lunes, 6 de abril de 2015

en el Círculo de la Unión, se presentará el libro ‘Las guerras, el sexo, la política’, de Carlos Antonio Carrasco.



Un hombre que lleva en sus genes la pasión de la política, un hombre que sabe portar una visión sorprendentemente perspicaz acerca de los acontecimientos del mundo, un hombre bien dotado para los finos análisis y las grandes síntesis, ése es Carlos Antonio Carrasco.

Bolivia le ha servido de cuna. Viene, en efecto, de ese país pobre, simple pero orgulloso, que una desgraciada historia, fruto de la malignidad humana, lo empujó al fondo de las tierras, privándolo de su litoral. Como todos los bolivianos, él también guarda la secreta herida. Pero nunca fue hombre de un clan, de un grupo o de un lobby. Él permanece abierto, con su sensibilidad particular por todo lo que toca al hombre que sufre, al hombre cruelmente privado de justicia.

Él nos ofrece hoy día una reflexión global sobre “las guerras, el sexo y la política”. La trama está constituida por una rica selección de artículos de prensa y de notas culturales que escribió y publicó al hilo del tiempo, en los últimos dos años, al calor del evento, pero sabiendo integrar toda la significación en un conjunto coherente. Tuvo, evidentemente, una rica idea, al ofrecer al lector, en este relato, sus reflexiones de mil momentos diferentes, porque este conjunto, que se lee hoy, constituye la interesante retrospectiva de los principales hechos de los últimos tiempos que, ensartados, se insertan fácilmente en perspectiva, por no sé qué sortilegio del autor para regalarnos una visión inteligible de nuestro mundo.

Carlos Antonio Carrasco es un especialista confirmado de la ciencia política en general y de las relaciones internacionales en particular. Doctor en ciencias políticas (citadas aquí en su plural fuertemente demostrativo) de grandes universidades europeas, como la Sorbona en París y la London School of Economics and Political Science, frecuentó en su vida un recorrido rico y envidiable que añade a su sólida formación universitaria una experiencia preciosa y multiforme de los hombres y de las cosas. Conoce bien nuestro mundo, por haber estado largo tiempo envuelto en algunos de sus flujos y reflujos. Fue durante siete años director de la grande división de América Latina y el Caribe de la Unesco. Esa institución interestatal, a la que sirvió con pasión en sus actividades educativas, científicas y culturales, devoró una decena de años de su vida. Su pasaje por la función pública internacional fortaleció su voluntad de diálogo con el Otro. Como artesano, como actor, como testigo, como observador, recorre toda la tierra del hombre y recoge de sus periplos una perspicaz visión de nuestra humanidad, con sus esplendores y sus desgracias. Su aguda mirada le sirvió grandemente para comprender las instituciones, los hombres y sus eventualidades.

Carrasco está mágicamente servido por un don particular, aquel que le permite explicar un acontecimiento no solamente encontrándole un título penetrante y sugestivo, pero también retratándolo con una imagen. Los títulos, a veces inesperados, de sus notas y artículos hacen de él un artista del imaginario. Se trata de El Paraguay que hace la siesta, El Embrujo de Estambul, El Presidente más pobre del mundo, Amsterdam o la belleza de la libertad, De la teología a la pedofilia, El Infierno en el corazón del África, El tiburón y las sardinas, Matrimonio de conveniencia entre Cuba y Estados Unidos, Las mujeres en venta, etc.

Y así, pintada por una elocuente imagen, el acontecer del mundo quedará indeleblemente grabado en el espíritu del lector esa alquimia del título sugiriendo una imagen. Ello refleja el carácter del autor, porque si se podría resumir en una palabra su personalidad, ésta será curiosidad. Este rasgo intelectual alimenta su permanente búsqueda de siempre saber más, para comprender al Otro.

Carrasco conoce los enredos geopolíticos y las lógicas económicas que agitan al planeta. Sabe que la sociedad internacional reverbera de violencia, de intolerancia, de terrorismo. Teme el retorno alarmante de la guerra fría, con las pesadas e inquietantes rivalidades de los Grandes que se jactan con arrogancia.

Carrasco sabe que nuestras armas están mal utilizadas y a veces ni siquiera ensayadas. Nuestra era, él lo sabe, es aquella de una acumulación hipertrofiada de normas, de procedimientos, de mecanismos, de conceptos, de instituciones, para proteger ese mundo amenazado por sí mismo. Pero Carrasco no comete el error de creer que la multiplicación de esas normas puedan por sí solas reforzarse. No hace falta una grande dosis de optimismo para evitar el error de atribuir a la vanidad de los esfuerzos del hombre frente a las violaciones permanentes de esas normas. Se sabe, en efecto, que el derecho no está en lo que dicen los textos, si no, más bien en lo que hacen los actores.

En un mundo donde el terrorismo da origen a un concepto de guerra global, la cuestión de un diálogo intercultural podría parecer ilusorio a muchos, salvo a Carrasco, frente a la terrible realidad que se plasma al fragor del ruido de las armas. Es precisamente por esta razón que el cuestionamiento se hace necesario, esencial para ir al encuentro del Otro. Carrasco nos convoca a la apertura del espíritu y del corazón, lo único que logrará hacer recular el espectro de la destrucción.

Hoy en día, Carrasco aprecia el tiempo que se le brinda para formar las jóvenes generaciones. Enseña en París y en Miami y ofrece conferencias sobre diversos temas por donde le lleve su voz. A través esa constelación de sujetos nacionales e internacionales, al filo de secuencias temporales y de escogencia de países, él escribe sin descanso, analizando siempre, perforando el sentido de los sucesos, su impacto, su perspectiva y coloca las cosas de manera que la aventura humana pueda descifrarse, más fácilmente.

Las tierras de su recorrido tienen la dimensión del vasto mundo. Pero también tiene tierras de su elección. La América Latina lo posee. Él sabe darle por haber recibido tanto de ella. Colmado de distinciones honoríficas en México, en Bolivia, en Argentina, en Ecuador, en Honduras, en Venezuela, él ha labrado esas tierras en sus viajes, sus estancias, sus contactos, sus escritos. Como Observador Permanente de la Unión Latina ante la Unesco, la América Latina entera es su gran refugio, la casa de sus ardientes pasiones, el aire de sus impaciencias frente al subdesarrollo, pero también su consuelo al comparar los desvaríos humanos que pasan en otras regiones.

Pero todo el universo, en verdad, con todo su contenido, sus almas, sus cuerpos, sus incidencias, sus experiencias, se ofrece a su reflexión, en su perpetuo movimiento a través del espacio y del tiempo. Se toma, como en este libro, el tiempo de hacer una pausa para alcanzar la inteligibilidad y comunicarla generosamente al lector.

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