lunes, 27 de enero de 2014

Evocación de Jaime Mendoza



Jaime Mendoza González, nació en Sucre el 25 de julio de 1874, falleció en su ciudad natal el 26 de enero de 1939. Médico y escritor; cultivó la poesía, la novela, el cuento, el ensayo; como médico, escritor y periodista, escribió una variedad de temas sobre medicina, literatura, historia, geopolítica, geografía regional, política internacional, educación, costumbres, etc.

Constreñido, por la limitación de los estudios universitarios de entonces, a optar entre la abogacía, la medicina y el sacerdocio, ingresa en la Facultad de Medicina, en Sucre.

Desde su juventud conoce el ambiente minero como médico en los centros estañíferos de Uncía y Llallagua. Prueba también la vida de la Amazonía entre soldados, barraqueros y trabajadores. Frecuentemente oficia como médico en villorrios provinciales. Viaja incansablemente por todos los caminos de la patria.

Mientras estudia medicina no deja de cultivar asiduamente la poesía (de aquel tiempo es su poema laureado en 1927 “El cabo de la vela”), la prosa (escribe sus primeras novelas: Una historia clínica, El lago enigmático), la composición musical (se conserva un álbum de canciones), el piano, el violín, la guitarra; se inicia, en fin, en el ensayo médico: El cerebro y El factor moral en las enfermedades, inéditos.

En 1901 recibe su título de médico leyendo una tesis sobre La tuberculosis en Sucre. Recién recibido de médico, sus servicios son contratados por una compañía minera en el gran emporio estañífero de Llallagua. En 1902 se incorpora a un contingente militar con destino a la guerra con el Brasil (1903-1905). Allí en el Acre, oficia de médico de soldados y de siringueros (trabajadores de la goma). Como escritor, recoge el material para su novela Páginas bárbaras.

En 1905 retorna a Llallagua. “No había olvidado las tierras y gentes entre las cuales inicié mi carrera”, cuenta, “apenas libre después de la expedición al Acre y cuando bien pude escoger otras mejores situaciones que se me ofrecían, preferí regresar modestamente a Llallagua, a seguir trabajando entre seres anónimos y desheredados”.

Con el predicamento que su condición de médico le da ante las autoridades industriales y políticas de aquellos minerales, inicia una esforzada labor de promoción social, que se prolonga por diez años, hasta su restitución a Sucre en 1915. En este lapso, interrumpido por tres viajes al extranjero hechos con fines de estudio (a Chile en 1907, y a Francia, Alemania e Inglaterra en 1911 y 1913), íntimamente compenetrado del drama espiritual y material del minero, da de sí cuanto puede para aliviarlo. En Uncía y Llallagua fundó e impulsó la fundación de los primeros hospitales y las primeras escuelas, las primeras sociedades mutuales de trabajadores, de beneficencia y de deporte.

Restablecida su residencia en Sucre, Mendoza ingresa como profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Francisco Xavier en las cátedras de Patología interna y de Pediatría (1916-1920), de Psiquiatría y Medicina legal (1924-1929). Fruto de esta labor son sus trabajos “Lecciones de patología general” (inédito), “Lecciones de medicina legal” (publicado en Archivos bolivianos de medicina, Sucre, Nº 2, 1946) y “Estudios psiquiátricos”, fragmentariamente publicados en la Revista del Instituto Médico Sucre (entre 1924 y 1938). Sus trabajos psiquiátricos lleváronle necesariamente a los dominios de la psicología misma, tema sobre el cual publicó su ensayo El trípode psíquico (1930).

Mendoza contempla, asimismo, el problema infantil no solo en su faz médica sino también en la pedagógica. Son muestra de ello sus trabajos sobre “EI scoutismo en Bolivia”, “La militarización escolar”, “El factor místico en la educación del niño”, inéditos, y principalmente, El niño boliviano, publicado desde 1928 (...). Mendoza, en fin, es seguramente el único escritor boliviano que hizo del niño un tema permanente de creación literaria, como lo muestran, aparte de numerosos cuentos y composiciones poéticas, su poema “El huérfano” (1915) y su novela Los héroes anónimos, sobre un niño que hizo la campaña del Acre contra el Brasil (1928), así como sus canciones infantiles (música y letra, inéditas).

Los problemas obreros, como otro aspecto de la cuestión social, fueron también en este periodo motivo preferente de la preocupación de Mendoza. Entre su numerosa producción bibliográfica al respecto hay que mencionar sus conferencias “Por los obreros”, estudio, inédito, de los dos ejemplares típicos del proletariado boliviano, el minero y el siringuero; “El comunismo” y “Temas sociales bolivianos”, sobre los problemas emergentes de la crisis minera de 1928 y 1929 en Bolivia.

Otro intenso capítulo en la actividad intelectual de Mendoza es el periodismo. De 1912 hasta su muerte, no cesa prácticamente de exponer sus ideas en toda la prensa boliviana. A más de fundar en Sucre los periódicos Nuevas Rutas (1916) y La República (1917), colabora activamente en La Mañana, La Capital, La Industria, La Prensa, La Tribuna, El País, El Tiempo, etc., de la misma ciudad; en El Norte, El Hombre Libre, El Diario, La Razón, La República, de La Paz; La Patria, de Oruro; El Sur, de Potosí.RECTOR. La caída del régimen de Siles en 1930 (confinado por éste), hace que Mendoza reanude su labor en dos nuevos escenarios. Promulgada la Ley de Autonomía Universitaria se le designa, a pedido de los estudiantes, Rector de la Universidad Central de Bolivia. Comienza a organizar el régimen autónomo, pero antes de coronar su obra tiene que interrumpirla. Los universitarios de Sucre proponen su candidatura como senador por el departamento de Chuquisaca en las elecciones nacionales de 1930. Contra el cohecho, la falsificación de votos y el robo de ánforas eleccionarias, su prestigio de pensador y escritor le vale, en lucha desigual, la elección. Concurre a las legislaturas de 1931 a 1936, año en que el régimen constitucional es quebrantado por un golpe militar. En el parlamento, Mendoza trata de llevar a la práctica las ideas que había expuesto como escritor en diversos problemas bolivianos especialmente el de la “reintegración territorial”, el social, el infantil, el sanitario.

En 1932 estalla la guerra con Paraguay. En pocos días Bolivia es arrasada por la ola belicista. Solo una voz vibra discordante en medio del coro guerrero: la de Mendoza. Como mentor estudiantil, como periodista, como historiador, como parlamentario, desde la iniciación de las hostilidades y en cuanta coyuntura se presenta con promesas de eficacia, Mendoza reclama una solución transaccional del conflicto. Pero el pacifismo de Mendoza no era ñoño ni derrotista. Sabía, sencillamente, que Bolivia no estaba preparada para la guerra y que, por consiguiente, ésta le traería más desastres que ventajas. Sin embargo, Mendoza, por lo demás, marchó a la guerra. Tenía a la sazón 58 años; su cuerpo era todavía ágil y todavía se mostraba erguido, pero ya estaba maltrecho por más de un accidente del trabajo como no podía menos de ser en tan grande y constante trabajador. Con todo, él era médico y entendía que, como tal, “se debía en primer lugar a la humanidad”. Mendoza fue en el Chaco director de los hospitales militares de Macharetí y Charagua.OBRAS. Entre sus obras se cuentan, en novela: En las tierras del Potosí (1911), Páginas bárbaras (1914), sobre la vida en las remotas comarcas del Noroeste de Bolivia, en el bosque amazónico, donde se explotaba la goma; Memorias de un estudiante (1918), cuyos productos fueron cedidos para la edificación de un manicomio en Sucre; Los héroes anónimos, sobre un niño que hizo la campaña del Acre contra el Brasil (1928); El lago enigmático (1936); y una recopilación de poesías, Voces de antaño (1938); en historia: La Universidad de Charcas y la idea revolucionaria, sobre la influencia del pensamiento universitario de La Plata, hoy Sucre, en la revolución emancipadora americana (1924); La creación de una nacionalidad, estudio de los antecedentes sociológicos de la emergencia de Bolivia como república independiente (1925); Ayacucho y el Alto Perú (1926); Figuras del pasado: Biografía de Gregorio Pacheco (1926); en geopolítica: El factor geográfico en la nacionalidad boliviana (1925), obra clave para la explicación de su doctrina boliviana, donde se plantean nuestros problemas nacionales e internacionales básicos: el del Pacífico y el del Atlántico. El primero había de estudiarlo concienzudamente luego en el libro El Mar del Sur (1927), y el segundo en La Ruta Atlántica (1928), complementados después de diez años por El macizo boliviano (1935), constituyen la exposición sistemática y completa de la doctrina de la “reintegración territorial” preconizada por Mendoza para Bolivia; y La tesis andinista, Bolivia-Paraguay (1933) y La tragedia del Chaco (1933) ambas obras histórico-geográficas.

(Estos textos fueron tomados de las Obras completas de Gunnar Mendoza, destacado historiador y archivista, hijo de Jaime Mendoza, publicadas por el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia. Agradecemos a Gonzalo Molina Echeverría por la iniciativa.)

La muerte del escritor

Gunnar Mendoza Loza

En 1938, vivíamos en una casa de alquiler de la calle Bolívar, entre San Alberto y Calvo, en Sucre. La tristeza invadió mi hogar al ver que la enfermedad de mi padre empeoraba día a día. Sus colegas médicos, catedráticos y alumnos de la Universidad de San Francisco Xavier le visitaban en fila en su lecho intentando curar su complicado mal. A visitarle acudieron también sus excamaradas de las guerras del Acre y del Chaco, algunas familias amigas de Uncía que ya radicaban en Sucre. Era fines de 1938. La gravedad era más deplorable y su salud se iba marchitando. Fluían de su boca recuerdos y encargos.

Recuerdos de antaño como el derrocamiento de Arce, la Guerra Federal, las minas de Llallagua en manos de chilenos, sus juergas en hoteles y chicherías de Uncía junto a obreros y comerciantes sirios, eslavos, italianos, administradores de las empresas, y sus amigos de Colquechaca y Chayanta (Arratia, Beltrán, Salinas, Barrón, etc.) que habitaban Uncía por entonces. Y sus encargos sobre sus proyectos y escritos editados e inéditos.

Mi madre, señora Matilde Loza, intentaba comunicarse con el pueblo de Chayanta, su tierra natal (provincia Bustillos-Potosí), para informar a sus familiares sobre el estado de mi padre. Pero, para su pesar, ellos habían resuelto mudarse al interior del país, como miles de familias lo habían hecho después de la Masacre de Uncía de 1923. Al igual que lo hizo mi familia.

Martha, Tula y Mina, mis hermanas, y yo consolábamos a mi madre de una y otra manera. Constantemente recordaba de las muchas veces que a mi padre le suplicaba que no andara en afanes políticos y que descansara. Pero el sedentarismo y el ocio a mi padre le fatigaban. Muchas veces padecía de males de los que nunca se había quejado, pero, esta vez, frente a la muerte su fortaleza declinaba inminente. Y junto a su lecho de muerte pasamos la Navidad y el Año Nuevo más triste de nuestra vida familiar.

Sus más íntimos compañeros, el papel y el lápiz, fueron los últimos en separarse de la piel de mi padre en su paso de la vida a la muerte. Pues así agónico aún escribía memorias y ensayos; y fue “La hipocondría” que concluyó días antes a fenecer (tema del que fue responsable como relator en representación oficial de Bolivia para las Jornadas Neuro-psiquiátricas Panamericanas de Lima). También en poesía, que seguro como médico sabía de la gravedad de su mal, escribió “La muerte”, de la que una de sus estrofas pidió que fuera su epitafio:Y tal es mi sola ambición,mi solo anhelo de gloria,de vivir no en la memoria,pero sí en el corazón.

El 26 de enero de 1939 la ciudad de Sucre y todo el país se anoticiaron de la muerte de Jaime Mendoza, el escritor. La caravana fúnebre estaba compuesta por gentes sencillas y humildes junto a la alta sociedad y clase política de la época. En el cementerio general, antes del entierro, se pronunciaron muchísimos discursos relievando las obras de Mendoza en vida. El Representante del Parlamento Nacional al finalizar su discurso, prometió con énfasis que sería el H. Congreso Nacional de Bolivia el que se encargaría de erigirle una tumba de piedra labrada como un digno Homenaje del País a uno de sus hijos más incansables en vida. Pero a la fecha esa “promesa” aún no se ha cumplido.

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