martes, 16 de julio de 2013

La Paz en el imaginario literario y artístico

Esta es una nota hecha de retazos, imágenes, fragmentos y huellas.

Si para hablar de la literatura, el arte, el cine y la música de La Paz, para La Paz, por La Paz, no nos hacemos problemas de empezar con un par de lugares comunes -no siempre éstos tienen que ser negativos-, empecemos entonces con Saenz y el Illimani:

“El Illimani se está -es algo que no se mira. / En el Illimani, el cielo es lo que se mira; el espacio de la montaña. No la montaña. / En el cielo de la montaña, por la tarde, se acumula el crepúsculo; por la noche, se cierne la Cruz del Sur. / Ya el morador de las alturas lo sabe; no es la montaña lo que se mira. / Es la presencia de la montaña” (Imágenes paceñas).

Si no resistimos la tentación de iniciar con el emblemático nevado paceño, remitámonos, además, a uno de los Illimanis (ver foto) de Arturo Borda' ése que lo muestra al fondo, ni tan lejos ni tan cerca, espectral pero, a la vez, imponente; casi casi incorpóreo por la tonalidad azulada y traslúcida del cielo y las nubes, impresión a la que ayudan las caprichosas rocas del Valle de la Luna (¿o de las Ánimas?) que le da contexto. La presencia de la montaña.

Y para rematar, tal vez uno de los tantos textos que, a su inspiración, se hizo canción: “Nido andino no te olvido ni un momento, / Illimani majestuoso de mi amor. / Nieve altiva que escuchaste el juramento'” (Illimani, Néstor Portocarrero).

Un retazo, una faceta ineludible de Chuquiago es, precisamente, su aymaridad, su total e innegable simbiosis, hibridación' La Paz chola, la metrópoli andina; el emporio de cosmovisiones, la “cosmópoli”.

“La ciudad es el personaje principal. El título, Chuquiago, es un tributo al habitante aymara que se negó a llamarla La Paz”, sostiene Antonio Eguino, sobre esta su película.

Aunque el séptimo arte abunda en momentos, paneos, paisajes paceños -para eso se presta, como pocas, esta urbe de alucinante topografía- desde hace 35 años, cuando fue filmada Chuquiago, ninguna otra obra audiovisual logró reflejar, resumir tan cabalmente a la sede de Gobierno.

“La película es una visión-homenaje a La Paz -cuenta Eguino-. La intención al filmarla fue hacer un repaso alrededor de la geografía de la ciudad y sus habitantes en cada estrato geográfico, desde El Alto hasta la zona Sur”.

“Para esto nos valimos de cuatro personajes en busca de su ilusión y abrumados por la frustración. Isico, el niño indígena que es traído por sus padres a la ciudad para que aprenda español y algún oficio, a la usanza de antaño”.

“Johnny, hijo de madre chola y albañil, que se rebela en contra de su condición social y su deseo de buscar otro derrotero. Carlos, empleado público que vive fuera de sus posibilidades económicas y balancea su vida entre la corrupción y el escape de su viernes de soltero”.

“Patricia, hija de la burguesía involucrada en un movimiento universitario de izquierda que, en su lucha contra el poder de su familia, al final se somete y se casa dentro de su clase”, señala el cineasta.

La urbe literaria

La Paz aymara, chola, mestiza, criolla' La Paz de los barrios, los suburbios, La Paz de los conventillos, de las calles estrechas, de los pasajes empedrados y las fiestas y borracheras caseras' La Paz de René Bascopé Aspiazu.

“En un extremo, donde empezaba otro callejón, reconocí la pila que goteaba continuamente sobre la gigantesca lavandería de cemento. Su imponente presencia hizo que un aluvión de imágenes, difusas pero coherentes en una profundidad que ya había aceptado, se apoderaran de mí. Cerré los ojos y quise cumplir el rito del recuerdo exacto. Estaban todas sus puertas, las salientes de adobe con sus telarañas mimetizadas en el viento, las canaletas pluviales y las bajadas de hojalata que carcomían las paredes, el moho verde oscuro en las tejas incoloras”. (Niebla y retorno, René Bascopé Aspiazu).

Bien lo dice el escritor Jaime Nisttahuz “En La noche de los turcos (libro en el que está el relato arriba citado) Bascopé muestra casi hasta el olor de los conventillos”.

Y la exdirectora de la carrera de literatura de la UMSA Raquel Montenegro agrega: “Creo que son muchos los escritores que retratan e interpretan a esta hermosa ciudad, pero si se trata de concretar, debo nombrar a René Bascopé con su novela La tumba infecunda, en la que retrata de manera extraordinaria el conventillo paceño, como también lo hace en sus cuentos”.

“La novela paradigmática de La Paz -continúa Montenegro- es Felipe Delgado, de Jaime Saenz, y ahora tenemos la hermosa Cuando Sara Chura despierte, de Juan Pablo Piñeiro”.

Fragmento de Felipe Delgado: “Allá lejos, las montañas flotaban en el espacio, y, aún más lejos, podía vislumbrarse la ciudad: era como una isla envolviéndose en un vasto escenario de niebla ('). Peña y Lillo dijo que, al acercarse a dicho lugar, precisamente, en cualquier momento podía aparecer el Illimani –como ocurre cuando de pronto nos topamos con la puerta que se escondía en lo alto de la grada que acabamos de subir'”.

Y en cuanto al imaginario paceño, reflejado en la literatura, Montenegro acota que nadie lo rescata mejor que Adolfo Cárdenas, “no sólo por el ambiente paceño de sus textos, sino también por cómo refleja a los personajes, a su lenguaje, a sus modismos' y como es un agudo observador y oidor de un submundo paceño, nos transporta con sus cuentos y su Períferica Blvd. al ‘ser paceño’”.

Descripciones, miradas, concepciones y propuestas de La Paz, en cine y en literatura' provocaciones todas que se consolidan en imaginario más que en imágenes, pues si se trata de referencias fijas y concretas, están las artes plásticas, figurativas, pero también abstractas.

Pedro Querejazu, crítico, curador e historiador de arte se anima a mencionar algunos nombres y títulos cuando le consultamos ¿cuáles son, en su criterio, los tres o cuatro artistas plásticos que plasmaron mejor los paisajes, las temáticas paceñas?

“Mis opciones son: Arturo Borda, por numerosas obras como El yatiri, El carnaval, La cantuta del Choqueyapu, Mi escudo, etc.; María Luisa Pacheco, pintora de la luz y de las montañas de los Andes; Gastón Ugalde, por Yendo y viniendo La Paz y otras series; y Luigi Doménico Gismondi, fotógrafo de la ciudad, de su gente y de su entorno, especialmente por sus Illimanis, y los monumentos de La Paz.

Éstos son algunos retazos, imágenes, fragmentos y huellas paceñas, de la paceñidad' (y hay más en cuadros adjuntos)' Si no nos hacemos mucho problema de cerrar con otro lugar común, se me ocurre aquella épica llegada de Bolívar a la hoyada, en el imaginario de Marcelo Urioste y la voz de Luis Rico:

“La ciudad de las retamas, / con los ojos transparentes, / mira el camino de piedra / que trepa el cerro y se pierde. // El Illimani la cuida, / con el silencio de siempre, / los balcones asemejan /encajes que el roble teje, / las paredes de cal viva / blanquean el aire alegres” (Simón Bolívar).

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