domingo, 10 de abril de 2011

La prostitución en la Guerra del Chaco

El presente artículo es un intento de acercamiento al estudio de la prostitución en el conflicto bélico del Chaco (1932-1935). Los datos de esta actividad son escasos, tanto en las fuentes primarias como secundarias. Sin embargo, haciendo una exhaustiva búsqueda encontramos alguna información que da cuenta de ella. La prostitución se desarrolló en dos espacios, el primero en las ciudades, como era habitual, y el segundo en los centros de operación del Ejército en campaña. El artículo se centra en este último.

En la profusa documentación del Archivo Histórico Militar boliviano (Comando de la 4ª División. Sección II, 1930), un parte reservado se refiere a la inconducta del teniente E. Guzmán, el cual incurrió en indisciplina y desobediencia.

Luego de dar “…bofetadas al Sbtte. de Rva. Chopitea por celos, que resultaron infundados por una mujerzuela (A. Mariscal) con la que mantenía relaciones ilícitas…”. Guzmán retó a duelo a Chopitea, lo que determinó la intervención del Comando de Regimiento para evitar mayores conflictos. Tras este incidente, el Comando Superior resolvió prohibir estrictamente la “estadía de cualquier mujer en los puestos de avanzada”, porque producía conflictos de diversa índole entre los oficiales.

Por otro lado, el ex combatiente teniente José S. García, en su libro El campo de los muertos (Primera parte, 1964), da la siguiente información: “…no podíamos cruzar a la otra banda que se denominaba San Francisco de Villamontes, allí estaban los Comandos de Etapas, hospitales, pagadurías, policía militar, transporte y los hotelitos, bares, cantinas y hasta las mujercitas de la famosa ‘Casa Blanca’”. El corazón de la actividad bélica boliviana fue Villamontes, donde en esas “casas blancas” se asentaron las prostitutas durante los tres años que duró la guerra. En una primera etapa, los servicios de estas mujeres fueron el privilegio de los oficiales (sobre todo de los oficiales de retaguardia); en la segunda etapa, este servicio llegó también a las tropas.

Roberto Querejazu en su obra Masamaclay (1965) también da cuenta de la actividad de las trabajadoras sexuales: “El Comando Superior pensó que había llegado el momento de atender a otras necesidades del combatiente. En la primera mitad de la campaña, las penurias físicas y la pobrísima alimentación adormecieron en él todo deseo sexual.

Un día de abril (1934), ante la expectativa de la población de Ballivián, llegó un avión conduciendo a trece prostitutas dirigidas por una celestina”. “Las heteras fueron invitadas a la casa del jefe del Primer Cuerpo, donde él y sus áulicos se entregaron a una desenfrenada bacanal que duro varias horas. Tocó el turno a los oficiales que se encontraban en las trincheras delante de Ballivián y que salieron a visitar a las damiselas en la casa que había sido puesta a su disposición. Finalmente, Esther, Lolita y sus compañeras entregaron sus favores a la tropa del fortín. Cumplida su tarea en el Primer Cuerpo, fueron puestas bajo las órdenes L y trasladadas a otros sectores”. “El hecho de que la sanidad militar supiese que padecían de enfermedades venéreas, no fue óbice para que el ‘Destacamento L’ continuase su gira hasta terminar, más tarde, en una casa de prostitución en Villamontes. La conductora del grupo, a quien por su voluntad se le puso el apodo de ‘La Trimotora’, se convirtió en una de las figuras más populares de la campaña”.

Estos hechos fueron reprobados por el diputado Roberto Ballivián Yanguas, quien en la sesión reservada del Congreso del 20 de agosto de 1934 denunciaba lo siguiente: “…el Cnel. Peña y todo el personal subalterno de la 9ª División, a excepción hecha del Tte. Cnel. Maximiliano Ortiz, se dedicaron a una bacanal escandalosa, a cuyo fin dispuso que de los camiones de la columna que se entregaron para la atención de las necesidades de su tropa se desprendieran varios carros para transportar mujeres de vida alegre, vino, cerveza, frutas, legumbres, etc., etc. (...) He tenido oportunidad de ver la llegada de estas mujeres a Carandaytí, asiento de la 9ª División, y acumuladas como fueron todas las provisiones destinadas para la orgía, se llevó una banda del Ejército para que la amenizara durante los días y las noches de carnaval (…) danzaban los jefes y oficiales desaforadamente con las daifas allí transportadas para regalo de estos señores (…) descuidando de la manera más criminal sus deberes militares (…) siendo de advertir que estas mujerzuelas, traídas y llevadas de una parte a otra, según el capricho o las necesidades del Cnel. Peña…”.

La acusación del diputado Ballivián hacía énfasis en que el traslado de las “mujeres de la vida alegre” se lo hacía sin salvoconducto militar, documento imprescindible para dirigirse de un punto a otro, tanto para militares como para civiles, en todo el teatro de operaciones durante los tres años de campaña.

Ayuda. Finalmente, podemos apuntar que la prostitución en la guerra debe ser vista como una forma de paliar los sufrimientos de los combatientes que permanecen mucho tiempo en las trincheras. En esa situación, el contacto con las prostitutas se convierte en un “levanta moral”, como se lo llama en la jerga militar. Sin embargo, no todos los combatientes tenían acceso a estos servicios.

En la Primera Guerra Mundial y en otras guerras europeas, la prostitución fue usada como medio de “ayuda” a los combatientes; los propios comandos se encargaban del reclutamiento, reglamentación y mantenimiento de las prostitutas. La prostitución, en un contexto bélico, evita en alguna medida las violaciones y los abusos a la población civil en la región del conflicto. Este tipo de abuso estuvo presente en la Guerra del Chaco, especialmente por parte de los cuatreros y desertores, aunque es innegable que también los oficiales del Ejército cometieron abusos contra las mujeres indígenas del Chaco.

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