Andrés Neuman ha escrito mucho (novelas, ensayos, cuentos, poesía, periodismo, un blog, ¡y un libro de aforismos!) y se ha escrito mucho sobre él. En una búsqueda en YouTube, por ejemplo, se puede encontrar más de una decena de entrevistas, ponencias, lecturas y charlas de este novelista argentino-español nacido en 1977.
De paso en Buenos Aires para presentar su último libro de cuentos, Hacerse el muerto, Neuman nos convocó en un café del barrio de Palermo para charlar.
¿Hay alguna desventaja (puede dañar tu vida como escritor) participar tanto en la divulgación de tu obra con la prensa?, ¿ser tan franco y abierto con tus procesos creativos?
Yo creo que si la conversación se convierte en un acto de ocultación es preferible guardar silencio. Si uno está hablando es mejor ser franco y hasta contradecirse con todo gusto , no tener un discurso armado que es una especie de acto publicitario o de legitimación de la propia figura pública. Eso me parece atroz. Lo que pasa es que hay una especie de postura snob abominable y una falta de respeto también a los lectores que es el típico artista que se pasa la vida dando entrevistas explicando lo mucho que odia las entrevistas.
Pero hay tipos como Cormac McCarthy o Salinger que decidieron que su arte era incompatible con una vida pública... O Pynchon...
Ahora hablamos de eso. Te redondeo y ahora hablamos de eso. Entonces, eso de presentar libros para decir que no te gusta hablar en público o dar entrevistas para decir que estás harto de las entrevistas, me parece una impostura en la que prefiero no participar. Porque como vos bien decís, si de verdad te molestan tanto, no las hagas, ¿no? Ahora bien. Vos me preguntas por Pynchon, por Salinger, por las figuras –digamos– enigmáticas de la literatura. Por un lado, se me ocurre decir que eso también genera una construcción de una identidad pública.
Sí...
Salinger no construye su obra desde el silencio. Sino que en un momento dado, cuando se siente en el centro del huracán, y se hace una figura inmensamente conocida, de pronto se cansa y se retira. Pero digamos que Salinger llegó a ser muy conocido en su medio. Y después, claro, estamos hablando todo –me tirás todos nombres de la generación parecida– es decir, una generación muy pre-Facebook, pre- Twitter, y sobre todo una generación en donde la información estaba tan centralizada que de todas maneras las editoriales de estos autores se encargaban de manejar la información de una manera más eficaz, porque los canales eran limitados y muy centralizados. Entonces, de algún modo, si vos querías difundir un libro eran muy pocas puertas que una editorial tocaba. De manera que, la interlocución con ese ente llamado opinión pública era bastante mecánica. En cambio, ahora la cosa está mucho más dispersa, mucho más atomizada y lo que es más interesante aún es no sólo que el arte se relacione con los medios de comunicación.
Pero, por ejemplo, yo pensaba más en –tomemos una persona más bien sincera, que no haga demagogia... Pero ciertos escritores, por lo que yo percibo, sienten que contar demasiado sobre lo que hacen puede ser perjudicial...
Pero Andrés, yo nunca en mis entrevistas hablo sobre los libros que voy a hacer o estoy haciendo. Siempre hablo del que hice. Por supuesto que hay una especie de pequeña fuerza sagrada que tiene que ver con la ansiedad de decir, con la necesidad de contar algo; que muchas veces te cuesta contar o que incluso no sabés muy bien qué es. Estás en el tramite de averiguarlo. Y obviamente eso ya no es un tema de prensa, es un tema en general. De interlocutores. Si uno lo cuenta demasiado durante el proceso, esa llama pierde parte de su convicción. Pero esto ya es también un problema de escuelas. Está el escritor modelo borgeano, que según se cuenta, le gustaba perfeccionar la historia que iba contando. El cuento que pensaba hacer se lo iba narrando un montón de interlocutores y esa narración nunca era idéntica. Iba perfeccionándose, iba nutriéndose de la reacción de sus interlocutores y del asombro que produce hablar en voz alta y darse cuenta de lo que uno está pensando. Porque hay veces que uno no sabe qué opina, o qué tiene para decir, hasta que lo dice –y eso se llama discutir; entonces creo que Borges en parte aprovechaba esa especie de sinergia que se produce cuando uno habla con alguien, para ir modificando la futura escritura del texto. Eso es una escuela. Y después está la escuela, digamos más secreta, de los escritores furtivos. Que son los que tienen una especie de impunidad narrativa, ¿no? De moción media clandestina. De estar contando algo sin que nadie lo sepa que perdería parte de su sensación de travesura y de también de peligro si empezaras a divulgarlo. Yo me siento más parte de esa segunda escuela.
Ahí está. Vos sólo hablás de lo que ya escribiste...
Claro. Lo que voy a escribir lo tengo como una especie de secreto medio intuitivo. Como mucho se lo puedo compartir tal vez a mi pareja, con algún compañero con especial confianza. Pero jamás es un proceso público, jamás. Sí que confío mucho –y de hecho, necesito– la mirada ajena, la opinión de lectores. Digo, antes de publicar. Pero es después de haber hecho el manuscrito.
¿Cómo haces eso?
Son como fases complementarias. Te digo como lo hago yo. Cada uno tiene su método. Yo, la parte de la redacción del primer manuscrito la vivo como algo muy intuitivo, muy solitario, y donde prefiero extraviarme solo antes que consultarlo. Prefiero llegar al final de un error –porque a veces uno tiene una intuición, ¿no? Que es entre fallida e interesante. Se está definiendo. Y si uno lo consulta y de pronto al otro no le gusta la idea, vos, porque todos somos muy débiles, es muy difícil tener una convicción...
Claro, si alguien te critica, te puede inhibir...
Entonces vos, por allí, podés decir, "la verdad que tiene la razón: es una ‘pelotudez’”. Porque uno está siempre al punto de pensar que lo que está haciendo está mal. Eso es lo primero que uno piensa. Y por allí, entonces, aborta el proceso de tirarte hasta el final con esa idea y en el último minuto, desviarte del error y encontrar una idea. Pero esa idea está al final de la búsqueda...
¿Lo entregas a tus editores?
No, no, no. Porque la mirada del editor ya es semipública. Estoy hablando de un proceso anterior. No, para mí el editor llega al final. Todo lo que tenga que ver con la parte editorial, para mí está al final. Mi mujer es española, es poeta, y nos hacemos mierda mutuamente los textos. Incluso compramos una pizarra se dice en España donde colgamos poemas en un color, y el otro llega a la habitación, lo tacha, lo corrige en otro color y se va –y el día siguiente, entonces, vamos haciendo una especie de correcciones en la pared, de nuestros respectivos poemas. Entramos a la habitación, corregimos el poema y nos vamos...
Son casi como coautores...
No, no, no. Bueno, sí, efectivamente. Y tengo un grupo de amigos y de escritores que, ponele que nos intercambiamos los manuscritos, con la premisa que seamos francos. Vos sabes que tu amigo es alguien que te quiere cuando antes de publicar un libro te dice "Esta página es una mierda, te suplico que la quites”. Solamente un amigo es capaz de decirte eso, ¿no?
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