domingo, 22 de diciembre de 2013

Jesús Urzagasti: El follaje del retorno



El tema del viaje es una de las líneas directrices de la obra de Jesús Urzagasti; así lo ha visto y desarrollado Ana Rebeca Prada en su espléndido estudio sobre la obra narrativa del autor (1). Poeta del viaje, Urzagasti también lo es de la permanencia, del viaje interior, de las raíces; de ahí que el árbol sea un símbolo de su poesía y la clave de su universo permanentemente percibido desde lo vegetal, tal como el propio autor lo destaca “Yo nací en Campo Pajoso, en el año 1941. Me llevaron al monte muy pequeño, quizá de ahí viene una suerte de fijación en mi prosa con lo vegetal, no me podría explicar de otra manera” (2). No sólo en su prosa, sino también en sus poemas, como los de Yerubia, con una vegetación densa, tupida como su propia escritura. Por eso, nada extraño que su obra poética reunida se titule, bajo el auspicioso signo de Mallarme, El árbol de la tribu (3). Y tampoco que ésta registre la experiencia del retorno de punta a canto, de la raíz a las hojas, al punto que el verbo volver o sus sinónimos y afines constituyen en su recurrencia una cifra del libro. Subrayo dos poemas, el primero de los cuales se titula precisamente “El retorno”:

Despojarse es la ley quedar sin nada al cabo de la jornada erguirse en la oscuridad sin alas. Pasos otrora sombríos buscan las huellas de una existencia impecable, al cabo de los años todo termina siendo un follaje.

El retorno empalma con una vía de ascesis, de desprendimiento, como en “Vuelta”, de Octavio Paz. El segundo poema, aquí transcrito, lleva por título una fecha: “Octubre de 1960”, la cual asimismo finaliza el poema. En ese movimiento circular, Urzagasti traza un viaje en avión que, en el fondo, es un viaje al pasado, más precisamente: a un espacio en el pasado, el cual se encuentra a 30 años de distancia. En el transcurso de ese vuelo, que transcurre en “un mes cualquiera de 1991”, va revelándose desde el avión un paisaje con niños y ancianos y “mozas de blusas olorosas a madreselvas”. Lo digo muy al paso (la comparación llevaría otra noche para tejer): este poema es en la obra de Urzagasti lo que “La isla a mediodía” en la de Julio Cortázar. Es la isla a mediodía, pero al amanecer; y no imaginada sino rememorada, y no frente al mar, sino “en la tierra de Tarija con sus frondas de octubre de 1960” —otra vez lo vegetal. Sí, es la Ítaca “verde y humilde” que Borges evoca con dos trazos exactos, y es asimismo la “provincia plantada con árboles” celebrada por el gran escritor chaqueño.

NOTAS

1. Viaje y narración: Las novelas de Jesus Urzagasti. La Paz: Sierpe, 2002.

2. Citado por Rubén Vargas en su precioso homenaje: “Jesus Urzagasti, el largo adiós”. La Razón. Tendencias, 11 de agosto de 2013, p. 3C.

3. Con un epílogo de Juan Carlos Ramiro Quiroga. La Paz: Plural, 2012.

OCTUBRE DE 1960

Jesús urzagasti (1942-2013)

Retornar de una lejana ciudad

navegando entre nubes

es mirar el cielo desde el mismo cielo

y la tierra abajo ondulante en su

silencio.

Los ríos cruzan las ciudades

buscando distancia

las muchachas crecen a la sombra de los paraísos

la campiña y los animales viven un tiempo

que se evapora entre nubes

pero lo recobras cuando caminas

sobre la tierra

miras niños y ancianos y campesinos

cabras prendidas de los arbustos

mozas de blusas olorosas a

madreselvas

transitas sintiendo el viento nocturno

la cascada del tiempo escondido en tus sienes

o el perfil de la luna en el cielo rojizo

entre nubes era un mes cualquiera de 1991

sobre la tierra en el valle tarijeño

con sus frondas de octubre de 1960.

(El árbol de la tribu, 2012)


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