lunes, 29 de abril de 2013

Edmundo Paz Soldan Con motivo del Día del Libro, el autor sugiere siete títulos que más vale no rechazar



Con la abrumadora cantidad de libros que se publican, cada vez es más fácil que un buen título se pierda, un notable autor sea olvidado, la obra “menor” de un grande no sea tomada en cuenta. Con motivo del Día del Libro, van estas sugerencias:

Vladimir Nabokov, Pnin. Una de las mejores contribuciones al subgénero de la “novela de campus”, aunque, como se trata de Nabokov, está claro que trasciende cualquier intento de clasificación. Una novela melancólica de ribetes cómicos, sobre las desventuras del profesor Timofey Pnin en Weindell College. Pnin, profesor de ruso que no sabe hablar inglés muy bien, quisiera encontrar la clave secreta de la armonía detrás del caos de la realidad, acaso porque lo marca la pérdida: la Rusia que dejó atrás, el primer amor, la esposa que lo abandona.

Francisco Tario, La noche. Pocos han escrito en español tan buenos relatos fantásticos como este autor mexicano. Se especializó en cuentos de fantasmas, pero en ese pequeño espacio logró complejas variaciones. La noche de Margaret Rose es un favorito de García Márquez, pero hay muchos más, entre ellos Un huerto frente al mar, La noche del féretro y La noche de los cincuenta libros. Esta antología reúne cuentos de dos libros: La noche (1943) y Una violeta de más (1968).

Anna Starobinets, Una edad difícil. Se ha dicho de ella que es la Stephen King rusa, pero eso no da cuenta cabal de su escritura, que se mueve con naturalidad entre el horror, el género fantástico e incluso la ciencia ficción.

Heinrich von Kleist, Relatos completos. Este escritor alemán está lejos de ser olvidado, pero es conocido sobre todo como dramaturgo. Michael Koolhaas y La marquesa de O muestran su frenético estilo con una tensión que comienza en la primera línea y no decae hasta el final, y preocupaciones temáticas que anticipan líneas centrales de la literatura del siglo XX; no por nada a Kafka le gustaba leerlo en voz alta a sus amigos.

Flannery O’Connor, Novelas. De esta escritora del Sur profundo de los Estados Unidos se leen hoy, y con razón, sus cuentos excepcionales, pero las novelas son también buenas puertas de entrada a su mundo de predicadores arrebatados y de búsqueda de la gracia en lugares inesperados. Puede que Sangre sabia no sea redonda, pero la historia de Hazel Motes es más memorable que la que cuentan muchas novelas “perfectas”.

Richard Flanagan, El libro de los peces de William Gould. Un libro hermoso dentro de un libro, que narra la historia del falsificador William Gould, su paso por la cárcel en la isla de Sarah (Tasmania), en el siglo XIX, y su obsesión por pintar peces.

Lina Meruane, Fruta podrida. Con guiños al José Donoso de El lugar sin límites, esta historia de dos hermanas muestra la preocupación de la escritora chilena por el cuerpo enfermo en la sociedad contemporánea; su escritura se inscribe en un código realista con múltiples connotaciones simbólicas.

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