La editorial La Mariposa Mundial presentará Nonato
Lyra, una obra desconocida del escritor y pintor paceño Arturo Borda
(1883-1953). Fue escrita, probablemente, en los años 40, de puño y letra
en un cuaderno.
“Se trata de un manuscrito que
relata el hallazgo de otro manuscrito, un recurso muy propio de Arturo
Borda”, dice Rodolfo Ortiz, director de la revista La Mariposa Mundial,
quien transcribió, anotó y editó Nonato Lyra.
El
libro —impreso en Pittsburgh, Estados Unidos, donde actualmente Ortiz
cursa un doctorado en letras— será presentado mañana a las 19.00 en Casa
Kurmi (calle Murillo 728, entre Graneros y Santa Cruz).
Arturo Borda es conocido por El Loco, un extenso libro en tres
volúmenes publicado en 1966 en el que, bajo una lógica narrativa,
conviven varios géneros como la poesía y el ensayo.
Nonato Lyra —la obra toma el nombre de su personaje—, según Ortiz, tiene mucha cercanía con la temática y forma de El Loco.
Borda escribió El Loco aproximadamente entre 1912 y 1925. Ese
manuscrito se extravió. El escritor y pintor reescribió el libro en los
años 40 en nueve cuadernos. Una vez que se publicó —Borda ya llevaba 13
años de muerto— los nueve cuadernos desaparecieron.
El autor —cuenta Ortiz— en algunas de sus cartas habla de la existencia
de un décimo cuaderno. Por la época de su escritura y por su cercanía
temática, se puede especular que Nonato Lyra es ese famoso décimo tomo.
Ortiz realizó un minucioso trabajo filológico al transcribir y fijar el
manuscrito que contiene tachaduras, enmiendas y repeticiones. En las
páginas pares figura la transcripción literal y en las impares, el texto
fijado.
El manuscrito se halla en el archivo de
Ronald Roa Balderrama, autor de Arturo Borda. Historia desconocida de un
artista boliviano, fallecido en 2010, el mismo año de la edición de su
libro.
“Arturo Borda tenía mucho que decir —escribe
en la presentación del texto Dioselinda Velasco, viuda de Roa y
directora del centro cultural que lleva el nombre del estudioso—, el
lienzo no le era suficiente para mostrar su mundo interior, para plasmar
sus emociones, inquietudes y sobre todo su pensamiento; ¡cuánto gustaba
filosofar con sus confidentes más: el papel, el lápiz y muchas veces la
tinta!”.
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