miércoles, 20 de julio de 2011

La novela ‘Los deshabitados’ marca un antes y un después en la narrativa boliviana

La narrativa boliviana del siglo XX tiene un antes y un después quirúrgicamente separados. A finales de la década de 1950, casi simultáneamente, se publicaron dos libros: la colección de cuentos Cerco de penumbras de Óscar Cerruto y la novela Los deshabitados de Marcelo Quiroga Santa Cruz. La crítica literaria, afortunadamente, se ha ocupado de establecer la importancia y el lugar que ocupan estas obras en el amplio panorama de la literatura boliviana. En los cuentos de Cerruto, por ejemplo, se ha destacado que, por primera vez de manera tan nítida, las dimensiones fantásticas de la realidad son la materia con la que trabaja la ficción. En el caso de Los deshabitados, se ha repetido, por ejemplo, que esta novela, a contrapelo de la larga y sólida tradición realista, naturalista y social de la narrativa boliviana, transcurre en ámbitos donde la psicología y la subjetividad son dominantes. Durante mucho tiempo se dijo que se trataba de una novela ‘existencialista’. Hay otra dimensión de esta novela sobre la que se ha hablado menos: su prosa. Marcelo Quiroga Santa Cruz era un escritor que hacía de la precisión no sólo una virtud narrativa, pues le permitía contar con gran eficacia, sino también una de las más depuradas formas de la elegancia.

Cuando escribió Los deshabitados, Marcelo Quiroga Santa Cruz tenía poco más de 25 años (nació en 1931). La novela se publicó en 1957 y en 1962 recibió el Premio William Faulkner, creado en honor del escritor norteamericano para reconocer “la mejor novela publicada después de la Segunda Guerra Mundial”. Quiroga también escribió poemas. La mayoría de ellos se publicaron en el suplemento Presencia Literaria bajo el pseudónimo de Pablo Zorzal. Dejó una novela inconclusa, Otra vez marzo, que se publicó en 1990.

Hay otras facetas de su vida literaria. Por ejemplo, fue un gran profesor. En 1979, pese a que se encontraba en campaña para las elecciones presidenciales, a pedido de los estudiantes, aceptó generosamente dar un curso en la carrera de Literatura de la UMSA. Aparecía en el viejo monoblock puntualmente, con una hermosa edición de Dostoievski bajo el brazo. Leía un pasaje y comenzaba una clase magistral que a partir de la literatura discurría por la historia, por la filosofía, por las pasiones humanas. El tiempo se suspendía.

Jaime Saenz contó una vez que a principios de los años 60, cuando había detenido la redacción de su novela Felipe Delgado por falta de una máquina de escribir (dejo la averiguación de esa carencia a sus biógrafos o a los prestamistas), Quiroga apareció una noche en su casa y le dejó, sin más, una máquina. Nada cuesta pensar (o imaginar) que Los deshabitados y Felipe Delgado se escribieron en la misma Remington.

Hay muchas formas de recordar a Marcelo Quiroga Santa Cruz. Hoy, 17 de julio, a 31 años de su asesinato, leer su obra es una manera de hacerlo.

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