Mañana, cuando encuentren mi cadáver puede encajar en la categoría conceptual del realismo cruel o del realismo sucio o del realismo sexual que en la literatura en lengua inglesa tiene connotados ejemplos: Bierce, Bukowski, Ginsberg, Burroughs, Miller. En la francesa podemos anotar a Villon, al Marqués de Sade y a Jean Genet. En Latinoamérica están los casos frescos de Pedro Juan Gutiérrez, con su Trilogía sucia de La Habana, en la cual incluye relatos de títulos tan dicientes como Mi culo en peligro y Morboso muy morboso; y el del ecuatoriano Raúl Vallejo con su libro Pubis equinoccial, en el cual se hallan, entre otros, los significativos cuentos Bajo el signo de Isis, ganador del concurso de relato erótico convocado por Radio Nacional de España en 2010, y Mi propia Lolita de nadie.
“Mañana, cuando encuentren mi cadáver” es una nouvelle de realismo realista. Entendiendo por tal el texto que acude a la realidad descarnada y a su tratamiento de manera extrema, en donde no se excluyen el lenguaje procaz y las narraciones íntimas y minuciosas, sin atención alguna a lo pudoroso o a lo que dictamina la moral tradicional.
El personaje que narra o recuerda, que nunca menciona su nombre, es un hombre inútil en toda la parte derecha del cuerpo, a causa de un ataque cardiovascular mezclado con un accidente del automóvil que manejaba contra las bancas de cemento de un parque. En su caso, narrar es tomar revancha. Zarandear todos los recuerdos para sacarles el desperdicio. Lo que queda: dolor, muerte, sexo frustrado, insidia, juzgamientos son los elementos básicos de un momento y de unas circunstancias. El personaje, en otra arista, es un hombre de ciertas lecturas, con alguna inclinación hacia la historia bolivariana, que tiene sexualizada la axiología de su vida. Para él, igual que para Petronio, en el Satiricón, “el supremo amor es, ¡oh mortales!, morir de amor en brazos de la orgía”. Pero el accidente ha destruido la mayor de sus obsesiones. Sentirse inútil en ese ámbito de su ser es su máxima derrota como hombre.
Así, el personaje principal de la nouvelle es, además de inválido, un hombre revanchista y furioso, y siente sobre su cuerpo, y especialmente en su sexo muerto y colgante, el peso del desastre, la ofensa de la tragedia. Personal, como toda tragedia que se respete. Por otro lado, está la arista cómica, que surge de la audacia narrativa de Ariza para aproximarse al humor y a las descripciones contrastadas.
Hay en esta obra algo que la torna humanamente valiosa. El hombre que narra ha acumulado una formidable carga de odio por todo lo que lo rodea. Y no la disfraza. No la enmascara con cánticos de resignación, o con aceptaciones del destino. Él se jodió, es su culpa (“Los cigarros tampoco tienen la culpa. Ellos no iban solos a mi boca. Los llevaba mi mano”), pero le toca a la humanidad soportar su diatriba, padecer, de ser posible, el poder oral de su revancha. Es un inválido honesto con su pensamiento, que aprovecha la oportunidad de su desgracia para saldar cuentas, tenga o no las razones de su parte. Su anatema es sincero, es moral, es su forma idónea de asumir el desquite.
Si el accidente no le hubiera producido impotencia sexual, otra hubiera sido su vida. Quedar cojo o manco o mocho no le hubiera causado tanto daño. Así, le quedaría su poder en la entrepierna, que para él, al parecer, era su verdadero poder. Capacidad que cuando se pierde, se deduce en la lectura, es peor tragedia que perder la vida. Inclusive, más doloroso, pues con vida e impotente el desastre azotaba más, y los estragos eran definitivos e irreparables. Se sentía absoluta la destrucción. Morir, entonces, arreglaba todo. Vivir en esas circunstancias, era un vivir, un arte degradado. Era sufrir por no morir.
Otro punto a favor del libro es su lenguaje, su pensar vertido en lenguaje, la crudeza sicalíptica de su expresión, sus interrupciones mentales, sus construcciones acordes con la afasia motora que padece el narrador como consecuencia de su accidente cardiovascular. Lo que puede parecer defectuoso en la estructura escritural, es legítimo proceder de un hombre que ha padecido un severo trauma cerebral. Se narra desde el trauma.
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