martes, 17 de diciembre de 2013

"Páginas escogidas" de Huáscar Cajías

El pasado 20 de noviembre se presentó "Páginas Escogidas" del filósofo, periodista, criminólogo y servidor público Huáscar Cajías Kauffmann en el auditorio de la Casa Marcelo Quiroga Santa Cruz. El libro es el primer tomo que preparan sus hijos y nietos con textos escritos por el polifacético Cajías para revistas especializadas o para cursos y seminarios locales como internacionales.

Cajías es autor de los clásicos textos de criminología y de penología, pero sus miles de editoriales publicados durante tres décadas en el matutino católico "Presencia" y sus innumerables escritos para conferencias se encuentran sólo en bibliotecas.

La Fundación Cultural Huáscar Cajías K, presidida por el historiador Fernando Cajías de la Vega, se propuso recopilar y editar esas páginas que revelan a un sabio, con un profundo pensamiento católico y aristotélico, un profesional honesto y un ser humano pleno de conocimientos para dar consejos y guías a las nuevas generaciones.

El acto contó con la participación del abogado y ex presidente de la Corte Suprema de Justicia Armando Villafuerte, el ex director de "Presencia" Armando Mariaca y autoridades de la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor de San Andrés, donde Cajías enseñó por medio siglo.

Huáscar Cajías Kaufmann nació en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, el 7 de julio de 1921 y murió en La Paz, el 2 de octubre de 1996. Terminó sus estudios secundarios en Buenos Aires, Argentina, y estudió Derecho Y Filosofía y Letras en universidades bolivianas. Permanentemente amplió sus conocimientos en Europa, Estados Unidos y América Latina. Fue profesor universitario por más de tres décadas y autor de textos clásicos sobre Criminología y Derecho Penal. Dirigió el periódico católico Presencia por 40 años, colocándolo en la lista de los más prestigiosos diarios del continente. Fue diplomático. Presidió la Corte Electoral, apodada de "los notables" durante su gestión.

Verdad y libertad

Huáscar Cajías Kauffmann

En otras palabras, pese a las influencias ideológicas y por sobre ellas, los medios de comunicación pueden y deben buscar y transmitir la verdad. De ahí derivan algunas obligaciones para quienes trabajan en los medios de comunicación social.

Ante todo, hay que partir de la fundada convicción de que si bien la verdad completa está lejos, podemos acercarnos a ella y estamos en el deber de intentar esa tarea. La objetividad completa es inalcanzable, pero es deber del periodista tratar de liberarse de cuanto puede dificultarle acercarse a ese ideal. Este amor por lo objetivo y lo verdadero es algo que es exigible a todos.

La objetividad implica necesariamente el dejar de lado toda influencia perturbadora de la capacidad de captar y transmitir la verdad, lo objetivo. No se trata solamente de eliminar toda deformación intencional, pues eso se supone. Más peligrosas, por lo insidiosas, por la facilidad con que pueden escapar al control de la conciencia, son las tentaciones derivadas del dinero, la posición social, los intereses personales o de grupo, el ansia de brillo y de alabanza, los odios, simpatías y antipatías, las ideologías, los prejuicios. Cuán probable es que, a través de complicados mecanismos psíquicos, lleguemos a que esas trabas a la verdad se nos presenten como algo digno de respeto, hasta ser guías de conducta.

No buscaremos la verdad, por otro lado, si no tenemos conciencia real, efectiva de nuestra falibilidad que nos lleva al error. Sin esa conciencia, caeremos en el empecinamiento, en lo falso y negaremos algo que debe ser evidente para toda conciencia clara: que los demás, los que se nos oponen, tienen tantas posibilidades como nosotros de llegar a la verdad. No sólo hay que estar dispuesto a recibir críticas ajena, a autocriticarse y enmendarse sino también a admitir con alegría las verdades que otros han descubierto. El maniqueísmo impide tomar estas actitudes y suele ser consecuencia de las ideologías políticas y de afiliaciones de otro tipo.

Fluye de lo anterior que los medios de comunicación social tienen que abandonar la tendencia de algunas ideologías de considerar al pueblo como un conjunto de menores de edad que tienen que ser tutelados. Si esto se admite, los medios de comunicación transmitirán sólo lo que las ideologías han digerido antes y juzgan que, presuntamente, no es dañino al pueblo, a ese pueblo al que dice que anhelan proteger y salvar. Esta actitud puede explicarse sólo si se piensa que el pueblo no es capaz de crítica y que esta capacidad se halla monopolizada por los dirigentes. Son éstos, entonces, los llamados a pensar, decidir y actuar; el pueblo debe mantener una actitud pasiva. Esta es la actitud dictatorial que lleva a transmitir sólo lo que los de arriba juzgan que no dañará al pueblo. Si es necesario, la verdad será desnaturalizada y falsificada para adaptarla a los intereses y propósitos de las ideologías que se hallan detrás de los medios.

La única solución ante este peligro consiste en la libertad de expresión: que haya una libertad responsable para transmitir noticias, opiniones, diversiones. Que el pueblo vea reconocido su derecho a tener acceso incensurado a la verdad por desagradable que sea; pero, al mismo tiempo, que se le dé una educación que le permita usar responsablemente de su libertad de juicio. Sólo son admisibles las ideologías políticas que predican y practican esta libertad y esta verdad. Por principio, son rechazables las ideologías que propugnan o alientan el monopolio informativo y formativo, aquellas que se creen dueñas únicas de la verdad y por tanto, con derecho a impedir que los disidentes se expresen.

Aunque se diga lo contrario, esta posición implica ciertamente temor a la verdad, desconfianza en el ser humano, menospreciando por el pueblo y una vanidad infundada en quienes dirigen estas ideologías y las aplican. Verdad y libertad marchan juntas. Por eso, por el deber de llegar a la verdad a través de los medios de comunicación social, es imprescindible que éstos gocen de libertad; que todo el que desee pueda manifestarse a través de ellos.

Al fin y al cabo, tenemos que admitir la validez de un gran principio: Sólo la verdad nos hará libres.

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