domingo, 15 de marzo de 2015

La Biblioteca del Bicentenario y los lectores



Para estar viva una biblioteca necesita gente, pidiendo libros, leyendo, revisando catálogos, tomando notas. Una biblioteca es un espacio de refugio, a veces, sobre todo para estudiantes de escasos recursos, más si se es nuevo en la ciudad, muchas cosas se pueden encontrar en ese espacio, sea conocimiento, compañía, amistad, cobijo… Pero la mayoría de los que visitan las bibliotecas municipales son los lectores de periódicos. Por lo general los libros permanecen bien archivados, pues el bibliotecario de turno tiene terror a que se le pierda algún libro y tenga que cubrirlo de su salario.

Con la publicación de los 200 libros de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) parece abrirse una oportunidad para unir esfuerzos hacia una reactivación de estos espacios. Pero ¿cuál es su objetivo, más allá de la celebración de una fecha?

En Santa Cruz existe una tentativa municipal única en el país, se trata de un apoyo a la lectura a través de la construcción de modernas bibliotecas en distritos de la ciudad. Aquí existe una Red de Bibliotecas Municipales, que van desde el centro hasta el Plan 3000. Con las cuatro instalaciones que se estima entregarán a fines de este año, la red constará con más de 15 bibliotecas en la ciudad.

Una buena observación que hace el director de esta red municipal, William Rojas, es que en el país no existe un sistema de bibliotecas escolares, de modo que en Santa Cruz una de las respuestas ha sido que las bibliotecas municipales funcionen mucho más en calidad de bibliotecas escolares. Y en gran medida es así, la mayoría de la bibliografía que ofrece no es actualizada, y corresponde a textos de lectura escolar. Sobre todo en los barrios de menores recursos, el gran público de la biblioteca son niños y niñas que no pasan los 12 años. ¿Cómo captan los bibliotecarios su atención? Ofrecen regularmente en estas instalaciones, que cuentan con máquinas de internet y un amplio salón, clases de danza, música, artes plásticas e incluso de yoga. Los libros no son la atracción primaria, hay que aceptarlo, varias de estas bibliotecas existen más como centros culturales comunitarios, y de paso como monumentos.

La publicación de los libros del BBB —que según me han comentado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia, tiene en construcción su Plan de Fomento a la Lectura—, debe entenderse como un impulso que se enrola, se pone en órbita y se sube al movimiento que ya está ocurriendo en el país. La BBB no inicia nada, a lo mucho es un buen gesto. Varios de los libros que serán reimpresos en esta colección están disponibles en bibliotecas y librerías del país desde hace tiempo, y continúan siendo ignorados, a no ser por literatos o escolares que deben buscarlos para su tarea. De modo que si nos dicen que la BBB es una solución al problema boliviano de la falta de acceso a los libros, o el precio elevado de los libros, sabremos que no han considerado a fondo la cuestión.

Lo que se espera de este proyecto es que sea un engranaje de otras varias iniciativas, financiadas por el Estado, tendientes a agilizar la conexión del lector con el libro, pero también con las bibliotecas y con la literatura nacional. La cuestión de la conexión con un libro va más allá del acceso público o del precio con el que se lo distribuye. Algo puedo decir, vengo de una carrera de estudios donde se lee mucho; compartí el aula con amigos y amigas entrañables que dejaban de comer para invertir ese dinero en un libro pirata de Nietzsche, de Reinaga, alguna novela de Kafka o de Víctor Hugo Vizcarra. A veces ni siquiera era por un libro pedido en alguna materia, y esto es porque los seres humanos somos ante todo buscadores, estamos recorriendo un camino que es interior, y la lectura de cada libro tiene sentido en cuanto tiene algo que ver con esa búsqueda. Si hablamos de fomentar la lectura no es porque hagan falta los estudiosos-ratas-de-biblioteca, es para fomentar una vitalidad diferente, una intensidad que, precisamente, haga que las personas salgan de las bibliotecas para vivir, el libro es un medio, no un fetiche.

Un problema hoy es la coexistencia del internet. Para un alma impaciente navegar por la web es mucho más atractivo que recluirse en una biblioteca. Ni siquiera podemos imaginar la cantidad de material de lectura que existe en la red, lecturas quizás más urgentes y relevantes para dialogar con la actualidad. No es de extrañar que la noticia de la BBB le haya causado a muchísima gente una tremenda flojera de solo enterarse que hay más y más para leer. ¿Quién tiene el tiempo?

Además, el tipo de acceso al internet que permiten las tabletas y celulares inteligentes, ha modificado también los hábitos de lectura. Se busca más la lectura breve, fragmentaria, con imágenes, de párrafos cortos. Se aceleró el acceso, pero descuidando el trabajo de comprensión en la lectura. Antes, la imagen del lector era la de un ser aislado perdido en su libro sin distracciones, ahora es eso, pero también un ser que está bien Enredado, un tarzán que salta de liana en liana, que lee buscando la interferencia.

Robert Denton, historiador, director de la Biblioteca de Hardware —repositorio con cerca de 17 millones de libros—, señala que vivimos la era de la información mediada por Google, y que aunque amemos el papel y la tinta, estamos forzados a comprender cuáles son las mejores maneras de gestionar conocimientos a través de las nuevas tecnologías de comunicación. Es así que en su gestión se inauguró a fines de 2013 la primera biblioteca digital de gran magnitud, trasladando una gran cantidad de sus libros al formato digital.

Dado que una iniciativa así es costosa y compleja legalmente, el Estado puede enfatizar en la construcción de públicos lectores, lo que significa también crear otros incentivos para el lector. Conectar la lectura con incentivos laborales, darle espacios válidos a la lectura dentro del monótono tiempo del trabajo de oficinista. Que no se publique más libros por un lado y por el otro tengan obligados a miles de ellos a calentar el asiento en trabajos insatisfactorios.

El libro vale por cuánto relaciona al lector con la vida que le rodea. Bueno sería empezar a ver cómo hacen funcionar este impulso editorial en una maquinaria de reestructuración de los hábitos del boliviano. La tranquilidad y la intimidad del baño deberían trasladarse hacia nuevos espacios públicos que permitan la lectura sin que pisen el reloj y la ambición.


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