domingo, 23 de agosto de 2015
15.000 estudiantes se encontraron con escritores y dibujantes durante la FIL
Sentado ahí, frente al pelotón de fusilamiento de preguntas, lo menos que un escritor o dibujante puede esperar es que estudiantes de colegio le falten el respeto con interrogantes tan bien hechas que dan ganas de creer más aún en la humanidad.
Durante la vigésima versión de la FIL fueron 22 los expositores que se subieron a un estrado y hablaron con decenas, cientos, miles de colegiales. Los reportes de la Cámara del Libro indican que cerca de 15.000 estudiantes, de 60 unidades educativas de La Paz, El Alto y provincias, asistieron al evento para compartir con escritores y dibujantes algunas horas de charla. Y ya, de paso, hacerlos trizas con sus preguntas.
Para muestra basta un ejemplo: “¿Qué hacen ustedes para incentivar la lectura?”, dijo un tímido alumno de provincia a tres narradores que no pensaron verse tan acorralados por un muchacho humilde y brillante, a la vez.
“¿Cuánto ganas como escritor?”, interrogó otro alumno de un colegio de la zona Sur. El niño tenía unos diez años, una sonrisa picarona y ganas de escuchar una respuesta millonaria; sin embargo, quedó casi frustrado cuando se enteró de que los que viven de escribir en Bolivia son pocos, poquísimos.Esta “interacción” —una novedad de los organizadores para esta edición de la feria— apuntaba a acercar a los novelistas, cuentistas, poetas y dibujantes con los alumnos de unidades educativas. Es más, durante las presentaciones se regalaron ejemplares del libro Esto no es chairo, que recogía aportes de esos escritores.
Los colegiales no fueron a caminar por los pasillos sin ton ni son. Ellos, guiados por sus profesores, se sentaron juiciosos a oír a los narradores. No como antes, que iban a la FIL como el plan B de la visita frustrada al zoológico de Mallasa o a algún parque de la zona Sur.
Fue algo tan novedoso que incluso Daniel Averanga —uno de los inquietos organizadores, panelista y hombre orquesta— hizo callar a algunos maestros que no guardaban la compostura sin dar el ejemplo. Los niños —tan malacostumbrados a supeditarse a las órdenes superiores— permanecían callados, aburridos o jugando con sus celulares silenciosamente, mientras los escribientes hacían todo lo posible por atraer su atención y les contaban sus aburridas, o entretenidas, vidas y experiencias.
SORPRESA. Eso sí, a la hora de las preguntas, los alumnos dispararon sin piedad. Desde los más chicos (que tenían entre cinco y diez años) demostraban su arrogante y deliciosa inocencia: “¿Eres famoso?”. “¿Cuánto tiempo te lleva escribir una novela famosa?”. “¿Te gusta dibujar?”. Hasta los mayores (en la promoción o prepromoción de las unidades educativas) que exponían sus dudas existenciales: “¿Sobre qué escribes?”. “¿Qué le recomendarías leer a alguien a quien le gusta la música?”.
Eran dudas que de alguna manera identificaban a los preguntones y demostraban qué esperaban de los escritores. En su imaginario, seguramente, pensaron encontrar a intelectuales con la chispa de Marcelo Tinelli, la belleza de Brad Pitt y el éxito de Vargas Llosa.
Al finalizar las charlas, que se realizaban a mediodía y sin las luces mediáticas, los alumnos se dedicaban a pedir autógrafos a los expositores y algunos chicos de provincia organizaron un apthapi exitoso. Estaban tan ávidos de acumular conocimientos que disfrutaban incluso de conversar unos minutos extra con los escritores.
Otros saltaban de un pie y lucían felices por perder algunas horas de clases. No se puede forzar a leer a los chicos, y hay que dejarlos que se enamoren de los libros por su cuenta. Y, si no quieren hacerlo, pues ni modo. Eso de obligar a amar es tan incómodo como inútil, la historia y la literatura lo han demostrado cientos de veces.
“Desfile de vanidades”, “el lugar donde menos se lee”... se pueden decir muchas cosas negativas de la feria. Pero, sin lugar a dudas, la experiencia de Esto no es chairo ha acercado a los niños y adolescentes con los escritores y dibujantes del país.
Y, sin ninguna duda, quienes más beneficiados salieron con la interacción fueron los expositores. Wilmer Urrelo se mostró brillante e irreverente (como siempre), Ana Rosa López quedó fascinada con la experiencia, Geraldine O’ Brien estuvo alegre, como es su estado natural, y Manuel Vargas desparramó su sonrisa vallegrandina tímida e irónica.
Entonces, cuando uno se encuentra de pie ante el pelotón de fusilamiento de las preguntas, lo mejor es sonreír y quedarse sorprendido por las interrogantes de los niños y adolescentes. Ellos tienen mucho que enseñar y preguntar porque, después de todo, esto no es chairo.
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