domingo, 21 de diciembre de 2014

Arturo Borda (La Paz, 1883-1953)



Escritor y pintor, Arturo Borda (La Paz, 1883-1953) antes de entrar en la república de las letras entró en la de la leyenda. Su voluminosa obra El Loco se publicó cuando ya llevaba 13 años bajo tierra, pero desde entonces no ha dejado de ser leída y estudiada, hasta su consagración: figura entre las 15 novelas fundamentales y formará parte de la Biblioteca del Bicentenario.

En el archivo de Ronald Roa —quien le dedicó un extenso estudio publicado en 2010— se encontró un cuaderno de 180 páginas de puño y letra de Borda. La obra —hasta ahora desconocida— fue transcrita, anotada, editada y publicada por el poeta e investigador Rodolfo Ortiz con el título de Nonato Lyra. Ortiz, quien actualmente cursa un doctorado en letras en la universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, respondió a este cuestionario.

—¿Qué relación tiene —o se puede especular que tiene— Nonato Lyra con El Loco? ¿Es posible que sea uno de los cuadernos perdidos de esta obra?

—En 1937 se produce un encuentro memorable que prefigura una posible relación entre Nonato Lyra y El Loco. Se trata de una carta que Borda escribe a Carlos Medinaceli a raíz de la devolución de los nueve cuadernos de El Loco. En esta carta, hasta ahora inédita, Borda menciona que “fuera de esos nueve” hay “unos dos volúmenes”. En el manuscrito, a la par, hay un momento importante de vacilación textual cuando al inicio, en la página 8, el narrador anuncia en un primer proceso de escritura que las cuartillas de Nonato Lyra se publican en “nueve volúmenes”, palabras que luego de sucesivas borraduras y reescrituras se reemplazan por “ahora hoy”, es decir, un momento de vacilación que sugiere la posibilidad de que este manuscrito fue parte de los otros nueve y ya no es más parte de esos otros nueve.

Sin embargo, hilando más fino, es posible encontrar similitudes importantes en la estructura textual de ambos libros. Se podría conjeturar que Nonato Lyra es una suerte de condensado encapsular del proyecto estético esbozado por Borda en El Loco, salvando por supuesto las particularidades que cada texto despliega en tramas y lenguajes.

— ¿Qué aporta este descubrimiento al conocimiento de la vida y la obra de Arturo Borda?

— Borda siempre refuerza la idea de no ser más que aquello que no se dice del todo. Girando siempre sobre sus talones para huir, para usar una imagen suya, fue urdiendo no objetos de arte sino ruinas, y esta vislumbre la descubrió él mismo para su posteridad, quiero decir, para lectores siempre futuros que, a la manera de Benjamín, comenzarían a cepillar esas ruinas a contrapelo. Esta dinámica, a la vez, aportaría a difuminar a Borda en la imagen de un archivo descentrado, en cuyo interior su obra se despliega y se constituye a partir de una lógica de ausencia y descentramiento. Esto no es poco decir, si pensamos en los quehaceres culturales de su contexto y por qué no del nuestro.

—¿Cuál es el núcleo central de este manuscrito en términos narrativos y de pensamiento?

Al final de la página 20 del manuscrito, hay una frase redoblada en dos líneas que dice: “Y así podemos pasar como una basurita que se lleva el viento”. Esta frase nos interpela. El desconcierto de un núcleo adherido a nada es lo que quizá nos toma por sorpresa y nos jalonea desde algún rincón del pensamiento. ¿Qué puede significar este fragmento desarticulado de su constelación? ¿De dónde fue tomado? ¿Desde dónde? ¿Hacia dónde? Quizás llegue a ser prácticamente imposible reconstruir el contexto interno o externo de ese pasar “como una basurita”.

El derrotero fragmentario de este manuscrito sugiere la incertidumbre de la comparación y la posibilidad fáctica de sabernos siempre a la deriva y a la vez estancados en un basural; nos devuelve hacia una constelación siempre rota de principio pero siempre anclada en una La Paz que habla desde una entraña, entiendo, todavía incierta. La frase misma que pasa ante nosotros como una “basurita que se lleva el viento” parece que llega de un injerto que nos obliga a desmontar una trama que oscila entre lugares conocidos y otras veces totalmente desconocidos. Ya en principio el texto, en términos narrativos, nos confronta con un entrevero de manuscritos del cual resulta imposible salir, como en El Loco, aunque de manera distinta, pues habrá que asumir que jamás se camina dos veces por el mismo basural. Nonato Lyra, el beodo de los “bajos fondos” de esta historia, es de sopetón un muerto presente, no así el entrañable Loco que en El Loco es un desaparecido. Ésta quizá sea una posible clave inicial de lectura, aunque no la única, que nos delimita dos posiciones, dos vueltas de tuerca, con respecto a las cuartillas que van hilando y deshilando sus misteriosas historias.

— En la Biblioteca del Bicentenario —que publicará las 200 obras más importantes de la vida boliviana— se ha incluido El Loco de Borda. Como estudioso del autor y la obra, qué consideraciones plantearía para esta nueva edición?

— Hace poco se incluyó a El Loco dentro de las 15 novelas fundamentales de Bolivia. Encuentro dos desaciertos en esta inclusión: considerar a El Loco una novela y al hacerlo reproducir un texto mutilado. Considero que a casi 50 años de la primera publicación de esta obra la idea de una nueva edición de El Loco no llegaría a ser tan descabellada. Pienso en una edición que en principio asuma la reorganización del material y la reubicación de sus secciones, sin mayor misterio que la atención minuciosa a la lógica interna que la obra misma segrega. Es comprensible que durante las urgencias institucionales, también coyunturales, en tiempos de los Mesa y de Alcira Cardona, la edición de 1966 tuvo que “abordarse” un poco a la ligera. El tiempo quizás en este caso no fue un gran aliado de los editores, aunque no hay que desmerecer al arduo trabajo, casi un ardid inhumano, de transcribir nueve o más cuadernos de Borda en unos cuantos días.

Quizás hoy el aura de esos tres volúmenes comienza a cortejar su fin. Borda hubiera deseado la conexión de sus lectores en un instante germinativo de plaza pública. No por nada el papel hallado en el bolsillo de Lyra corrobora este deseo también esbozado por El Loco cuando dice “el tesoro de mi fortuna dejo para todos”.

Considero por esto mismo que esta obra no debería pensarse como un gesto de sonambulismo hermético. Borda anheló publicar y a la vez quiso decir por separado. Un vistazo hemerográfico permite constatar que El Loco nunca se dejó de reescribir aunque se escribió de 1902 a 1925. Durante los años 20 Borda publicó decenas de fragmentos de El Loco, sueltitos como cigarritos, en serie como cajetillas. Ese medium llamado futuro editor de El Loco, y mejor si pluralizamos, no tendría que descuidar el rastreo, el cotejo, el proceso mismo de esta composición, pues se trata de versiones distintas a las que leemos desde 1966. Hay líneas y párrafos de este libro que sin duda parten aguas o bien abren sendas jamás intuidas al interior de nuestra literatura.

Lo sensorial y el sentido del “mundo” de esta escritura no escapa, o al menos no tendría que escapar, de este complejo y a la vez fascinante proceso de composición.

Nonato Lyra

Arturo Borda (1883-1953)

Un día, que sin saber qué hacer, me fui a vagar por Tembladerani, que es aymara castellanizado, significando tremedal, llegándome al último tienducho miserable, del extramuro que tiene más botellas vacías en el mostrador, unas cuantas frutas pasadas en el balay de la puerta, k’aspas, k’aukas y sarnas allullas, dos quesos y uno fragmentado al raleo; además, tomates, ajíes verdes, cebollas y locotos, pedí dos plátanos, una palta, sal, queso, pan y media botella de Coca-Cola. Y pagué. Y para beber entré al local, sentándome en el poyo con aguayo.

En la puerta flamea una banderita, debe ser fiesta.

Entretanto, hablamos con la dueña, de pollera moré y rebozo de cien hilos, acerca del solazo que hace, anunciando próxima lluvia, después de tanta sequía. En la pared hay un almanaque y dos imágenes, una de Santa Elena y otra de San Cipriano, encima de una repisa en la que arden dos velitas de sebo, en chúas.

Entonces levanté del suelo una cuartilla de entre muchas dispersas. Y leyéndola me causó extrañeza sus ocurrencias. Mientras tanto la dueña estaba tejiendo un gorro. Lluch’o colorado, a franjas blancas y negras con el signo escalonado en amarillo, debajo del cual se ve una hilandera, el llamero y su llama, debajo de lo cual los colores a franjas se repiten. Está concluyendo una oreja.

En eso levanté otra cuartilla que la leí también, haciéndome crecer de pronto mi sorpresa, por lo cual le pregunté a la señora si no le servían esos papeles, a lo que ella repuso: —No, señor.— así, distraídamente, sin levantar la vista de su quehacer, pero luego, fijándose, agregó: —No, señor. ¡Vé… lo que viene a ensuciar la tienda este Ciprianito.— Y enojándose agregó: —Disculpe Ud..— y grita: —¡Cipriano!— A lo que entrando a carrera el rapaz, responde: —¿Mamá?— y ella dice: —¡Qué vienes aquí, mocoso, a ensuciar la tienda. Trasque ahorita nomás estoy barriendo! Recoja esos papeles o te voy a azotar.— El chico, todo asustado, responde: —Yo no he sido; la Elena ha traído del cenizal para hacer balsas y gallitos.— La madre le ordena: —¡A mí qué me importa! Recoja le he dicho y vaya a botar. ¿Y si nos contagia alguna enfermedad, ahora que está grasando la viruela? —¡Yo no he sido! La Elena es. —Ligero te voy a sonar.— Entonces yo intervengo, riendo: —Señora yo los llevaré. A mí me pueden servir. Y ella me dice: —No señor, que los bote nomás. Así se traen enfermedades estos bandidos. —¡Este llocalla! ¡Vaya Ud. adentro!— Y el malandro salió corriendo, pegándose a la pared. Entonces la señora, sentándose sobre el cuero negro reanudando los puntos de su tejido, me dice: —Disculpe Ud. señor. Estos ladrones me han de matar de un colerón. Parece que se hubiesen enseñado para quitarme la vida.— Entretanto he recogido todos los manuscritos, cuando en el interior de la casa, se oye una gritería de llanto de criaturas, por lo que la dueña, levantándose, precipitadamente, entra en el patio, mientras yo salgo con el lío de papeles a medida que el alboroto y la gritería acrece. El solazo sofoca y me dirijo a Llojeta.

Hacia la izquierda, en una planicie arenosa, varios chiquillos juegan foot-ball, algunos a pata pelada con una pelota de lana retobada en escarpín. A la vera de la cancha y a la sombra de una chihuiña o quitasol grande, cuadrado, de tocuyo, una india con pollera amarilla y manta roja tiene su venta de sánwiches de sardina con cebolla, ají y tomate con lechuga. Vende también coca y tiene dos vasos de tejti, la chicha de maní.

Más allá hay unos sembradíos de habas y quinua. Hacia abajo, en la quebrada, se ve el Obraje y Calacoto, la serranía de Jampaturi y el Alto de las Ánimas, y detrás, destacándose refulgente y aislado, el Illimani tricumbre y el Mururata sobre el dombo turquí del cielo.

El día está lindo, luminoso y caluroso. A mano derecha están cerniendo arena en el riacho que se abre en abanico.

Al dar la vuelta un recodo, una pareja, ciñéndose, con los brazos por la cintura va acaso buscando un rinconcito.

Luego tumbándome a la sombra del monte, en el césped, después de leer varias cuartillas, en la aguada de una encañada de esos terrenos en formación he comido mi merienda, bebiendo después en el cuenco de mis manos el agua del manantial. Y por entre los dólmenes de arcilla árida y gris he vuelto al anochecer a mi camastro.

En los días siguientes he compaginado de la mejor manera posible las cuartillas, pero faltan muchas.

No me explico cómo pudo haber ido a dar a un basural de extramuro esta obra. No es, naturalmente, un libro de valía, pero es interesante y entretenido.

¿Cuántos trabajos de algún mérito no se perderán así; quién sabe por qué?

Éste es el dictario de un extravagante con muy pocos escrúpulos.

Yo no quiero dar ninguna opinión acerca de él, porque es preferible que el lector mismo juzgue.

De todas maneras me llama la atención la coincidencia de este hallazgo con las circunstancias a que se refieren los datos que se dan a continuación.

La noticia pasó inadvertida. La información de La Calle decía:Ayer en las inmediaciones del cementerio se ha encontrado el cadáver de un beodo conocido en los bajos fondos, cuyo nombre no se ha podido identificar. Lleva señales de estrangulación, aunque se cree que se ha intoxicado; pero por un papel hallado en su bolsillo se supone suicidio, ya que da un extraño derrotero.

Dice: — El tesoro de mi fortuna dejo para todos. Se halla en la vertiente del Kallampaya, a unos veinte pasos al norte, debajo de una planta de kantuta, está en un tacho de greda negra sin cocer. Firmo y rubrico Nonato Lyra, porque me parece poético.— El cadáver se ha conducido a la morgue para su autopsia.

Eso decía el diario de la mañana, La Calle.

Pasó mucho tiempo y haciendo referencia a esa noticia, en el diario matutino Ynca-Huara comenzó a publicarse en folletín, lo que en la editorial La Paz publicamos hoy.


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