Siempre se las ha dibujado con narices largas y pobladas de verrugas, dedos huesudos que diseccionan sapos para sus pócimas y cuerpos encorvados que sobrevuelan las noches en escobas voladoras.
En la España espesa y oscura de los siglos XVI y XVII la mayoría de la gente creía que las brujas volaban y se reunían en multitudinarios aquelarres en el campo de Baraona, que todavía hoy tiene fama de punto magnético.
Un nuevo libro, Brujas, Magos e Incrédulos en la España del Siglo de Oro, intenta revelar cómo surgieron estas prácticas de brujería y hechicería y cómo estas creencias se enfrentaron con la Inquisición.
La autora, María Lara Martínez, profesora de Historia Moderna y Antropología de la Universidad a Distancia de Madrid, dedicó seis años para elaborar su libro, una investigación pionera y detallada sobre las creencias de la época y las causas de brujería que llevaba la Inquisición.
La investigadora subraya el género femenino porque “la mujer de entonces estaba relegada, no tenía acceso a las universidades y tenía que buscar sus propios medios de instrucción. Actuaban de curanderas o sanadoras”.
Sus casas eran laboratorios de experimentación con plantas, de pócimas y brebajes. De allí no sólo brotaban efluvios sino también fantasías y misterios como el de la escoba voladora.
La fórmula para volar
Quienes se acercaban a una bruja corrían el riesgo de morir o simplemente de volar. Algunas cubrían sus cuerpos con una mezcla de plantas alucinógenas como la belladona o la mandrágora que, con sus efectos narcóticos, daban la impresión de que levitaban.
A su lado solía estar una escoba, un objeto tradicionalmente asociado a la mujer, que también se embadurnaba con el mismo ungüento mágico.
El país de las brujas
A medida que se acerca el siglo XVIII las causas inquisitoriales se reducen. La ilustración comienza a disipar las historias de brujas.
Hay un caso anterior que va a marcar el tratamiento de estos temas, las brujas de Zugarramurdi. En aquellos años Navarra era considerado el país de las brujas.
“La Iglesia amenazó con excomulgar a todo aquel que teniendo un vecino brujo no lo denunciase. A partir de entonces comenzó una vorágine de acusaciones incluso hechas por niños. Se acusaba a cualquiera y por cualquier motivo”.
“Ante la cantidad de acusados, el inquisidor Alonso de Salazar y Frías decidió hacer la vista gorda. Dijo que no había brujos ni brujas en la zona hasta que se comenzó a hablar de ellos”, apunta Martínez.
Seis años después de analizar las vetustas causas de brujería aún quedan muchos misterios para la investigadora.
“Existe un dicho en Galicia sobre las meigas, una especie de bruja buena. Haberlas haylas. Puedo decir que las hubo y que las hay”, puntualiza.
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