domingo, 21 de diciembre de 2014

Mesa la tentación de la novela




En su despacho privado, particularmente sobrio, Carlos Mesa tiene, en un mueble bajo, dos fotografías. En una, está dando la mano formalmente a Víctor Paz Estenssoro. Corre, seguramente, 1985. Se lo ve como era, un joven periodista que nunca ocultó su admiración por el viejo político. En la otra —ha pasado mucho tiempo— está ejerciendo ya su breve presidencia (2003-2005). Bajo los tenues árboles de un jardín chapaco, está charlando con José Antonio Galindo, su amigo y más estrecho colaborador en el gobierno. Están formalmente vestidos —esperan la llegada del presidente argentino Kirchner—, pero por un momento, sueltos, con las manos en los bolsillos, se permiten un instante de intimidad. Y de soledad. La intimidad y la soledad del poder, se diría, de alguien que tuvo que ejercerlo quizás sin nunca tenerlo realmente.

Ahora Mesa, en una novela, reflexiona, precisamente, sobre el poder. Y sobre el amor. El poder y el amor encarnados en dos figuras emblemáticas de la conquista española de América: Hernán Cortés y la Malinche, o Marina, la indígena que le ayudó a derrotar a los aztecas. Siempre quiso escribir una novela, dice. Y ahora ha saldado esa cuenta pendiente. La novela se llama Soliloquio del Conquistador y en torno a ella gira este diálogo.

— La historia, el cine, la literatura han sido siempre sus preocupaciones y ocupaciones. Pero ésta última sobre todo como lector y estudioso. Ahora, finalmente, ha cedido a la tentación de la novela...

— En la década de los años 70 yo estudié literatura. Cuando empecé a estudiar pensé que lo primero que iba a escribir en mi vida era una novela. He tardado 40 años en que se haga realidad. ¿Por qué? Porque no me sentía preparado. La construcción de la ficción es un tema complejo. Por eso, en esta primera novela —espero que no sea la última— uso la muleta de la historia. El hecho histórico ayuda muchísimo, porque los personajes tienen ya su propia personalidad y no tienes que inventarlos, aunque, naturalmente, en algún grado los recreas. La novela tiene un elemento vinculado al hecho histórico de la Conquista y a la reflexión sobre el poder, sobre el amor y la pasión erótica, que es parte central de la relación entre Hernán Cortés y Marina. La visión subjetiva en primera persona de Cortés tiene que ver conmigo, con lo que pienso de la historia, del poder y del amor. Definitivamente, era una cuenta pendiente conmigo mismo.

— ¿Por qué para esta su primera experiencia novelística escogió el tema de la Conquista?

— Porque es parte fundamental de mi reflexión sobre el proceso histórico de América Latina, de las naciones que tienen una población indígena significativa y de la idea, cada vez más firme en mí, de que es imprescindible la comprensión de la Conquista y la Colonia para entendernos. No podemos entendernos —ni desde lo indígena, ni desde lo criollo ni desde lo mestizo— si no asumimos lo que significó ese proceso de destrucción y de construcción. Sigo pensando —como pensaban Carlos Fuentes y Octavio Paz— que es imprescindible hacer cuentas con la historia y colocar a sus personajes en el lugar que les corresponde. Y destruir la lógica de una historia hecha de héroes y villanos, de buenos y malos, de paraísos e infiernos, porque creo que esa lógica distorsiona la mirada objetiva de lo que somos.

— Desde el título y la portada en la novela se imponen las figuras de la conquista de México: Cortés y Marina. ¿No pensó en los conquistadores de esta parte de América?

— Me enamoré de esos personajes a través de una obra menor de Carlos Fuentes, que me parece extraordinaria, la obra de teatro Todos los gatos son pardos, que se publicó en 1970 y se reeditó, con algunas modificaciones, en 1992 con el título de Ceremonias del alba. A partir de ese momento, Cortés y Marina me parecieron unos personajes de gran fuerza. Cortés tiene mucha más densidad que Pizarro, por eso lo escogí. No hay comparación, Cortés es un personaje muchísimo más sofisticado intelectualmente y emocionalmente, y su relación con Marina es fascinante. Aunque hay que decir que Pizarro es protagonista de un episodio inconcebible en la historia, que 168 personas en dos horas tomen a Atahuallpa y derroten a un ejército gigantesco. Pero, definitivamente, como militar, político y diplomático, Cortés es, en el sentido estricto de la palabra, mucho más maquiavélico.

— ¿Es una reivindicación del conquistador Cortés?

— Cortés es el protagonista solo de una parte de la novela. La novela tiene varios protagonistas. Más de un tercio de la novela, por ejemplo, tiene como protagonistas a Francisco, Hernando y Gonzalo Pizarro, y a Diego de Almagro; la novela no podía escapar a la conquista de lo que hoy es Perú y Bolivia. No hay un solo personaje que no sea histórico, aunque por supuesto están construidos novelísticamente. Y en el epílogo introduzco a un personaje contemporáneo, un alteño que tuvo muchísima popularidad como cantante de rap y que murió muy joven: Abraham Bohórquez. Murió cuando yo comencé a escribir la novela y me pareció que no había mejor ejemplo de lo que yo quería transmitir: una interpelación de un alteño como él, con la lógica del rap, con su pasado de boliviano inmigrante. Es el nieto mestizo que interpela a Cortés y a Marina.

— La escritura histórica y la escritura literaria son relatos. ¿Qué le ha permitido la literatura que no le permitía la historia?

— Sobre todo las licencias que tiene el relato literario. La novela comienza con Cortés en la playa de Tehuantepec. ¿Por qué? Busqué qué estaba haciendo el 16 de noviembre de 1532, el día de la caída de Atahuallpa. Estamos hablando de varios años después de la conquista de México. Cortés estaba construyendo las naves que permitieron el descubrimiento de California. Ese día, Cortés está solo. Ya se ha vuelto a casar, Marina ha muerto.

Entonces la convoca, entra al mar y ella aparece como un espectro. La llama y le dice que quiere reflexionar con ella sobre lo que hicieron. Pero, además, que juntos sean testigos de uno de los episodios más increíbles que se ha vivido en América. A partir de ese momento, es un Cortés omnipresente. Es un Cortés que se va con Marina al lago Titicaca o que se sientan en una colina de Cajamarca para ver la caída de Atahuallpa. Es un personaje que conoce el pasado y el presente, pero también el futuro. Al final le contará a Marina qué pasó con sus huesos, un poco como en Santa Evita de Tomás Eloy Martínez. Hay un capítulo entero dedicado a la increíble peripecia de los huesos de Cortés y al mediocre final que han tenido en una pequeñísima capilla a pocas cuadras del Zócalo de la capital de México. Solo hay una lápida que dice su nombre, el año de su nacimiento y el de su muerte. En México, la imagen de Cortés es execrada, como lo es la de Pizarro en Bolivia.

— Marina o la Malinche, la indígena que ayudó a Cortés a conquistar México es, entonces, una figura central en la novela...

— La novela es una reivindicación de Marina. Hay una diferencia muy grande entre Marina y Felipillo, el traidor de los incas. Felipillo es un mediocre, es un traidor en el estricto sentido de la palabra, un traidor que aprovecha su poder para acostarse con la mujer de Atahuallpa delante suyo. Es un acto de venganza terrible, muy bajo. Hay una cosa que explica magníficamente a Marina. No existe ni un solo códice mexicano de la Conquista que muestre a Hernán Cortés solo. Siempre están ella y él. ¿Por qué? Por una razón básica: Cortés no aprende la lengua, no sabe nahualt ni maya. Necesita a Marina. ¿Cómo lo llaman a Cortés los tlaxcaltecas, los mexicas y otros pueblos? Lo llaman Capitán Malinche, no Capitán Cortés. Quiere decir, capitán de doña Marina. De ella, porque ella es la voz, porque ella es la que les transmite lo que Cortés quiere decir y lo modifica y lo suaviza. Ella era la lengua. Además está el hecho de que es ella la que inventa la historia de que Cortés es el dios Quetzalcoatl, al que esperaban los aztecas.

— Sin embargo, la figura histórica ha dado lugar al símbolo: la Malinche es la traidora y el malinchismo es, en México, sinónimo de traición.

— Se puede demostrar de la manera más palmaria que Marina había sido víctima de los aztecas, asesinaron a su padre que era un cacique local, su madre la entregó a los comerciantes aztecas como esclava y éstos la regalaron a un tabasqueño que fue el que, a su vez, la regalo a Cortés. ¿Qué obligación de lealtad tenía Marina con los aztecas? Ninguna. Pero el segundo elemento importante es que, independientemente de lo que se demuestre, el concepto de malinchismo es un elemento de análisis emocional de la sociedad mexicana que no cambiará. El malinchismo trasciende al personaje de Marina. Y, en efecto, genera la mirada de la traición. En Bolivia hay más de un personaje político que está terriblemente golpeado por eso. Que un q’ara ayude a otro q’ara es normal, pero que un indígena ayude a un q’ara es imperdonable. Podemos discutirlo, es injusto, no refleja la verdad, pero es así.

— Hay una continuidad en su reflexión sobre la Conquista y la Colonia y el mestizaje. Ya planteó el tema en La sirena y el charango que recoge además sus artículos de polémica sobre la nueva Constitución. Parecería que, por lo menos desde Carlos Montenegro y Augusto Céspedes, el mestizaje es un tema que nos sigue ocupando...

—Yo diría que Soliloquio del Conquistador es la versión novelada de La sirena y el charango. Pero aquí hay una diferencia, y yo he polemizado con el Vicepresidente sobre eso. Hay una incomprensión de quienes han resuelto históricamente el tema a partir de la Constitución del 2009. Yo no defiendo la lógica del mestizaje de Montenegro y Céspedes. Ellos construyeron una reflexión que el MNR hizo realidad a partir del proyecto histórico del 52. Pero sería un anacronismo suponer que la lectura de lo mestizo pueda hacerse desde esos parámetros. Es obvio que no. El gobierno del presidente Morales, la Constitución y la realidad de la movilidad social, que está en plena efervescencia, están resolviendo el conflicto en un sentido, en una dirección. En ese marco, el problema central no es la discriminación, el racismo, la estamentación —todavía los hay, pero los estamos resolviendo.

Vamos a dejar de lado también la discusión sobre las naciones. Todavía sigo en conflicto con ello, pero hoy día reconozco ya sin reticencias que, más allá del nombre, la construcción conceptual de la Constitución fue un acierto. Lo que tenemos que discutir ahora es la mirada de nuestro pasado de manera integral. Lo que todavía no se ha resuelto es suponer que los valores occidentales son valores de colonización. Éste es el tema que yo discuto. No puedes decir que Aristóteles es parte de la colonización, o el Derecho Romano, o la construcción institucional jurídico-política de la Colonia, o la construcción de las ciudades o que la novela es colonización. Mi debate no está referido a los temas que estaban pendientes cuando Montenegro y Céspedes construyeron su concepto de mestizaje. Hay cosas que ya están resueltas. Pero el elemento de lo colonial todavía me produce algún rechazo.

— Volvamos a la novela. Su etapa formativa en literatura coincide con el llamado boom de la narrativa latinoamericana. Hoy parecería ser solo un referente histórico...

— La narrativa latinoamericana actual ha roto con el boom. El boom generó dos premisas. La premisa del realismo mágico y la de la literatura comprometida. Y adicionalmente la premisa faulkneriana de la modernidad narrativa. Esos elementos fueron tan fuertes que marcaron una suerte de losa en la espalda de los nuevos narradores. Había que romper lanzas con el boom, en el mejor de los sentidos. Hoy es un referente incuestionable, pero los nuevos narradores no están anclados en esa sombra, ya han pasado demasiados años. Actualmente, en los temas y las formas narrativas hay posibilidades muy amplias, se han roto los esquematismos ideológicos, narrativos y temáticos, así como se ha roto la idea de que hay una sola América posible, como la de Cien años de soledad o la de Carpentier y todas sus secuelas. Yo, por cierto, si tuviera que escoger hoy un escritor, no sería uno del boom, sería Borges, porque Borges es lo más grande que hubo después de Cervantes, si no más. Pero eso implica madurez. Me costó mucho leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, me gustó más 2666. Ahí entendí que las formas son múltiples. Te demuestra que no hay rigideces temáticas y que puedes escribir desde el estómago o desde la erudición, desde las temáticas diversas y desde los lugares diversos. Y que no hay un ancla que se llama América Latina. Existe la posibilidad de universalizarte.

— Hablando de narrativa boliviana, en una conferencia usted sostuvo que el gran cambio es que lo que antes estaba en el margen ahora está en el centro...

— Jaime Saenz fue en su momento lo que en otros tiempos se llamaba un poeta maldito, por sus características de marginalidad y de ruptura con las convenciones de vida personal y de temática narrativa. ¿Qué significó Saenz? Significó la posibilidad de encontrar un camino de interpelación a esquemas que estaban asfixiando a la literatura boliviana. Esquemas vinculados al costumbrismo, a la novela social, a la novela minera, a la trilogía posreforma agraria de Jesús Lara, es decir, a la obligatoriedad de que en un país de las características de Bolivia tenías que estar comprometido con la realidad. Y esas líneas eran asfixiantes. Y vino Óscar Cerruto con Cerco de penumbras, pero se requería un personaje emblemático y simbólico de ruptura. Y Saenz fue ese personaje. El gran drama de Saenz, para mí, es precisamente que hoy está en el centro. Creo que a él no le gustaría esa cofradía de enamoramiento y de pedestal. Porque es exactamente lo contrario de lo que su literatura y su vida representan. En esa misma dirección no dejan de ser interesantes, por ejemplo, Periférica Blvd. de Adolfo Cárdenas, por un lado, y la obra de Víctor Hugo Viscarra, por el otro. Con toda franqueza, yo creo que Borracho estaba pero me acuerdo de Viscarra tiene más de condición testimonial que de creación narrativa, y sus otras obras son más de lo mismo. Yo no podría colocarlo como uno de los grandes narradores. Pero hubo un momento en que la marginalidad era una cosa de buen tono. Yo creo que vamos a reposicionar ese centro. Y no tengo dudas de que Saenz ya está en ese centro, le guste o no le guste.

— Terminemos por el principio. ¿Cómo y cuándo escribió Soliloquio del Conquistador?

— Esta novela es producto de un momento de descanso previo a las responsabilidades que ahora tengo sobre el tema del mar. En este momento no tendría condición alguna para empezar a escribir una novela. La escribí en dos fases. La empecé el 2008 y la terminé el 2009. Pero hay que decir algo: Cortés, el mestizaje y la historia es una investigación que tiene por lo menos 15 o 20 años. He debido leer, sin exagerar, entre crónicas, biografías y referencias, unos 100 libros sobre el tema. He escrito intensamente durante seis meses, tarde y noche, toda la tarde y hasta una o dos de la mañana en algunos momentos. Terminé la primera versión el 2009, y me di cuenta de que la novela tenía una carga histórica demasiado densa, el libro acababa siendo ganado por el historiador y no por el novelista. Lo dejé dormir. El 2012 releí la novela y cambié más del 40 por ciento. Fue lo más inteligente que hice, publicarla como estaba cuando la escribí por primera vez habría sido un gran error.

Soliloquio del Conquistador

Carlos Mesa - escritor

Miro de frente el mar, me llama. Es como si ese inmenso mar, que se conocerá por siempre como el Mar del Sur, pudiera hablarme. Por eso envié a Diego de Hurtado a navegar para descubrir nuevas tierras en lontananza y hasta estos desasosegados días no ha vuelto. No volverá ya, el mar se lo ha comido como se come todo. Al igual que inunda los deseos y esperanzas, del mismo modo todo lo arrebata.

Me estimula estar aquí y mirar estas aguas, construir —en mi mente y en la realidad— barcos que descubran y conquisten; me ha calmado después de tanto sufrimiento tras ser desterrado de la ciudad que conquisté. Desde mi viaje a España, donde visité a su majestad mientras me iniciaban un juicio de residencia en estas tierras que objetó casi todo lo que hice y en el que se me acusó de todo, hasta de haber matado a mi mujer Catalina Xuárez, la Marcaida, sentí la imperativa necesidad de volver a México.

Pasé dos años en España lleno de nostalgias, pero del corazón, encolerizado por el interminable y malhadado juicio mexicano en mi contra. Volví a pesar de todo, a pesar de que la esposa de su Majestad, la Emperatriz, me obligó a detenerme a diez leguas de la ciudad de mis desvelos, prohibido de trasponer sus muros. Son ya cinco años que no piso la ciudad de México-Tenochtitlan. Ese tiempo es una herida que me traspasa.

Por eso me siento inquieto ahora en el mar de esta tierra mía, que antes de mí era de los que conocí como mexicas. De ellos nació ese sonoro nombre que nunca se borrará de mis oídos: México. Me acompaña, no solo esta playa y este Golfo de Tehuantepec en el que me hallo, sino todo lo que al pronunciarlo me trae.

Te extraño, Marina, en estas semanas interminables que paso dando órdenes y direcciones, mirando crecer las naos que volverán a surcar estas aguas en buscar siempre algo nuevo. Extraño no verte y no tocarte. En 1524 te tuve por última vez. Ahora, el nombre de Orizaba y el de Coatzacoalcos me son ingratos. Fue allí que te dejé.

Te llamo hoy, 16 de noviembre de 1532, vivo y fuerte como estoy, porque mi fortaleza física aún no ha menguado a pesar de mis 47 años. Quiero que compartas en tu transparencia, en tu levedad. En tu dimensión incorpórea, una nueva aventura de la que no seremos autores, sino testigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario