El soldado Manuel Monje Gutiérrez mató a su primer “pila” a los 17 años. Aún tiembla al recordar ese episodio de hace 83 años, apenas pisó el infierno del Chaco junto a sus camaradas del Regimiento Murguía 50 de Infantería, en la contienda bélica que enfrentó a Bolivia y Paraguay de 1932 a 1935.
Era huérfano. El yungueño recuerda que sus ansias de defender a la Patria le llevaron a emprender una travesía de cuatro días desde Irupana para enrolarse en un cuartel de la ciudad de La Paz. Sus abarcas quedaron desgastadas porque lo hizo a pie. Pero un capitán lo despreció por su edad. “¡Vaya a terminar de mamar!”, fue el veredicto que recibió. Apesadumbrado, asumió el retorno. Hasta que en el poblado de Lambate vio una patrulla de reclutamiento y se hizo “capturar”.
ORÍN. Fue trasladado al mismo cuartel. Al verlo, el capitán le volvió a increpar. “Qué quiere que haga, la recluta me trajo”, le respondió Manuel. “¿Quieres ir a la guerra, vas a soportar?”, le preguntó ella. “Ya veré si soporto, pero quiero ir”, dijo el adolescente. Y cumplieron su anhelo. Sin saber manejar bien las armas, liquidó a un paraguayo (pila) el primer día que entró en acción. Y en el campo de batalla recién se dio cuenta de que el ¿vas a soportar? no fue gratuito.
Sus amigos y él tomaron orín para no morir de sed. Tuvieron que transformarse en sabuesos para hallar sipoies (especie de papayas) y otros frutos silvestres para lidiar con el hambre y la deshidratación. Los toborochis gruesos se convirtieron en sus escudos para enfrentar las bombas... “Difícil recordar esas estrofas, era una cosa de lo peor. Nos han castigado, éramos tan jovencitos”. Eso sí, ahora con 100 años en los hombros y el ojo izquierdo maltrecho, no duda de que volvería a caminar desde los Yungas si el deber lo convocara otra vez.
El 12 de junio se recuerdan 80 años del fin de esta disputa, con la firma del Protocolo de Paz entre Bolivia y Paraguay, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Aunque el cese el fuego recién llegó dos jornadas más tarde. Informe La Razón presenta cartas inéditas, escritas desde las trincheras, proporcionadas por el coronel Diego Martínez Estévez; testimonios de sobrevivientes; documentos, publicaciones, informes reservados sobre el conflicto; consultó libros y entrevistó a especialistas sobre este capítulo que dejó decenas de miles de bolivianos en los camposantos.
Los vientos de guerra soplaban décadas antes de 1932. Así lo señalan los historiadores Robert Brockmann, el general Tomás Peña y Lillo Tellería, el coronel Martínez y el exvicecanciller Jorge Gumucio. Los derechos de propiedad sobre el Chaco Boreal fueron el motivo. Ya en 1928, con el asalto paraguayo al fortín boliviano Vanguardia, la situación estuvo al límite. Aunque el presidente Hernando Siles consiguió poner paños fríos al asunto gracias a la bandera de la diplomacia.
DADDICITO. Con el mando de la nación en manos de Daniel Salamanca (1931-1934), el discurso que se propagó apuntaba a “pisar fuerte” en la región de la discordia. Sin embargo, la gota que derramó el vaso tuvo a una mentira tras bambalinas. Resulta que los paraguayos hallaron una laguna en medio del Chaco, en 1931, en un área estratégica. Un año después, los mayores bolivianos Jorge Jordán y Óscar Moscoso sobrevolaron el lugar y advirtieron la presencia del depósito hídrico.
Por ello, el 15 de junio, los soldados bolivianos ahuyentaron de allí a los paraguayos y ocuparon el fortín Carlos Antonio López (Pitiantuta). Salamanca fue anoticiado. Y dejando de lado su ideología, trató de evitar el conflicto al enterarse de las condiciones militares, logísticas y económicas del país. Les pidió a los militares que se alejen de la laguna y éstos le respondieron que no podían hacerlo por su importancia. Entonces, el Presidente les ordenó que se vayan a la orilla opuesta y que abandonen el fuerte.
Los líderes simularon obedecer la instrucción. No se movieron del área y rebautizaron al fortín con el nombre Mariscal Santa Cruz. Hasta que los paraguayos se reforzaron y reconquistaron el enclave, el 16 de julio. Pero Salamanca recibió el informe de que éstos habían atacado un fuerte boliviano. Y se decantó la lid. El Mandatario actuó de buena fe, los que no lo hicieron, señala Brockmann, fueron Moscoso, el coronel Enrique Peñaranda (quien luego fue Presidente) y el general Filiberto Osorio, jefe del Estado Mayor.
El 10 de mayo de 1933, Paraguay declaró la guerra a Bolivia, y ésta respondió al día siguiente (leer el documento de la anterior página). Salamanca estaba convencido de la victoria, había la confianza de la superioridad militar boliviana, aunque ello fue puesto en entredicho en el transcurso de esta disputa en la que se escribieron centenares de historias valerosas. Una de ellas se plasma en la carta que el subteniente Carlos Zabalaga le envió a su padre en 1933, que es transcrita a continuación:
Cercanías de Arce, 4 de septiembre de 1933
Señor Carlos Zabalaga (Cochabamba)
Mi querido Daddicito:
Mi crónica postal es breve esta vez, pues poco tiempo tengo para ello. Solamente quiero referirte una acción bastante huraña para nosotros, que por la aspereza aparente que tiene y la dulcedumbre de su realidad, te hago la oferta de una piña. Así, áspera en su cáscara, agradabilísima en su carne.
Los días 30 y 31 de agosto, fueron para nosotros de bregar ardiente. Los pilas nos hicieron un ataque violento y envolvente en este sector y cuando los pilas gritan rodeo, hay para nosotros un estremecimiento eléctrico. Son gallos y muy gallos para el bosque y hacer un anillo atravesando bejucales, mote de maraña, es como jugar a la rueda en pampa abierta. Pero ya estamos entrados en los secretos del monte, ya sabemos cómo hay que andar por estos bosques. Los oficiales trabajamos fuerte aquellos días. Cuando los paraguayos nos cercaron, nosotros habíamos cerrado nuestra defensa en círculo. A mí me correspondió por orden del comandante de regimiento, mayor Arauz, comandar el ala y la retaguardia derecha, en un sector de cuatro kilómetros con pocos centenares de hombres.
Como te digo antes, la nerviosidad de todos nosotros al vernos ya cercados, fue la característica de los primeros momentos; yo no tanto porque he estado en iguales aventuras en el sitio de Boquerón, en Ramírez y otras, pudiendo conceptuarme como veterano del Chaco. Con decirte que este cerco en que nos metieron los pilas fue como el de Boquerón, ya puedes imaginarte las peripecias que pasamos. Pero todo se compensa: la resignación de morir o caer prisioneros, fue a la par que el valor indomable en todos. El número de paraguayos nos rebalsaba, ellos eran tres regimientos y nosotros apenas los del 27 de Infantería.
El ataque pila fue violento. No tienes idea daddicito de la emoción que embarga cuando se ve caer tanto pila. Si no los odiamos, porque a odiarlos no nos hubiéramos de verlos como caían segados por nuestras balas, como la hoz siega al alfalfar. Mi sector fue el más atacado, los que se nos venían encima parecían ebrios, como que es esta la forma en que el comando paraguayo lanza a sus huestes indisciplinadas, les dan mucho alcohol siguen las prácticas antiguas de la guerra: Alcohol y pólvora. Como la munición se nos acababa teníamos que apuntar bien, con tiempo y buen ojo, de ahí que cada balazo nuestro o era un grito o un cuerpo que veíamos caer desplomado.
El día 31 continuábamos sitiados y tuvimos que planear la ruptura del cerco; también me correspondió la suerte de llevar a la práctica esta aventura. La hazaña entrañaba grandes peligros y para rifarla cara quemé antes muchas cositas que ahora me son necesarias. Además el agua nos escaseaba y esto era lo que más nos preocupaba. Lo que nos favoreció fue la decisión de la tropa. Qué estoicismo el de mis indios, una maravilla. Mis soldados venían con la sonrisa en los labios a decirme: Me teñente, pilas hey matadu artus.
En tanto, los pilas ya cerca a nosotros, nos gritaban: Ríndanse bolivianitos. Mañana será tarde, los mataremos a todos. Las respuestas fueron como ya puedes imaginarte: insultos y balas. Por fin al atardecer dimos un ataque formidable, auxiliados con las tropas de retaguardia que llegaban aun a tiempo. Los tomamos entre dos fuegos; pero al anochecer los muy vivos escaparon dejándonos sus muertos y numerosos heridos que los hicimos prisioneros.
Cuando el campo quedó despejado, quiero decir, el monte, los de retaguardia y nosotros nos unimos en un abrazo de alegría y de mutua felicitación. Estábamos salvados.
Una confesión íntima daddicito: Al haber actuado yo al comando de un sector tan extenso, me he sentido otro militar, ya casi un viejo. ¿Te figuras la responsabilidad enorme que se me encomendó? Y créeme que lo hice bien, las medidas que había tomado fueron buenas y oportunas, me ayudó mucho la serenidad con la que procedía en cada voz de mando.
El día 1ro. de septiembre, comíamos a gusto, tomábamos caña paraguaya (aguardiente aguado) y para festejar mejor el triunfo me llegaron con una oportunidad insuperable dos encomiendas enviadas por Uds. con cigarrillos y dulces. Si en estos días no damos a estos pobres pilas, una paliza final, acabará ya pronto la campaña. Nuestra situación es ventajosísima. Como verás, mi estado de ánimo es inmejorable, más contento no puedo estar, ya que he recibido la felicitación de mis jefes por mi comportamiento en la acción que te he referido. Reciban muchos besos y el cariño de su Charles que se alegra de darles estas buenas noticias.
Este relato fue incluido en el diario El Imparcial de Cochabamba, el 5 de octubre de 1933. Y al hablar de hazañas, una épica aconteció en Boquerón. Brockmann indica que este fortín fue retomado por unos 14.000 paraguayos. Poco más de 400 bolivianos soportaron la arremetida del 9 al 29 de septiembre de 1932. La derrota bajó los ánimos de los combatientes de Bolivia y provocó una estampida para dejar el Chaco. El heroico Germán Busch escribió que todos, incluso él, huían como ganado.
Así, solo quedaron los fuertes Saavedra y Muñoz en manos bolivianas. Los coroneles Peñaranda y Bernardino Bilbao Rioja detuvieron la estampida de soldados, les hicieron cantar el Himno Nacional y los organizaron en Kilómetro Siete, donde se libró una batalla que se saldó con una victoria que permitió la reorganización y la avanzada bolivianas hasta inicios de 1933. Luego, el general alemán Hans Kundt volvió al país y tomó el mando, con buenos resultados al comienzo.
Pero las pugnas internas desembocaron en el ocaso. Por ello, Kundt fue relevado y el 27 de noviembre de 1934, la cúpula militar dio un golpe de Estado al presidente Salamanca, tras convocarlo a Villa Montes (Tarija). “Es el único corralito que les salió bien”, les criticó el Mandatario. Y en medio de derrotas, mientras más terreno copaban los paraguayos, se fueron alejando de sus centros urbanos y no pudieron equipar y alimentar con efectivos a sus escuadras. Ello benefició a Bolivia, que recuperó terreno.
Uno de los símbolos de la guerra fue el piloto Rafael Pabón, quien se convirtió en una pesadilla aérea para los uniformados enemigos. Falleció en su ley, en un combate en los aires, el 12 de agosto de 1934. Dos meses antes de esta fatalidad, el irupaneño mandó a La Paz una corta misiva a su primo (se pueden leer otras cartas transcritas en ésta y la siguiente páginas, pertenecientes a otros soldados), la cual es presentada a continuación:
Fecha Cañada Strongest, Junio 28 de 1934
A SU PRIMO
Nombre Eduardo Pabón
Dirección La Paz –Jaén No.
Querido ñato: Recibí tu tarjeta y me alegro que estés bien en tu casa y familia. Yo acá tras de los pilas, para eso he venido y no hay más que hacer algo por la Patria. He prometido solemnemente bajarme otro y lo hice el 18 de Junio. Y prometí también siempre que evolucionen sobre el sector que mi Escuadrilla actúa, en eliminar u obstaculizar a cualquier pila que husmea sobre nuestro cielo, y así está por ser. Antes de ayer, 26 de junio, combatí a la vista del Cmdo. del 2º Cuerpo, Cnl. Bilbao, Rivera, Gral. Peñaranda, etc. contra 3 pilas, me llovían sus tiros, pero con mi máquina tigre Hawk los arremetí hasta agotar toda mi munición, en eso vino Chacón y lo mismo. Es muy difícil combatir uno contra 3. Tu primo con muchos recuerdos y saludos a tu Sra.
RAFAEL PABON
P.D. Mándame revistas a My. R. Pabón. Cmdte. Escuadrilla Strongest. Cañada Strongest. Recibí muy pocos folletos.
Luis Bustillo Esprella no tuvo fiesta de 15 años, pasó esa edad en medio del Chaco, con el paludismo latigueando lentamente su salud. Fue en 1934, cuando cursaba el segundo de secundaria, que se sumó a los futuros bachilleres del colegio Bolívar que decidieron ser parte de la contienda bélica. Su hermano Carlos fue su inspiración. Todo un héroe que cayó prisionero, fue herido en la célebre batalla de Kilómetro Siete y se encontraba en el hospital militar de La Paz para ser atendido.
Aprendió a utilizar la ametralladora en Guaqui, a orillas del lago Titicaca. Rememora que los jóvenes eran “matoneados” por los instructores y que ingresó a territorio chaqueño tras pasar por Oruro y Tarija. Su capacitación estuvo dirigida a luchar en zonas selváticas, donde la naturaleza no tiene piedad con el organismo. Y la primera alerta que recibió de sus superiores le provocó escalofríos. “No vas a ir por esta senda, te van a pescar y no te van a meter bala, te van a meter cuchillo”.
Su destacamento se ubicó cerca del fortín Ballivián. Ninguno de sus compañeros resultó herido hasta que acabó la guerra. Todos volvieron a casa. En medio de los enfrentamientos, se encontró con su hermano, quien se sumó al Regimiento Santa Cruz tras superar su convalecencia. “Sufríamos buscando en la selva algo para comer, frutos para la sed. Venían los carros aguateros con turriles, pero no había agua para bañarnos y permanecimos sucios todo el tiempo”.
Cuando se enteró de que se había firmado un acuerdo de paz con Paraguay, y dejó de escuchar el fuego cruzado, solicitó que lo lleven de vuelta a su natal La Paz, para reencontrarse con sus familiares. “Mañana sale una columna y te acoplas”, le avisaron. No tenía ropa para cambiarse y emprendió la travesía con sus harapos. Y al ver la primera laguna en Entre Ríos, no lo pensó dos veces para bajar del vehículo, desvestirse ante todos y darse un chapuzón.
VILLA MONTES. Los historiadores entrevistados remarcan que Boquerón y Kilómetro Siete, sin duda, son nombres de batallas históricas, pero hubo otras (leer recuadros de las páginas 5 y 6). La de Nanawa tuvo dos asaltos entre enero y julio de 1933. En ésta, los bolivianos al mando del general Kundt pusieron toda la carne al asador para recuperar ese fortín; igual retrocedieron y padecieron más de 2.000 fallecimientos, frente a 200 del enemigo, y supuso una caída en la moral de las tropas.
Ese mismo año se presentó el enfrentamiento en Alihuatá, con otros dos episodios que permitieron victorias para ambos bandos. En la batalla de Campo Vía, el país sufrió su peor desastre militar, con al menos 7.500 prisioneros, dos tercios de sus fuerzas estratégicas, por lo cual Paraguay creyó que ganó la contienda y puso sobre la mesa una propuesta de armisticio, la cual fue aceptada por Bolivia el 19 de diciembre para ganar tiempo y reconstruir el Ejército; quedó en nada a los 20 días.
En 1934 se dio la batalla de Cañada Strongest, cuando los combatientes bolivianos cercaron una unidad paraguaya y tomaron prisioneros a 67 oficiales y 1.389 soldados. Otra pulseta trascendental fue la de El Carmen, donde 5.000 bolivianos fueron aprehendidos tras 2.500 bajas. Y en noviembre de ese año se produjo el “corralito” y derrocamiento del presidente Salamanca en Villa Montes, después de que éste destituyó al coronel Peñaranda y lo reemplazó por su colega Julio Lanza.
Además, la localidad tarijeña fue el escenario de un enfrentamiento clave en 1935. Los paraguayos ya habían penetrado hasta Charagua, pueblo cercano a Santa Cruz, y las malas noticias se profundizaban para Bolivia. Fue así que en Villa Montes los bolivianos, en un terreno más familiar que la selva plana, hicieron retroceder a sus enemigos, que sufrieron la lejanía de sus centros de abastecimiento de recursos humanos y de armamento. Ello evitó que Bolivia pierda la contienda.
RESISTENCIA. Carlos Rodríguez Cortez participó en esta gesta. Este potosino, de la tierra de Tupiza, se enroló en el Ejército cuando tenía 17 años y fue seguido por su hermano, quien se dedicó al transporte de víveres y de armas para los combatientes. Después de sumarse al llamado de las Fuerzas Armadas y pasar su adiestramiento, formó parte de la toma del fortín Boquerón y de la batalla de Cañada Strongest. Sin embargo, si hay algo que le provoca que infle el pecho, es haber sido protagonista de la defensa en Villa Montes.
“Si tomaban esa zona, los paraguayos se iban a hacer dueños del petróleo y seguro que ahí se acababa la guerra. No podíamos dejar que tomen lo nuestro y defendimos el territorio con todas nuestras fuerzas, en su mayoría éramos jóvenes, a pesar de que la gente estaba agotada por semejante clima, hambre y miseria imperante en el Chaco. Logramos cercarlos, usamos maderas para hacer púas y las colocamos en fosas; pobres los pilas que entraban, pues las púas salían por sus cabezas. Así alistamos la protección de esa región”.
El plan no solo contuvo a los contendientes, sino que les hizo desandar sus pasos. “Ahí fue la derrota para ellos. Gracias a esa defensa Bolivia tiene hoy el dinero que recibe de los pozos petroleros del área. El valor de los soldados bolivianos es que defendieron su Patria, algunos sin zapatos igual seguíamos correteando. Esa guerra fue de civismo, el único interés era que Paraguay no se lleve lo nuestro”. El hombre que hoy tiene 100 años recuerda que en Villa Montes tomaron al menos 5.000 presos.
Eso sí, pereció la mitad de su regimiento de 1.200 uniformados en las pulsetas armadas. Comenta que cuando participa en los desfiles militares, se lamenta que hace más de 80 años no contaron con el equipo nuevo que ahora lucen los uniformados. “Todo era viejo, no teníamos ayuda, si no, hubiéramos sido dueños del Paraguay”. Cuando se fue del frente de batalla, estaba enfermo y pasó una odisea para llegar a Tupiza. En la estación de trenes divisó a un niño jugando: era su hermano. No se reconocieron, pero éste le llevó donde su madre y sus tíos, quienes lloraron al verlo.
¿Y cuáles fueron los saldos del conflicto? El exvicecanciller Gumucio sostiene que desde el plano internacional, Bolivia cedió bastante territorio (casi 120.000 kilómetros cuadrados, según Brockmann), y desde el nacional, implicó la movilización de sectores importantes de la sociedad boliviana, nacionalistas, que luego crearon las bases para la revolución nacional encabezada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), con el clímax que arribó el 9 de abril de 1952.
SOBREVIVIENTES. Otro fenómeno posguerra fue la “toma del poder” por parte de “héroes” de la contienda. Gumucio nombra tres frentes: el “tradicionalista” que tuvo a David Toro como presidente (1936-1937); el “nacionalista” con Germán Busch como mandatario (1936 y 1937-1939) y el último liderado por Bernardino Bilbao Rioja, quien destacó en la defensa de Villa Montes y en sectores políticos. Sin olvidar a otros jefes de Estado que igual lucían uniforme castrense como Carlos Quintanilla (1939-1940), Enrique Peñaranda (1949-1943) y Gualberto Villarroel (1943-1946).
Brockmann destaca una lección dejada por la lid bélica, que fue subrayada por el desaparecido historiador Roberto Querejazu: la enseñanza fue que la disputa significó la primera vez que mestizos, indios y blancos vistieran el mismo traje (militar) y entendieran que habitaban un mismo país. “Fue la primera vez que realmente nos encontramos, tuvimos conciencia de ser ciudadanos de una misma Patria”. Y hace hincapié en que la Guerra del Chaco fue un conflicto “sin odio”.
Una muestra de ello es que apenas cesó el fuego en los campos donde reinó el enfrentamiento, los combatientes de ambos bandos dejaron sus trincheras para fundirse en abrazos. “Hubo una verdadera hermandad en ese acto”, afirma Gumucio. Brockmann postula que esto se traduce actualmente en que Paraguay es la única nación con la cual las fronteras están reglamentadas, desde el primero hasta el último centímetro del Chaco. Lo que no pasó con Chile, por ejemplo, después de la Guerra del Pacífico de 1879.
La Confederación de Excombatientes de la Guerra del Chaco informa que hoy sobreviven 95 beneméritos en el territorio nacional, cuando hasta febrero de este año llegaban a 106, según el Servicio Nacional del Sistema de Reparto (Senasir). La mayoría se concentra en La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. Hay algunos en Tarija, Potosí y Oruro. Mientras Beni, Sucre y Pando no los tienen. Entre los años 50 y 60 del siglo pasado eran al menos 50.000. Y al mes fallecen entre dos y tres.
El 12 de junio de 1935, en Buenos Aires, Bolivia y Paraguay decidieron poner punto final a la contienda. Rubricaron el Protocolo de Paz, que fue ratificado el 21 de enero de 1936 en el Acta Protocolizada y el Tratado de Paz, Amistad y Límites del 21 de julio de 1938. Este último documento (leer la transcripción de la siguiente página) determina en su primer artículo que “Queda restablecida la paz entre las Repúblicas de Paraguay y Bolivia”. Fue el punto final de una página negra de la historia.
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