sábado, 13 de diciembre de 2014

Un viaje Julio Ramón Ribeyro, el hombre (in)visible

Alguna vez tuve los Cuentos completos de Julio Ramón Ribeyro, en la edición de Alfaguara, y alguien me la pidió prestada y se quedó con ella. Me duele descubrir que esa edición agotada cuesta de cuatrocientos a setecientos dólares hoy, pero está bien que alguien haya querido tanto ese libro como para decidir no regresármelo.

Es, pienso, uno más de los tantos indicios de la popularidad y la influencia de Ribeyro. Un hombre flaco (Ediciones UDP), el perfil revelador y entrañable del escritor peruano (1929-1994) que acaba de publicar Daniel Titinger, con edición de Leila Guerriero, te hace pensar en gestos desprendidos de ese tipo.

Hay que seguir el ejemplo de un ser que parecía flotar por el mundo –un “fantasma”-, alguien lo más alejado posible de vanidades y ataduras.

Para construir su libro Titinger se convierte en personaje. Asistimos a sus encuentros con gente cercana a Ribeyro como los escritores Guillermo Niño de Guzmán y Alfredo Bryce Echenique, con amigos de sus años parisinos y del tiempo de su regreso final a Lima y con familiares, entre los que destaca Alida de Ribeyro, candidata desde ahora a ingresar al selecto club de viudas literarias, “una mujer dispuesta a cortarle la yugular a quien pretendiera tocar el legado de su marido”.

Titinger ensaya una defensa de Alida: gracias a sus cuidados, su trabajo como marchand d’art y sus gestiones, Ribeyro se salvó de su “primera muerte” en 1973 (dos operaciones que le dejaron medio estómago y de las que salió con un pronóstico de seis meses de vida) y tuvo luego la tranquilidad económica necesaria para escribir su obra.

Sin embargo, los testimonios que acumula el libro son irrefutables: Alida es vista por el entorno de Ribeyro como desdeñosa y preocupada por comodidades; no es, digamos, un personaje ribeyriano.

Titinger es hábil para encontrar las anécdotas que ratifican lo que sabíamos de Ribeyro: era tan despistado que un día fue a un parque parisino con su hijo y volvió a casa olvidándose del niño; estaba tan avergonzado de su cuerpo flaquísimo y tasajeado por las operaciones que en Lima iba a la playa a la hora del crepúsculo; llegó a ser tan pobre en París que a veces no escribía su diario porque no tenía para comprarse un lapicero; era tímido y solitario, y quienes lo conocían por primera vez decían que “daba la mano sin fuerza, y luego parecía querer huir, desaparecer, esconderse”.

Crudeza poética
Lo más revelador de Un hombre flaco, sin embargo, está en las anécdotas de los últimos años de Ribeyro, desde su regreso a Lima en 1992, que van a contrapelo de lo que sabemos de él (seguía casado, pero Alida se quedó viviendo en París). A ese Ribeyro le gustaba ir al karaoke y una vez ganó dos mil dólares en un casino; otra, en un almuerzo en Madrid, se desvistió delante de todos y se metió a la piscina en calzoncillos.

En 1993 conoció a Anita Chávez, una “jovencita muy delgada y alta, de pelo negro y ojos encendidos”, y se enamoró perdidamente de ella. Espoleado por la cercanía de la muerte, el hombre triste pudo al fin ser feliz.

Un hombre flaco traza magistralmente la vida de Ribeyro, desde los cinco años, cuando se descubre precoz escritor, hasta su viaje de estudios a Paris, siguiendo por los elogios a sus libros de “escritor sin boom” en los años sesenta y su consagración peruana a principios de los setenta y continental en 1994, al recibir el premio Juan Rulfo.

En una de sus últimas presentaciones en Lima, hubo como 200 personas que se quedaron fuera y comenzaron a gritar “Juan Ramón es del pueblo y no de la burguesía”; Ribeyro salió al balcón a saludarlos, conmovido. Por lo visto, el hombre que “hubiera preferido ser invisible” no tendría ese destino ni entonces ni ahora

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