lunes, 11 de abril de 2011

Amarga Navidad Con este texto, la autora obtuvo el tercer lugar del concurso nacional de cuento breve

La tristeza me invade. Cada año es lo mismo. Mi corazón se llena de amargura y soledad, el susurro del viento me dice que esta Navidad vuelve a repetir su historia. Aquella historia que marca mi vida y queda plasmada dentro de mi ser.


Es 24 de diciembre, a pocas horas del día esperado, sobre todo por los niños. Pero no por mí. Quizá porque no le encuentro el verdadero sentido o tal vez porque mis padres no están conmigo. Dios, ¿por qué tengo que pasar por esto?, pregunto angustiada al creador. ¿Por qué permites que este día tenga que sufrir?


Mis lágrimas empiezan a caer de dolor, como si fuese causado por un puñal que está clavado en el centro de mi corazón.
Hasta el cielo tiene a la luna como acompañante, digo para mis adentros, ¿y por qué no tengo a alguien que me haga siquiera sonreír?
Si me preguntaran cuál es mi deseo en estos momentos, no dudaría un solo segundo en responder que mi deseo sería desaparecer o irme a un lugar donde solo haya felicidad. Donde el odio no exista y el amor perdure, donde reine la paz y la guerra desaparezca, donde solo haya luz y no oscuridad. Cerré los ojos por un momento e imaginé este mundo sin dolor. Dibujé en mi mente muchas sonrisas y se veía hermoso. Volví a mi verdadera realidad al escuchar el sonido de un petardo.


Vi cómo a mi alrededor las familias se juntaban, se daban abrazos, besos y vi muchas sonrisas como las que dibujé en mi mente, solo que en esta yo no estaba sonriendo.
Comenzaron a lanzar fuegos artificiales y a decirse unos a otros ‘¡Feliz Navidad!¡Que la pases bien!’ En ese instante mis lágrimas empezaron a caer nuevamente gota a gota sin que pueda yo llegar a controlarlas.


No soporté ver más aquella escena. Miré la hora en mi reloj. Eran las 3 de la madrugada. Decidí irme a casa a mojar en llanto mi almohada porque tampoco había quién me esperara con los brazos abiertos y me dijera feliz Navidad.


Caminé lentamente con la mirada en el suelo. Los recuerdos de mi infancia estaban penetrados en mi mente. Eran tiempos muy dulces, cuando recibía el cariño de mis padres, pero desde hace seis navidades ellos no estaban presentes. Para olvidarme corrí sin parar hasta llegar a casa. Abrí la puerta de mi habitación, me acosté en la cama y lloré. Lloré como un niño al cual le quitan su dulce y no se lo devuelven.


Al día siguiente amanecí con los ojos hinchados. Me sentía en la nada. El sol ya había salido. Era una mañana muy hermosa pero no logré disfrutarla. En mi corazón seguía aquel virus de la tristeza que no me dejaba sentir la felicidad que yo tanto anhelaba. Salí de casa sin rumbo y sin ninguna dirección. Solo caminé por las calles del lugar donde vivía.


Pude ver en las veredas a personas como yo que tenían destrozado el corazón. Lo sentí en sus miradas, quise ir y tomar la iniciativa de hablarles pero no me animé. Pensé que tal vez preferían estar solos. Así que me alejé sin dejar de pensar que no era la única que había estado sufriendo un 25 de diciembre.


Quise buscar en medio de la tormenta una luz pero no la encontré. Sentí que tal vez en algún momento la encontraría y sería feliz y no soltaría nunca esa luz.
Una vez me habían dicho que yo tenía que brillar como aquella estrella que más brilla en el cielo, pero en esta Navidad mi resplandor estaba totalmente apagado y era muy difícil que brillara. La noche comenzaba a apoderarse de mí y otro capítulo de mi vida iba terminando. Ese capítulo que a nadie le hubiera gustado vivir y que yo estaba dispuesta a olvidar. Me propuse no dejar caer una sola gota de mis lágrimas y dije que aún tenía la esperanza de no volver a vivir nunca más una amarga Navidad.

La autora

“Cuando escribo me desahogo”
Anali Paola Sánchez Cailo / Estudiante
Ya se la puede llamar escritora. Aquel que se enfrenta cada día a la página en blanco y describe sus vivencias, como esta joven de 16 años, ya lo es. Después de sus clases en el colegio Germán Busch de la población de Yapacaní, o a veces en un pequeño lapso entre clases, anota y registra. Cotidianamente, un cuaderno en el que está plasmado todo lo que siente y lo que le pasa es su principal herramienta de contacto consigo misma. ¿Es un diario?, se le pregunta, y responde que es “algo así”. Lleva a todas partes ese cuaderno. “Es una escritura constante”, cuenta.
En su caso, el acto de escribir es una necesidad. Empezó a los 14 años, inspirada en su madre y en la ausencia. Su historia personal la ha puesto delante de una situación nada fácil. Su padre está ausente desde hace seis años. Vive en Santa Cruz de la Sierra, en una casa a la que ella y sus tres hermanos no tienen mucha costumbre de visitar.
Su mamá, Juana Cailo, vive en España. “Mis padres están separados. Mi mamá vive con mi padrastro. Hablo con ella semanalmente”, comenta. Sus compañeros son Herminia Heredia, su abuelita, y uno de sus hermanos. Uno de ellos vive en Santa Cruz de la Sierra, con una de sus tías.
Este concurso es un paso más en lo que parece una clara inclinación por la palabra que tiene Anali. Está trabajando en una novela que ha titulado ‘Lágrimas por amor’, pese a que aún está lejos -asegura- de estar enamorada.
El autor que más disfruta esta futura comunicadora social es Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Por estos días, está concluyendo con ‘Juan Salvador Gaviota’, historia de Richard Bach que ha sido reconocida por su capacidad de estimular, con un lenguaje místico, la superación personal.
Como todo joven talentoso, practica deportes. En su caso, se trata del fútbol. Es una sólida defensa.
Es la primera vez que un alumno de Yapacaní figura entre los ganadores de este concurso. Según la directora del establecimiento, Isabel Mamani, los dos profesores de literatura del plantel organizan periódicamente concursos de poesía y de comprensión de lectura. Sin embargo, el logro de Anali tomó por sorpresa a su profesor, José Luis Soria, que no ocultó su orgullo por el premio obtenido por Anali.

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