sábado, 8 de noviembre de 2014

Letras a propósito de una literatura boliviana posible

Me preguntaba en estas semanas mientras conocía y revisaba a varios autores nuestros, ¿de qué hablamos cuando hablamos de literatura boliviana? Cuál es ese o esos elementos constitutivos/distintivos que nos permiten reconocer a la literatura boliviana? ¿Cuáles son los registros lingüísticos, estilísticos, temáticos y si vale decirlo por separado ideológicos que pueden permitirnos reconocer una obra ‘boliviana’ ?

Dos hitos sociopolíticos son pertinentes a la hora de intentar un esbozo de esta cuestión, si nos circunscribimos a la literatura producida en los últimos 30 años: el primero, el retorno a la democracia en los 80, en 1983, y posteriormente ya en este siglo, la así llamada refundación de la república, que nos lleva a para pasar a ser Estado Plurinacional. Estos dos acontecimientos además, ocurren en el marco de un fin de siglo, con todo lo que ello conlleva. Este salto modernizador, esta internacionalización de la economía, que se diera también en el fin del siglo XIX, ¿implica un viraje en el recorrido habitual de la tradición literaria del siglo XX hacia otros lenguajes y miradas?

¿Qué con la literatura actual?
¿Qué son los escritores bolivianos? Qué son los jóvenes escritores bolivianos? ¿Qué los distingue de los que estuvieron en la segunda mitad del S. XX?

Pienso en Ramón Rocha Monroy (el de Potosí 1600) y Liliana Colanzi, por ejemplo, ambos auténticamente bolivianos y no encuentro el factor común, ni en sus individualidades, ni en sus escrituras. Pienso en Juan Pablo Piñeiro, el de Cuando Sara Chura despierte, y en el Edmundo Paz Soldán de Norte, y lo mismo: no encuentro el común denominador. Y ambos son auténticamente bolivianos.

Me divierto con Adolfo Cárdenas, en Periférica Blvd. y la jerga del hampa paceña, me entristezco con la nostalgia del pasado/futuro en Tirinea, de Jesús Urzagasti. Leo sobre el dolor y la violencia, pero también sobre la reflexión literaria, en fragmentos de Norte, de E. Paz Soldán, 98 segundos sin sombra, de Giovanna Rivero, me retrotrae a la adolescencia, no la mía, no la nuestra: la adolescencia de esta ciudad con todos sus excesos y desvaríos; y trato de sostener al protagonista en ese relato tan personal, de quien se pierde en la ausencia total del otro, en el vacío que deja el otro, que no es sino el vacío ya desquiciado del sí mismo, en El amor según, de Sebastián Antezana.

Suelo decir que la década del 80, por efecto de los últimos años de gobiernos de dictadura, y luego por la injerencia sin remedio del narcotráfico y sus efectos en la vida ciudadana en todas sus esferas y estratos, fue una década perdida. Pero, en una aparente paradoja, allí mismo encontramos American Visa, de Juan de Recacochea, y a Jonás y la Ballena Rosada, de Wolfango Montes. Dos grandes novelas, que dicen a la Bolivia de entonces, sin ser en absoluto, la literatura que se hace cargo referencialmente de la sociedad y sus problemas.

En esa misma década, tiene su realización El Taller del Cuento Nuevo (1986), que da lugar al nacimiento de un grupo de autores, muchos de los cuales se sostuvieron como tales. De aquella escuela vienen Blanca Elena Paz, Homero Carvalho, Óscar Barbery, Paz Padilla.

El espacio poético fue tomado con un sostenido espíritu de trabajo, y un innegable crecimiento de la profundidad en las exploraciones literarias, de la mano de las mujeres: allí aparece casi precozmente Giovanna Rivero, B. E. Paz, Luisa (Gigia) Talarico, Centa Reck y Claudia Peña. Y más recientemente, Liliana Colanzi.

¿Lo nuevo?
Lo nuevo no supone nunca romper el silencio universal. En ese sentido, por ejemplo, es curioso encontrar en un escritor del 67, en otra del 72 y luego en uno aún más joven (82) (Paz Soldán, Rivero y Antezana), que convergen en prácticas de lectura iniciales, similares pese a las diferencias de edad y de procedencia, y que cada uno, a su manera, se hará nomás cargo de escribir sobre Bolivia.

Dos rasgos ya podemos mencionar como elementos vinculantes entre los escritores mencionados. La ciudad. La ciudad, con todos sus conflictos y tensiones, nos habla a través de estos escritores. No se trata de que esta sea una literatura referencial o del paisaje urbano. Más bien, de que el discurso proviene de sujetos que logran apropiarse de este espacio que había estado fuera del alcance de la contemplación literaria

No hay comentarios:

Publicar un comentario