domingo, 23 de agosto de 2015

Guido Cabrerizo, el poeta doblemente salvo

"ANDAMIOS"| SE PRESENTARÁ ESTE PRÓXIMO 29 DE AGOSTO EN LA TROJE.

Conocí a Guido Cabrerizo hace algunas semanas, como conozco a mucha gente por mi oficio. Él iba a presentar su libro “Guadalupe” y acababa de presentar su obra “Andamios” en Cochabamba, la misma que, dado el éxito de la primera, se volverá a presentar este sábado 29 de agosto en La Troje.

Nos unía un amigo entrañable en común: el artista plástico José Bayro, por lo que el encuentro fue más bien una especie de reencuentro, algo extraño, como si ya nos hubiésemos conocido. Generosamente, compartió conmigo algo de su obra, haciéndome escuchar sus poemas de “Andamios” y leyéndome algunos de “Guadalupe”.

En ese primer encuentro y luego de una larga charla, le pedí me conceda una entrevista. El diálogo que sigue, es parte de ella.

Conocer su poesía fue una experiencia verdaderamente sanadora. Su visión, muy contagiosa por cierto, de la vida y sobretodo de la muerte, me ayudó a entender muchas cosas, como que los seres amados que nos preceden en ese camino que a todos nos toca, viven en nosotros cada instante... que somos algo de ellos y que la muerte no es más que “una ilusión”.

“Escribo para salvarme, y si en el intento soy capaz de salvar a otro, soy doblemente salvo”, dice el poeta.

Pienso que el arte en general hace eso con nosotros los espectadores, cuando nos emociona, nos toca, nos ayuda a descubrirnos, a entendernos y claro, por esa vía, por qué no, a salvarnos. Eso hacen por nosotros los artistas.

Luego de varios años de vivir en Estados Unidos, Guido regresó hace unos meses a vivir a Cochabamba, su tierra natal, donde dice, se siente tan pero tan acogido y a gusto, “que hasta se le dificulta escribir”.

“Es tan deliciosamente sencilla mi patria, tan complicada en sus amores y tan traumática en su política, que me cuesta escribirla. Es una madre que me acoge, que habla por mi, por mis penas y alegrías...”, dice.



¿Es más fácil escribir desde la nostalgia? pregunto.

No sé cuándo es más fácil escribir pero definitivamente ha fluido más en las soledades, en las soledades acompañadas, en las nostalgias, en el saber que era un padre a medio tiempo. Hay un poema que puede hablarte un poco de eso, “Soy lo que soy” y hay nostalgia. O este otro que acabo de encontrar, “Nostalgia Sur”:



Descifrar intentaré el invierno que no pasa.

Y tu, mujer que inventas con amor primavera,

verano, para aliviar las ausencias que

en mi vida esperan por mi.

Cubro la distancia con letras que del alma brotan,

y son tus ojos solidarios que con amor humedecen

y dejan caer lágrimas para arrullar con tibieza mi existencia;

manantial de termal agua son tus lágrimas,

que descuelgan el amor de madre, padre, hijos, hermanos, amigos,

que se quedaron en el invierno que del sur vienen.

Ese es el sur amada mía, ese es mi sur,

nostalgia que invierna en un pedazo de mi vida.



Siempre me faltó algo estando lejos, ahí es que ratifico que escribo para salvarme, dice.



Cuéntame más sobre tu vida.

Soy hijo de la dulce Elizabeth Barrientos y del ilustre Antonio Cabrerizo, un ser humano que ha dejado profunda huella. Es un poco difícil ser su hijo pero me siento privilegiado de haber tenido un padre así.

Me gusta parecerme a mis padres. Creo que los hijos, a lo largo del tiempo, nos vamos pareciendo más a nuestros padres, a todo aquello que impacta tu vida. Mi padre tuvo definitivamente un impacto grande en mi vida.



¿Cómo era don Antonio?

Como esos molles hermosos que tienen una gran sombra y bajo esa sombra estás tú. Creo que mi misma rebeldía... en el colegio las monjas siempre hacían alusión a mi padre, cuando intentaban corregirme por alguna travesura o mi pésima lectura. “Tu padre sí sabe leer...”. Un buen día, una de las monjitas del Loyola me dijo: por qué no eres como tu padre, y yo repliqué: “yo no soy hijo de don Antonio, don Antonio es mi padre.



¿Tu padre era muy estricto?

Mi padre era estricto con él mismo, por la infancia que tuvo, por las responsabilidades que tuvo desde muy niño. Él perdió a su padre cuando tenía once años. Creo que su actitud era disciplinada más que ser un hombre que te impone la disciplina, pero era muy alegre. Para muchas personas mi padre era un hombre serio, muy tranquilo, pero era un hombre alegre.

Lo que pasa es que la gente recurría mucho a mi padre cuando tenía problemas, entonces él tenía que tener una conducta de escucha, de solidaridad, era un hombre muy reflexivo y tenía la gran virtud de escuchar.

Ver a mis padres siempre juntos caminar por la vida, me llena el alma de profundos recuerdos, de imágenes que se me quedaron tatuadas en mi ser y la razón de ser, en la certeza de saber que estoy en el intento de estar donde tengo que estar.



Vienes de una familia grande, como las de antes...

Hermosas pues... De católicos profundos. Una de las cosas que admiro de mi padre, es su fe.



¿La has heredado?

Uno viene con la fe ya incorporada; yo creo que sí, que la he heredado, pero no te das cuenta, no te das cuenta cuán saludable se te va haciendo. Uno hereda y no sabe hasta que la vida misma te enfrenta a situaciones. A medida que vas creciendo a lado de tus padres, vas absorbiendo mucho, pero sobre los temas de fe en el caso de mis padres. Yo sí soy un hombre de fe, por supuesto. Pues aquel que cree en la luz, no puede no creer en la fe. Creo en un ser divino. Sin embargo, estoy consciente del daño que han podido causar las religiones en el buen desenvolver del ser humano. Pero también estoy consciente que mi padre fue un hombre que vivió su religión, su fe intensamente, y se esforzó mucho por ser un buen católico.

Mi madre sigue en ese esfuerzo y en su tarea de amor.



¿Te consideras un buen católico?

No lo sé, creyeras? Sin embargo, es algo que he heredado. Me gusta la Iglesia, me gustan los templos donde vamos los católicos a orar, se respira paz y tranquilidad.



¿En qué momento de tu vida te das cuenta de que tenías la fe incorporada?

Frente al hecho de la muerte.



“Conocí la muerte en otro cuerpo” dices en un poema. Y eso es lo más doloroso...

Sí, lo fue...



No tienes escapatoria, estás atada a mi poesía

y mira cómo son las cosas

es en el mismo verso

que te dejo inmensamente libre

y dulcemente mía



El día en que la vida continuó después de ti,

después de mi.

Yo aquí, tu, pedacito de universo en franca libertad.

Mi corazón sin ti, perdió el ritmo

Sístole, diástole, diástole sístole

Daba lo mismo, me dolía la vida, me dolía la muerte

Sístole, diástole, sístole, diástole



De pronto, mi corazón latía como Dios manda

Y tu, y tu ya te habías ido



Late soledad, late.

Arrúllame entre tus brazos

dame agua para mis ojos

no me dejes solo, soledad

regálame tinta para este último verso



Te dejé partir, te devolví tu dignidad.

En ese acto deposité todo el amor que tenía,

y me quedé sumido en el silencio

de tus ojos vencidos,

en tu último aliento



Me dejé ir.

Caminé, caminé y caminé.

Nadie. Nadie notó que estaba muerto.

Late soledad, late,

dame agua para mis ojos,

regálame tinta para este último, para este último Adiós.



¿Qué viene después del duelo, en tu caso?

Ese maravilloso encuentro con la Musa. Un encuentro de dos seres; con una mujer maravillosa que tiene una inmensa capacidad de amar. No nos buscamos, nos encontramos. De hecho, el 80 por ciento de “Andamios”, tiene que ver con nosotros...



Impaciente y dulce amor mío,

me receto amarte y dejar que me ames

en la impaciencia...

y en la paciencia de nuestro amor bueno,

descansar de nosotros mismos.



Ah! ¿Puedo aprovechar de este momento para dejarle un encargo?

pregunta Guido.



Por supuesto! Dale.

Que de mi quede, nuestras noches de sol y luna llena,

de mi aliento brisa que bajo tu falda juega.

de mis pasos la huella que me trajo entero a ti

de mis malos humores tus odios, tan llenos de amor

y claro, te dejo también mis demonios rebalsados

de ángeles bandidos, esos que se deslizan y te transitan.

En resumen y al grano, amor mío, te dejo dicho y sustentado

este batidito de palabras

sencillo, sin más pretensión

que un no me olvides...

y si me olvidas,

que sea el más dulce de tus olvidos



EL PROCESO DE RECONOCERSE POETA

Guido hizo la primaria en el colegio Loyola y la secundaria en el San Agustín; salió bachiller en California y estudió Ingeniería Electrónica en el Foot Hill College.



¿Ingeniería Electrónica? Pregunto. “¡Imagínate!”, dice él para explicar presuroso que sin embargo ya antes “el arte empezó a abrir su camino en su ser íntimo”.

“Esto de escribir empezó desde muy chico, pero era algo muy mío, que ni siquiera lo compartía con mi padre, aunque él sabía de mis inclinaciones”, asegura.



¿Cómo te veía tu padre? Como ingeniero?

No, jamás. Siempre supo...



¿Y por qué elegiste Ingeniería?

Quizá porque para mi las matemáticas y el razonamiento lógico eran lo más sencillo. Entonces era lo más cómodo y a veces lo más cómodo no es natural. Entonces cuando te empiezas a plantear sueños, a plantear lo que eres, surge un enfrentamiento necesario, un enfrentamiento con temas de mi ego...



¿Te ha costado encontrar y asumirte poeta?

Claro, mucho!



¿Tiene que ver con la imagen tan fuerte de tu padre?

No, creo que tiene que ver mucho con el entorno. Mi padre fue un hombre que nunca me obligó a nada. Una vez me dijo que yo podía ser un gran relacionar público, me lo dijo una sola vez. Pero yo viví en un entorno diferente, de médicos, ingenieros, entonces uno se va encasillando y auto etiquetando. Decidí ingeniería porque estaba muy de moda...



¿Pero cuándo te reconoces poeta?, insisto impaciente, y para responder, Guido prefiere leer un poema.

“Hablar de mis intimidades, siempre viene acompañado de un textillo”, explica, y es un verdadero placer escucharlo:

Así renací poeta,

con cicatrices frescas, ojeras en el alma,

poemas regados en el invisible papel

del poeta sin rostro, del poeta sin rostro y nombre cambiado.

Poeta sepulturero, autor de epitafios crueles,

guerrero implacable del día a día, vencedor

de jornadas vacías,

navegante de la noche, aniquilador de fantasmas

y poemas nuevos,

seductor de la tristeza, manipulador de la soledad,

dueño absoluto de su carne.

Tomó conciencia del dolor que le causaban estas interminables

jornadas de enfrentamientos,

se lanzó al fondo

y en el fondo, donde habita el ser íntimo, encontró al poeta y su vena

a punto de estallar en poesía nueva.

Soy yo, Guido Ernesto, y hoy comparto mi poesía.

“Este poema me hace entender quién soy”, dice; “quien soy entre comillas, porque mi proceso es la búsqueda de mi mismo. Como digo y lo repito, la búsqueda de mi mismo ya es demasiado, el resto, lo que suceda en mi entorno, ya es añadidura, una dulce añadidura por supuesto porque vas creciendo, pero creo que mi propósito es conquistarme a mi mismo”.



“Salvarte a ti mismo...”

Salvarme a mi mismo, sí. Pepe Bayro, en un encuentro en Nueva York en un momento en que ambos nos reconocíamos como artistas, me decía: América ya la descubrió Cristóbal Colón y todos esos gallos, ahora la lucha es descubrirnos a nosotros mismos.



Me imagino que es la búsqueda de todos los artistas.

El artista, el que se concibe y se reconoce artista, tiene que ser necesariamente honesto consigo mismo. No creo que haya poetas que no digan sus verdades, sus intimidades. Para mi la poesía es eso, llegar al fondo de ti mismo, y ser, desnudarte, y a través de la palabra, desnudar a los demás. Todos los poetas tienen su versión de la poesía pero yo creo que la poesía es eso. Yo no busqué al poeta en la estratósfera, que es lo que ha estigmatizado mucho al poeta; se piensa que somos seres de otro planeta... En mi caso y en muchísimos otros, nada más falso. Cuando uno toca el fondo, es porque en el fondo hay algo, en el fondo hay este cuerpo y en este cuerpo habitan miles de cosas reales. Ahí creo yo que entro a mi propio sótano, desde donde nace la poesía.



Háblame de “Andamios”.

Andamios es una obra sin fin, donde me construyo, me reconstruyo, por donde transito.



La obra Andamios, ¿es una lectura de poesía diferente?

Sí, es diferente porque interactúa con otras artes. Bernardo Franck, que es el director de Teatro Hecho a Mano y director de esta propuesta, prefiere llamarla una puesta en escena más que un performance. Para mi, es una lectura que interactúa con otras artes y que comparto con otros maravillosos artistas de Hecho a Mano y brillantes chicos artistas del Instituto Laredo. Acompañada de la magia de La Troje y escenografía del arquitecto y maestro Gustavo Tejerina, Andamios conversa con la obra del maestro José Bayro.

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