La pulcritud del estilo es más o menos la cualidad de tres libros que llegaron a nuestras manos hace algún tiempo y que, por diversas circunstancias de nuestro abrumador quehacer cotidiano, no habíamos terminado hasta ayer, de degustar. La tal pulcritud, necesario es subrayarlo, no le resta a cada temática la dosis de sentimientos, -suspenso, tensión, ansiedad- que genera el lenguaje escrito cuando se lo emplea para airear buenas historias reales o ficticias. En suma. Marlene, Liliana y Bárbara, llamando a las cosas por sus nombres, nos confrontan con asuntos del diario ir y venir, únicamente con el acicalamiento de la sencillez y de la terneza humana.
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